El paro (tercer polvo).

 Pese a que ya había pasado el recreo hace unos minutos y que ya deberíamos tener algún adulto a cargo de nosotros, de Moniquita, ni noticias. De los demás profesores que debía venir, tampoco.

 Suena re loco, pero... ya estábamos extrañándonos de que nos dejaran así, a la deriva sin saber por qué carajo estábamos tan solos los tres, en aquella tétrica escuela.

 ¿Nos habrán dejado solos? ¿Será que ya se murieron todos? ¿Apareció algún zombi y se los comió? ¿O algún OVNI vino y se los llevó a otro planeta?, esas fueron algunas de las preguntas que se nos cruzó.

 Ezequiel no aguantó más la curiosidad y bajó a preceptoría, a ver qué podría estar pasando. A lo mejor era algo re común, que estaba ocupada, o, simplemente, pasó algo re loco como lo que se nos ocurrió.

 Como acto reflejo, atiné a asomarme por algunas de las ventanas del pasillo, las que dan al patio descubierto. Nadie, no había nadie. Quizás por que ya habían clases. No lo sabíamos.

 Como la ventana estaba un poquito más alto que mi tamaño, tenía que hacer piecitos. Ello, conllevaba que tenga que estirarme, haciendo que se subiera mi guardapolvo y se vean mis calzas grises (otra vez).

 Mis nalguitas quedaron descubiertas, gracias a esto, lo que provocó que llamase la inmediata atención de mi muchacho, que se encontraba sentado a los pies de la escalera.

 Verlas de costado, llamó su atención. Entonces, se levantó, se puso detrás mío, apoyó el brazo sobre el apagado radiador que tenía a su lado y observó detenidamente.

 En cuanto lo consideró prudente, se acercó sigilosamente a mí para rozarme el nene en cuanto menos me lo esperaba. Lo hizo bien en medio de la zanjita, la que divide mis dos cachetes.

 Esto me estremeció al toque, no lo podía creer. Despertó (de nuevo) mis desubicadas ganas por tener ese miembro lujurioso siendo apretado por mis dos gordos mofletes.

 Arrimó su boca a mi pabellón auricular, me susurró las palabras más degeneradas que le salieron, mientras me echaba ese aire caliente que emanaba de su caverna bucal.

 Me susurró las ganas que tenía de volver a hacerme el orto, porque le encantó meter su pija en mi culo goloso. Ahora tiene un vicio nuevo, era ese. Palabras más, palabras menos.

 Su cuerpo, se empezó a mover sobre el mío, en un ritmo hipnótico que, por culpa del fantástico roce que me hacía sentir, generaba un calor en crecimiento, inconmensurable.

 Rodeó mi cuerpo con sus brazos. Me tenía atrapado, básicamente, no me dejaba escapar. De todos modos, yo no deseaba huir de ahí. Era una presa fácil para ese muchacho.

 No paró de aumentar la temperatura, ni por un segundo. Sobre todo, en él, que su miembro no dejaba de crecer de tamaño... y yo lo sentía en mi cola. Qué hombre más calentón.

 A pesar de pedirle que se detenga un rato, ya que estábamos algo preocupados por la soledad que se sentía en el lugar, el chaboncito siguió camino a arrastrarme hacia la locura que me estaba llevando.

 Increíblemente, me dio un beso (un re beso, debería decir), que me dejó atónita. No lo pude creer, pero no me importó, cerré los ojos y me dejé llevar por esa pasión que se desprendió de sus labios.

 Acompañado de esto, sus manos se inquietaron. Empezaron a recorrer gran parte de mi cuerpo sin parar (sobre todo, mis partes traseras, que se convirtieron en sus partes favoritas).

 Con sus enormes manotas, amasó mis carnes de atrás, con mucha lujuria. Las masajeaba con tal desesperación, que casi me rompe la calza. Lo tuve que frenar para que no lo hiciera.

 Entonces, metió una entre mi ropa. Tanteó mi ropita interior, la pasó, la estiró hasta alcanzar mi agujerito profundo, el que ya conocía bien y tanto se cansó de penetrar.

 El dedo anular empezó a escarbar delicadamente en las profundidades de mi culito. Qué rico se sentía cuando me rascaba con tantas ganas en el interior de mi cola, me volvía loca. Mal.

 Entre tanto, sus labios rodaban por mi cuello. Esto provocaba que me incendiara por dentro con cada beso que me propinaba el muy guacho. Me quemaba con este maravilloso fuego.

 Así fue que agarré el elástico de mi pantalón, para luego empujarlo hacia abajo y que se deslice por mis piernas, para dejar al aire mis nalgas redondas, el deseo de mi chico.

 Cuando quedaron para afuera, las moví para los costados, como si fuera un baile rapidito. Me las acaricié y terminé por bajar mi tanguita para que queden desnuditas, definitivamente.

 Agarró uno de mis cachetes y lo hizo para todos lados. Lo pellizcó con muchas ganas, hasta dejármelo colorado, como si fuera un tatuaje. Estrelló la palma. Tremendo ruido hizo.

 Por Dios, ya quería que me la metiera. Se estaba tardando demasiado, pero, por otro lado, una previa bien larga, genera que, el punto más alto de locura, estalle todo como una bomba atómica.

 Se agachó hacia atrás (atrás mío, más puntualmente), para espiar otra vez mi culito, que ya lo tenía bastante fichado. Logró contemplar mis dos cachetes anchos en todo su esplendor. 

 Desde su perspectiva, mi macho, podía observar mi culito gordo entangadísimo, en particular, mis cachetes agitándose completamente para que pueda deleitarse sus achinados ojitos negros.

 Levantó la cabeza y pudo verme dándome vuelta para poder mirarlo por encima de mi hombro. Le hice una degenerada sonrisa, afirmando que ya quería que me pegara la culeada de su vida. 

 Bajó su apretado calzón para quedar con la chota al aire. La tenía re dura, ancha, con todas las venas asomándose a cada costado de su miembro viril, con el glande arremangado de su prepucio.

 Corrió mi tanguita a un costado, metió uno de sus gruesos dedos entre mis cachetes para agarrar el hilo que iba metido a mi cola. Lo dejó apoyado encima sobre una de mis nalgas y arremetió.

 Despacito, y ayudándose con las manos, introdujo su pija de diecinueve centímetros en mi cola golosa. Así, su cabeza abría paso a través de mis nalgas, separándolas, para poder alcanzarlo.

 Con mi mano derecha, se me ocurre la brillante idea de ayudarlo, separando una de mis nalgas. Todo para que el orto se me pueda abrir y resista a los vergazos que estaba a punto de propinarme.

 Ese gritito que antes nombré, lo calentó mucho mas. Mal. Le provocó que me diera unas mas que merecidísimas nalgadas hasta dejármela completamente roja... por puta. Qué rico, papito.

 Otra vez, desde su punto de vista, podía contemplar la excitante labor que llevaba a cabo, al hacerme el orto. Detalladamente notaba cómo entraba y salía con la lujuria que teníamos a cada segundo que pasaba.

 Tomé las riendas del asunto y me puse a moverme para hacerle entrar y salir la enorme pija que tenía colgando adentro de mi cola. Prácticamente, me lo estaba garchando yo, se podría decir.

 Sus manos, solo tenían que posarse al costado de mis nalgas. No importa cuál, solo debía hacerlo y dejarse llevar por el temblequeo que ejecutaba mis caderas hasta escupir su babosa leche.

 No solo iba para ese lado, también me mecía de arriba a abajo, de costado a costado. Tomaba cualquier rumbo que fuese capaz de llevarlo hasta el clímax más álgido del placer. Ese era mi único fin.

 Entre mis gemidos y los movimientos cortitos que continué haciendo con la colita, el chabón no paraba de emitir ruidos sexuales. Se notaba a la legua que le fascinaban, porque lo hice acabar rápido.

 Luego de un rato dándome matraca por la cola, Lucho, la sacó y se empezó a pajear hasta dejar su glande para afuera. Estuvo así unos segundos hasta que llegó al acto final de su momento.

 Yo, entre tanto, no paré de agitar mis partes traseras ante su degenerada mirada. No quería dejar de estimularlo visualmente. Tampoco paré de emitir gemiditos que lo motivaran (aunque no me esté ensartando).

 Por fin, después de una tan larga espera pajeándose, de su uretra salieron disparados violentamente (como si fuera un hermoso balazo) todo el juguito blancuzco que almacenaban sus huevos.

 Sin previo aviso, toda su viscosa leche fue a dar a mis gordos cachetes, los cuales sirvieron para que lo depositara todo y no dejara caer ni una sola gotita al piso. Nada se desperdició, fui su descarga.

 Qué calentita que estaba, me encantó. Lo sentí de inmediato cuando mi piel entró en contacto con su delicioso semen. No se podía negar que había logrado satisfacer a mi hombre en aquel rapidín.

 Ambos cachetes me quedaron empapados totalmente de su precioso néctar. Ni siquiera la tanga se pudo salvar de aquel lechazo, quedó sucia por culpa de aquella escupida salvaje que pegó su verga.

 Todas las gotas que salieron eyectadas de su venoso miembro y que quedaron plasmadas en mi cola, formaron un rastro largo, ya que rodaron e hicieron un largo trayecto por las redondeces de mi culito.

 De la punta de su chota, quedó bien agarrada una gotita que terminó muriendo cuando rocé mi culito con la dichosa punta mientras bailaba. Se la dejé impecable, quedó mucho mejor que antes de culear.

 Todo esto pasaba, por supuesto, al mismo tiempo en el que me limpiaba los anchos cachetitos que conformaban mi colita golosa. Por supuesto, lo hacía con los dedos. Sería pecado, sino...

 Las risas cómplices de ambas partes, se hicieron presentes. La travesura culminó, pero formó parte de uno de los tantos recuerdos que guardo en el baúl de mi memoria. Para siempre, o hasta que se me olvide.



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