El Japiturro.

 Me encontraba limpiando un poco mi pieza hasta que, de repente, suena el timbre. Era Martín, el wachiturro que tengo por vecino. Bah... "vecino", vivía en el edificio de al lado nomás.

 Bueno, la cosa es que me había olvidado que él venía, así que... quiero abrirle desde el portero, pero no se podía. No me acordé que, a veces, fallaba la cagada esa. No pegaba una realmente.

 Agarro las llaves y bajo para abrirle. Ahí estaba, parado frente a la puerta, apoyado sobre el marco de la puerta, con un pucho en la boca, como haciéndose el canchero. Alto caradura.

 Cuestión que le abro, le doy un beso (casi en la boca). Nos reimos de eso. Pero tratamos de no darle bola, de seguir con lo nuestro que era, básicamente, ir hasta mi departamento a... no recuerdo qué. A joder, seguramente. Fija.

 La primera en encarar la escalera, fui yo, por lo que me permitió ir adelante. Claro, qué tarada, al ser mi casa, así debía de ser. Pero, por alguna razón, pensé que podría adelantárseme.

 A medida que íbamos subiendo, el chabón iba por detrás mío, sin perderme el paso. Como si fuera mi sombra. No se me despegó ni un milímetro en todo el trayecto que tuvimos hasta arriba.

 "¡Alta burra tenés! -me dice el chinwenwencha este-, dejame ir adelante porque, si sigo acá viéndotela, vas a hacer que se me pare la pija". 

 No sabía si era en joda o no, ya que tenía un joggin gris todo croto. Está bien que estaba gastadísimo y eso, podría hacer que se me marque mal la cola, pero tampoco para tanto, amigo.

 Yo puse ambas manos a cada lado de la escalera, como diciendo "no, de acá no pasás, atrevido, me vas a ver la cola hasta que lleguemos a casa". Cumplió con su palabra.

 Ya en mi piso (a metros de mi departamento) cuando estábamos por entrar, el muy degenerado se me pegó terriblemente a mis partes traseras, casi como lo haría una garrapata.

 Se me pega. Siento su agitada respiración golpear contra mi cuello. Su bulto rozar contra mis nalgas, como un péndulo. Sus manos recorriendo mis partes. Por ahora, mis senos.

 Para ello, paré la cola al toque. Obviamente, debía hacerlo desear más, aunque sea solo con la vista. No me importaba, siempre y cuando pudiera creer que tenía de dónde agarrar.

 Se puso a un costado mío y, no sabe, estimado lector, lo rico que se sentía cuando apretaba mis cachetes con sus robustas manos masculinas. Me calentó de una manera que no se da una idea.

 Apretaba uno de mis cachetes, con tal furia, que parecía que me lo quería arrancar. Hijo de puta, cómo me calentaba este wachiturro de mierda. Ojalá saber antes que lo hacía de esta manera.

 Entonces, me puse de frente a Martín para comerle esa jeta que me llamaba, sin decir absolutamente ni una palabra. Por Dios, me prendí fuego ni bien rocé un poco esos labios.

 Mientras nos dábamos los deliciosos, el chabón no paró de manosearme la cola. Lo recorrió en su totalidad, no dejó ni un rinconcito sin tantear. Fue increíble. Le brotó el degenerado mal de la nada.

 A su término, sus pulgares se enredaron con el elástico de mi pantalón y la tirita de mi tanga, ¡oh, casualidad!, y estos mismos, hicieron que se deslizaran por el cutis de mis muslos... como si nada.

 Se frenaron justo a unos pocos milímetros de mis nalgas, donde se hospedaron para que mi chico del momento pueda contemplarlas un rato y, así, poder calentarse un poco más.

 Después de eso, mis cachetes fueron invadidos por esas robustas y masculinas manos. Me volvió a dejar las huellas dactilares por doquier... solo que, esta vez, sobre la piel, no sobre la ropa.

 Los pellizcones no se hicieron esperar. Lo sujetaba con la misma fuerza que antes, pero, al estar sin ropa que pueda interponerse en el camino, se sentía el doble... no, el triple... no, diez veces más rico.

 La cosa iba subiendo de niveles de a poco, pero... explotó cuando se dispuso a darme nalgadas. Ay, qué cosa más deliciosa, por favor. Cómo hizo tronar mis nalgas con la sola colisión de sus palmas.

 El problema es que estábamos a nada de la puerta de nuestros vecinos. No daba que me pusiera a aullar como una loca ahí mismo, por ende, debía comportarme bien... aunque era misión imposible.

 Para colmo, el estruendo que provocaba sus ricos chirlos al chocar sus palmas contra mi cola, impactaban contra las paredes, haciendo un eco impresionante. Eso también llamaría la atención.

 Puse la colita para atrás, no pasó ni un segundo para que sus manos se posen sobre mis montes y sus dedos acaricien el espacio vacío que se aloja entre mis frondosos mofletes. Basta, papi, COGEME.

 Chau a sus pantalones. Cayeron como lo hacen las hojas en otoño. Se estrellaron contra el suelo. Hicieron terrible ruido al tocar el suelo. Hasta llegué a temer por espabilar algún vecino.

 Martín sí que se desnudó, no como yo que lo dejé a mitad de camino. Bueno, yo tampoco quise quitármelo, para ser sincera. En caso de que escuchara que se acerca alguien, me lo subo y ya está.

 Le agarré la pija para amasársela un poquito (no sé para qué, ya la tenía lo suficientemente dura, pero bueh...). Me miró de atrás un ratito más y se arrimó a mí, como un animal en búsqueda de su presa.

 En la piel de mi culito, pude sentir apoyado algo baboso y gordo: era su delicioso glande, por supuesto. La sentí sobre mi zanjita húmeda, qué deleite, por favor. Me mojé toda, por completo.

 Entre tanto, él no paraba de acariciar las partes que más le encantaban. Sobre todo, en la parte inferior de mis gordos cachetes. Lo tenían algo obsesionado, o eso pensé.

 Las abría como si fuera a meterse él mismo. Alto bruto, pero no me molesté en avisarle, ya que me calentaba también. Que no pare, pensaba, que siga siendo un bruto de mierda nomás.

 "Basta, haceme el orto", le susurré. Me salió del alma. Entonces, gracias a esto, se escupe tres dedos para que, posteriormente, me embadurne el hoyito con ellos haciendo un circulito.

 Luego de eso, hizo lo mismo, pero con su miembro. Le pasó a su rozagante puntita, a los costados. Le mandó tanto el zarpado este, que, un largo hilo, quedó pendiendo de sus dedos.

 Ahora sí, estábamos listo. Corrió mis nalgas, abrió mi agujero y lo fue introduciendo de a poquito, con mucho cuidado. La metió hasta el fondo el muy hijo de puta, qué rico. Solo dejó los huevos afuera.

 Ambos suspiramos al unísono, fue mágico. Sentí su aliento caliente golpeando contra mi espalda. Sus primeros gemidos de placer siendo desplazados por su boca. La felicidad que lo embargaba. Dios.

 Las primeras serruchadas fueron las más ricas. Los disfrutamos ambos. Sobre todo, porque fueron las que me penetraron más despacio y con mucha paciencia. Tal como me gustan.

 Una vez que encontró la forma de hacerlo, se envalentonó. Tanto así, que su pelvis golpeaba fuerte contra mis nalgas, cosa que nos hacía hacer otro sonidito más. Éramos como una orquesta en el momento menos oportuno.

 Me encantaba todo, pero no pude evitar pedirle que me cogiera despacio. Que disminuya la intensidad con que me propinaba la garchada que me estaba pegando. Necesitaba pararlo de alguna forma.

 Pese al dolorcito excitante que me generaba su pingo gordo, cuando me la sacó le dije: "mmmmm... ¡quiero más!". Era verdad, no podía darme el lujo de sentir la ausencia de tamaña verga.

 La razón por la que Martu dejó de cogerme, fue porque se le había secado. O eso creo, porque, cuando se ausentó por un instante, volvió a ingresar más mojada que antes.

 Era totalmente cierta la sospecha que tuve. Se alejó unos escasos metros... otra vez para mojarse los dedos y frotárselos en la cabeza de esa hermosa poronga rosada.

 Luego de eso, volvió... una vez más. Esta vez, no fue tan necesaria la ayuda. Pudo localizar mi agujerito solito. Solo tuvo que dejar que su pija corra todo lo que se interponga hasta hallarlo.

 Al fin ya estaba dentro mío de nuevo. Me hizo esperar demasiado tiempo, pero valió la pena, porque entendió como hacerme el orto y hacerme gozar al mismo tiempo. Me volví loquita.

 La baba con la que bañó su chota, chorreaba. Se formó un hilo translúcido que se aferraba fuerte a nuestras partes, hasta no aguantar más y terminar estrellándose contra el suelo.

 Los jadeos y los gemidos, no se hicieron esperar. Se mezclaban con el placer y el dolor. Era una cosa inentendible, pero que nos tenía amarrados, no podíamos soltar hasta llegar el final.

 De pronto, me susurró algo. Algo que no pude captar de primera, pero que, de todos modos, le dije que sí. Era un manoseo de tetas, un pellizco de pezones, o al menos eso creo porque fue lo que hizo inmediatamente.

 Acostumbrada al dolor, permití que aumentara la velocidad. No me importaba nada. Quería una buena bombeada de orto y era lo que me estaba dando, precisamente.

 Sus manos recorrieron todo... y cuando digo todo, me refiero a TODO. Pasó por delante, por detrás, por donde se le antojase. Nada lo hizo dudar. Me manoseó más que caño de bondi.

 Lo apretadito de mi ano, hizo que su leche se empezara a precipitar rápidamente en sus huevos. Estaba hirviendo. Necesitaba ser eyectada de inmediato, sin más demoras.

 Lo que antes era un pantalón a nada de mi culito, por la fuerza que ejercía este muchacho sobre mí, terminó resbalándose por mis piernas, hasta caer desfallecido al suelo.

 Otra vez los benditos murmullo, solo que, esta vez, lo hizo un poco más cerca del oído. Por suerte, los pude oír. Me decía algo así, como que quería acabarme. Por fin, la larga espera dio sus frutos.

 Acepté su pedido, me susurró como que quería arrojarme los pibes crudos en las piernas. Qué sé yo, me pareció rarísimo, pero se sentía tan rica la garchada, que hubiera aceptado cualquier cosa.

 Una nueva experiencia, pensé por un rato. Dale pa' delante nomás, capo, tirame los nenes donde gustes. Aunque tampoco sea para tanto, pero qué sé yo... hacelo. No me importa nada. Fue todo confuso.

 Desgraciadamente, para hacerlo, tenía que sacármela del culo y dejar que fluya su manantial blanquecino, desde sus huevos hasta el rosáceo casco de bomberito que tenía su pito.

 Se tiró el cuerito para atrás por un corto lapso de milisegundos y, por fin, volcó salvajemente como una erupción de un volcán sexual sobre mí, mientras se quejaba de placer a mis espaldas.

 Todo fue a dar a la parte superior de mis nalgas. Las dejó completamente empapadas. Era mentira lo de las piernas o, por lo menos, un decir. Qué sé yo, qué flashó este chabón flashero.

 Se siguió pajeando, pese a haberme dejado toda salpicada con su néctar. Debe ser que tenía demasiado guardado y por eso es que le quedó mucha. Costó sacarse hasta la última gotita de mema.

 Incluso habiendo acabado, no paraba de manosearme la cola. Quedó juguetón el muy guacho. Volvió a tocármela por todos lados y eso me daba más placer del que ya tenía.

 Un cachetazo en la cola, fue la señal correcta para decirme que ya habíamos llegado al fin. Que debía apurarme antes de que alguien abra alguna puerta y se pudra todo.

 No me retiraría sin limpiarme la nalga. Me pasé una manito por encima y la limpié de izquierda a derecha. Todo eso fue a dar a mi mano, para luego morir en mi lengua. Qué deleite.

 Me subí el lompa con tanga y todo. Me lo acomodé bien, bah... en realidad, lo suficiente como para que me dé tiempo de huir de esa incómoda situación que todavía no nos descubran. Reimos.


 

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