El paro (primer polvo).

 Estábamos en época escolar y, como era tan común en Argentina en esos años, la mayoría de los profes y el alumnado se habían tomado el paro. Excepto tres de los veintipico (sí, yo era parte de esos tres).

 Cada uno se sentó en su respectivo asiento. Como yo iba adelante, me quedé allí. Los otros dos compañeritos míos, en el fondo. Uno del lado de la pared, pero del pasillo. El otro, del lado opuesto.

 Uno de los pibardos, que se llamaba Luciano, era tremendo vago. Era el famoso "tiro al aire" de la clase. Tanto así, que repitió dos años seguidos el muy flojo hijo de puta. Lo de estudiar no se la sabía.

 El otro, se llamaba Ezequiel y era el típico nerd de la clase. El que nunca faltaba y siempre tenía las carpetas completas, las tareas resueltas, las cosas sabidas y todo lo que le digan que haga.

 En fin, con este contraste de muchachos quedé compartiendo el aula en aquella oportunidad. Alta paja, sinceramente. Prefería quedarme en casa, pero bueh... ya estaba en el baile, a bailar.

 Llega Mónica, nuestra preceptora, anunciando que la profe de esa materia no había venido, pero que nos dejó una linda tarea para que nos entretengamos un rato. Las puteadas no se hicieron esperar, obvio.

 Yo, como soy una buena niña, me puse a hacer los deberes encomendados por la profe. Abrí la carpeta, saqué una hoja. También saqué la cartuchera, una lapicera y me puse a responder todo.

 Por el lado de los pibes, como era de esperarse, solo Eze se puso a completar las preguntas. El otro vagoneta se puso a escrachar la pobre mesa en la que apoyaba la hoja. Con carpa, no hacía nada.

 Como el silencio reinaba en ese magnífico salón, Moniquita, la preceptora, aprovechó de irse a buscar... no sé qué cosa, la verdad. La cosa es que debía irse y dejarnos solos por un rato.

 No había ningún problema, ya éramos grandes, podíamos cuidarnos solos y portarnos bien. Quizás Lucho era el que podría desobedecer aquella orden. Eso... me gustaba de él.

 En eso, me surge una tremendísima duda. Me levanto al toque. Camino hacia los bancos que se encuentran en el fondo. Claro, a preguntarle a mi nerd favorito: Eze. Re caradura.

 Caradura porque solamente charlábamos cuando yo tenía alguna duda sobre la materia que se estaba explicando. Lo re utilizaba, pobre chaboncito. Pero bueno, como era buen pibe... no se hacía problema.

 Como el pasillo solamente los separaba a ambos muchachos, cuando me agaché, puse mi cola en la cara de Luciano, sin querer. No lo había pensado, si quiera. No fue intencional, ni ahí.

 Con la posición que asumí, el guardapolvito que yo usaba en aquellos años, escaló estrepitosamente hasta arriba de mi cintura, dejando descubierto mi pobre colita inocentona.

 De todos modos, tenía una calza gris que me marcaba cada curva que conformaba mi culito. No es que estaba en desnuda, pero igual... eso fue suficiente para llamar la atención del otro pajero.

 Lucho giró la cabeza para poder ver más detalladamente lo que tenía de frente. Pudo contemplar mis cachetes gordos bien marcados, lo que ocasionó que se muerda los labios y frunciera el ceño.

 -"Así murió mi gato", me decía mientras ponía una cara de degenerado tremenda.

 Giré la cabeza al instante, solo para verlo por al lado de mi hombro y ahí estaba, con el terrible gesto de pajero que tanto lo caracterizaba. Nada nuevo bajo el sol, la verdad.

 No era la primera vez que me hacía algo así, sinceramente. Ya me había apoyado y manoseado un poco el orto, pero... como a mí no me molestaba (al contrario), no le decía absolutamente nada.

 Volviendo a aquella tarde, el atrevido se levantó, para rozarme la verga por la cola, con la pobre excusa de que quería pasar para irse a no sé dónde. La cosa es que no se fue muy lejos. Se quedó allí.

 -"¡Qué buen orto, guacha!", tiró el chaboncito este mientras hacía tronar mis nalgas de un buen bife.

 Me encantó. No puedo negar que me calentó muchísimo esa nalgada. Pero lo tenía al otro bobo a unos centímetros de mi cara, así que... no podía ponerme a gemir como putita delante suyo. Alta vergüenza.

 Eze se dio cuenta al toque, Roque. Entonces, se levanta de su pupitre sin pensarlo y se va al baño. En fin, no lo culpo, el otro se puso un tanto pajero con mi culo y empezó a sarparse mal.

 Bajó mis calzas grises hasta las rodillas. Quedó anonadado al ver mi tanga blanquita tan metidita en la colita. Le encantó. Puso una cara de alzado mal. Eso, sin verlo, me percaté.

 Corrió mi tanga. La apoyó encima de una de mis nalgas. Introdujo su cara completamente. Comió como un muerto de hambre que se acaba de encontrar con un terrible festín ante sus ojos.

 Lamió mi hoyito desaforadamente, como si no hubiera un mañana. Me pegó tal mamada anal, que me erizó hasta los pelitos de las pestañas. Alto hijo de puta, qué bien lo hace el guacho este.

 Esa pija era un garrote mal. No aguantó más, quería entrarme definitivamente. Estaba dispuesto a ponérmela. Entonces, se puso de pie al toque, detrás mío e hizo lo que debía hacer. 

 Como estaba bastante humectada, no hizo falta hacer mucho esfuerzo para que se adentrara con esa pija, a mis cavidades anales. Solo tuvo que guiarla rumbo a "Placerlandia".

 Hicimos de su pija una exquisita salchicha y de mis gordas nalgas unos buenos panes para preparar un rico panchito. La rozó. Estaba con hambre. Era una salchicha muy caliente. Faltaba la mayonesa. 

 Resbalaba. Estaba tan empapado mi culito, que su verga amagaba a entrar. Parecía que se negaba, como si no quisiese meterse en mi interior, pero, obviamente, lo hacía adrede el muy guacho.

 Se dejó de boludeces, al fin, para empezar a introducir su miembro. Primero, la cabeza. Después, una buena parte de su tronco. Finalmente, arrancó a hacerme el amor. Despacito, claro.

 Según mi culito, era una pija importante. Sobre todo, porque no tenía mucha experiencia devorando carne por popa. Pero, por suerte, me permitió disfrutarlo con el toque que le daba su saliva.

 Me puso contra la pared sin permiso, sin aviso alguno, que estaba a unos pocos centímetros de donde nos encontrábamos. Prosiguió con la salvaje serruchada que me estaba pegando.  

 Jamás me la quitó del culo. Es como si no quisiera perderse un solo microsegundo de todas las sensaciones que le hacía emanar de la chota, gracias a mi orto profundo.

 Tenía la garcha re dura. Mal. Seguramente estaba toda mojadita en la puntita. Qué delicia. De solo pensar en eso, me generan ganas de probarla y pasear mi lengua entre mis labios con deseo.

 Rápidamente, se agarró el pantalón, para hacerlo descender hasta el suelo con sus propias manos, quedando así, en calzones detrás mío. Respondimos con agilidad a nuestras necesidades.

 Le chupó un huevo que podría venir nuestro compañerito de clases, la preceptora, o incluso algún otro intruso que pueda irrumpir con nuestra maravillosa actividad. Estábamos tan calientes, que no importó.

 Manoseó su verga un ratito. Se hizo para atrás el cuerito. Se pajeó un poquito. Admiró mi culito, le pareció muy bonito. Se agarró el pito y arremetió contra mi anillo... el de cuero.

 En mi interior, su verga gruesa se va abriendo paso. Iba y venía bien adentro de mi culito. Qué rico estaba. Garchaba hermoso, el pendejo ese. La voy sintiendo. Me excita mucho.

 Pellizca una de mis nalgas con toda la degeneradez del mundo, mientras me culea bien sabroso. Me la va metiendo fuerte. Es que ya lo tengo tan abierto, que entra sin problema alguno.

 Me lo hace saber. Yo ya lo había notado, pero "seguí, seguí, papito. Dame duro. No te distraigas", le decía. Me importaba un carajo todo. Solo quería que me dé por el culo. La tenía hecha un fuego.

 Me da zarpado. No para. Está como loco, gimiendo. Me pega, me tira el pelo, me escupe el orto, le hace de todo sin control. Me hace agachar totalmente, la colita paradita bien en alto.

 Me avisa que está a punto. Me pregunta dónde lo quiero. La quiero en las nalguitas, obvio. La saca. Se pajea mirándomelas y comienza a brotar las semillitas del amor de mi chico.

 Chorrazos, de a litros salía. Violentamente van a parar justo en mi zanjita humedeciéndome de pe a pa. Incluso las que quedan en su verga, las limpia en mis nalgas de un buen sacudón.

 Le siento el cabezón aterrizando entre mis gordos cachetes. Atrevido. Qué rico estás, bebé. Me volvés loquita, amo un poquito más la pija, gracias a vos... a tu verga.

 Meneo la cola para él. La misma que, antes era marrón, ahora, es blanquecina, como su mema. Toda. El agujerito bañado con su sustancia. Completamente empapada en su leche.

 Bailo en la misma posición, todo para sacudirla frente a sus ojos. Tratando de parecer sensual. Le fascina a mi bebito. Yo, me cago de risa, obviamente. Probablemente me vea ridícula así.

 


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