El paro (segundo polvo).
Después del rico polvazo que nos echamos con Lucho, nos quedamos sentaditos uno al lado del otro (sí, agarré mi mochila y me senté con él, porque me lo pidió y acepté con todo gusto).
Nos pusimos a hablar sobre huevadas que se nos ocurría en el momento, como para no estar en silencio, hasta que sonó el timbre y eso nos hizo separarnos al toque, querer salir, digamos.
Yo me fui al bufete corriendo, a comprarme algo rico para comer, es que... estaba con algo de hambrita, se podría decir. Me empezó a picar el bagre repentinamente y obedecí a mi pancita.
En cuanto a Lucho, también decidió salir del aula de inmediato a disfrutar del recreo. Pero él, a diferencia mía, se sentó con Eze, a los pies de las escaleras que dirigían al piso de arriba.
Se pusieron a hablar un rato, era sabido. Le contó, con lujo de detalle, lo rico que se sintió penetrarme por atrás, desatando cada sorbo de lujuria que podía contener un ser humano.
En eso, volví. Me había comprado un alfajorcito rico de dos pisos con abundante dulce de leche. No era la gran cosa, pero servía lo suficiente para engañar mi pancita hasta el próximo recreo.
Al encontrarlos juntos, sentados en aquella vieja escalera, dialogando acaloradamente sin parar, me uní a su degenerada charla, que ya venía escuchando un par de metros de distancia.
Aplasté mi culito redondo encima de la entrepierna de mi chico (por lo menos en esta historia) y me puse a brindarle más detalles de la garchada que nos acabábamos de pegar con Lucho.
Con toda la maldad del mundo, me puse a mecerme encima de su pingo, como provocándolo de una, mientras contaba las cochinadas que hicimos, que todavía los tenía frescos en la cabeza.
Su pija iba creciendo de tamaño, a medida que iba sintiendo mis movimientos. Yo, la iba percibiendo de a poquito cómo se movilizaba cerca de mis partes traseras. Estaba muy tentadora.
Como no veíamos moros en la costa, Luchito decidió bajarse el pantalón con algo de carpa y pelar la verga. Todo esto, sin dejar de estar sentada en esos cómodos peldaños.
Al haberme contagiado las inquietas ganas que tenía, hice lo mismo: me bajé la calcita gris que tenía puesta, me corrí la tanga y me dejé penetrar por este muchacho juguetón.
Su chota, después de amagar un par de veces, terminó entrando en mi culito. Qué rico se sintió. Entonces, empecé a saltarle encima para que pueda entrar y salir como yo quiera.
Usé sus piernas como un buen impulsor para que me permita subir y bajar con más facilidad. Como eran grandotas y trabajadas, no tuvo problemas en ser nuestro sostén.
Ezequiel se puso demasiado mirón, así que... lo mandamos al otro lado de la escalera, para que nos avisara en caso de que viniera la rompe bolas de Moniquita, la preceptora.
El pobrecillo, nos hizo caso. Se levantó, se dirigió hasta donde lo habíamos mandado y allí se quedó sentado esperando a que nadie piense pasar cerca del lugar del delito.
Los sonidos que provenía detrás mío, me excitaban más. Era Luchín, que estaba como loco, jadeando y gimiendo al unísono conmigo, con cada sentón que yo le propinaba.
Mi anillo de cuero, era excepcional para correrle el cuero a mi chico, cada vez que bajaba encima suyo. Tanto así, que le quedó la pielcita corrida para atrás naturalmente.
Luego de un rico rato de acción dándole bien duro y sin parar, me pide que me dé vuelta. Es que necesitaba mirarme. Le hago caso de inmediato, obvio, soy muy obediente.
Me pongo frente a él. Lo miro, aunque esté él arriba y yo abajo, o estemos a la misma altura. No importa, no le quité la mirada de encima. Siguió penetrándome con la misma velocidad.
Por momentos, me hacía detener para que él me serruchara la cola. Sus caderas arremetían salvajemente contra mí. Qué rico se sentía también, me encantaba.
Frente a frente, le parecía mucho más rico, ya que, a mí, me daba más facilidad para mover las caderas encima de su pingo, y eso, le volaba la cabeza, definitivamente.
Los fuertes culazos que le daba, lo acercaban cada vez más a ese abismo delicioso en el que uno debe caer para sentir ese sexual vértigo increíble.
Eso fue lo que pasó. Tanto darle con la cola, el chabón, logró hacer que le escupa todo el exquisito néctar que tanto resguarda celosamente su miembro.
Todo fluyó directamente en mi huequito, dejándomelo húmedo, viscoso, blanquecino, chorreando una rica gotera que tuve que expulsar yo con los músculos de mi culito.
Creí que duraría más, debido a que habíamos hecho el amor hace unos minutos. Pero no. Al parecer, el movimiento diabólico de mis caderas atrevidas, lograron que alcanzase ese punto álgido.

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