El pungarcha.

 Me subo al subte. Estaba hasta la pija. Me paro cerca de una ventana para poder chusmear el exterior. Saco el celu para distraerme un toque. Scrolleo en varias redes sociales. Me aburro, no hay caso. Lo guardo en mi bolsillo trasero del jean más ajustado que encontré. Me quedo parado hasta mi estación.

 En una de las tantas paradas, se sube un salame. Estaba dispuesto a cagarle el día a alguien, pero como era principiante, mucho no pudo hacer. Se empieza a mover para encontrar su víctima en algún lado. Le cuesta, hasta que me encuentra. Solo. Colgado. Inclinado, espiando por las ventanas. Se me acerca. Intenta sacar mi pertenencia tecnológica.

 Yo, siento un pequeño tironcito en el bolsillo de la cola. En efecto, era mi teléfono. Hijo de puta, pensé, me quiere chorear. Pero, en lugar de detenerlo o llamar a alguien para que lo lleve preso, me puse a menearle la cola cada vez más cerca suyo. Claro, como me agachaba, se le alejaba el objetivo deseado de los dedos. Entonces, debía sacar de la manga, su plan B.

 Me doblé tanto, que mi culito se topó con una pared. Nah, mentira, no e9ra una pared, pero sí era algo duro que me entorpecía la idea. Era su pelvis. A pesar de ello, lo meneé a los costados, para que el susodicho se le complicara concretar su maléfico propósito. En efecto, se lo dificulté, ya que, entre lo escurridizo que se volvió mi celu y lo excitante que le resultaron mis perreos, tuvo que desistir.

 En lugar de seguir intentándolo, apoyó una de sus palmas sobre mis partes traseras, sorprendiéndome. Es que... por un lado, no me imaginé que fuera a dar resultado y, por el otro, no me esperé tan rápida resignación del villano de esta historieta. Es más, no solo hizo eso, sino que además, la acarició un buen rato. Luego, la pellizco. Alto atrevido, ahora lo podría acusar de abusador, pero... me gustó tanto que le permití continuar con los jueguitos.

 El movimiento del transporte no ayudaba en nada a calmar la situación. Al contrario, nos pegaba más el uno al otro. Incluso, en un momento, me tiré casi contra una ventana y él, atrás mío, sin despegar su poronga de mi cola. Encima, la tenía durísima el guacho. La sentí toda. Lo único que me atajó, fue el pantalón de mierda que tenía puesto. Hijo de puta.

 Sin darme cuenta, introdujo su mano por adentro del Jean. Primero sentí un cachito de sus dedos fríos escarbando entre mi nalga y el lompa. Luego, se iban metiendo cada vez más, hasta sentir su palma. Más tarde, ya tenía su mano entera descendiendo por mis partes hasta alcanzar el pliegue de la misma. Para finalizar, subía y bajaba por los cachetes de mi cola, con total descaro. Sin miedo a nada (ni al éxito, si quiera).

 La dejó ahí un rato largo, hasta que se dignó a hacer algo más. Como mi remera pasaba mi culo, bajé un toque el pantalón, dejándoselo al aire. Solo debía correr un toque la primer prenda nombrada. Lo hizo. Se frotaba contra mis cachas como un pajero bárbaro. Qué rico se sentía, hasta su calentura la podía palpar con toda tranquilidad.

 Llevé mis manos para atrás, a ver qué onda. La tenía re parada. No era mucho, pero para mí, era suficiente. Calculé, aproximadamente, unos quince centímetros, pero, como ya dije, era suficiente para hacerlo así, a escondidas. Es la ventaja de los pitos no muy grandes. Podíamos hacerlo con toda la carpa del mundo, si queríamos. Total, con todo ese movimiento, ¿quién se daría cuenta, no? ¡NADIE!

 Le bajé la bragueta, lo más que pude, se la acaricié un toque y se le puso como toro. Ya estaba lista para zambullirse a las profundidades de mi ser. Aprovechamos el ajetreo del transporte para chocar nuestras zonas prohibidas. Nos movimos a su mismo ritmo, para que nadie se percate de ello. Era casi imposible, pero valía la pena intentarlo. Encima, este gil estaba re contra entusiasmado con mi culo, por lo que, el nivel de dificultad, acrecentaba.

 Llegamos a mi estación. Le pedí que se acomode la ropa, porque yo haría lo mismo. Tratamos de enfriarnos un toque. Esperamos sobre la puerta. Se abren. Bajamos. A toda marcha, buscamos un baño. Entramos. Por suerte, estaba vacío. Nos bajamos nuestros pantalones, me puse contra el lavamanos, me agaché, abrí la cola. Él se bajó sus cosas, la peló, me abrió la cola con la verga. Me dio masa.

 Me apoyé sobre la pileta para dejarle todo a su disposición. Le facilitaba un montón a su pene para que entre en mi culito abierto, se sentía riquísimo. No podía parar de disfrutar esa deliciosa sensación de él, haciéndome el upite. Por fin nos estábamos descargando estas ganas locas que veníamos guardándonos del viaje.

 Como escuchamos unas voces que venían del mijitorio, nos vestimos rápidamente e hicimos de cuenta que nos estábamos lavando las manos. Acá, no pasó nada, amigo. Así fue, eran dos chabones que estaban meando. Se acercan a nosotros para lavarse y se van. Al fin volvemos a quedar solos, la puta madre.

 Nos dirigimos corriendo al sector de los mijitorios, otra vez deslicé suavemente lo que tenía puesto. Me agaché. Me apoyé sobre la pared donde no habían colocado uno de los urinales, obviamente. No soy tan chancho petero. Le dejé abierto mi culito, preparado para que lo embarre todo lo que quiera. Era suyo completamente.

 Otras voces se escuchaban que se aproximaban. Era de afuera. Nos hartamos. Nos metimos a los cubículos de los inodoros. Nos fijamos que no hubiera alguien. Por suerte, la gran mayoría lo estaba, así que... elegimos el primero que nos pintó y nos metimos corriendo. Yo, con el culo al aire. Él, con la pija en la mano. Nuestros pantalones por las rodillas. Y sí, no queríamos volver a hacer otro trámite con las prendas.

 Me puse con las manos contra la pared (el inodoro en medio), paré la cola y la entregué. Sí, solo debía hacer eso. Él me agarró el tirapedos, se agarró el canario con la otra mano y me empezó a dar masita sin parar. Ahora sí, no teníamos excusa para ser los más chanchos, podía enterrármela cómo quisiera. Sin interrupciones.

 Contra la puerta también me puso. Apoyé las manos sobre la parte superior de la misma y, por el poco espacio, me penetró como quiso. Era como un rapidito, ya que no tenía mucho lugar para sacarla toda. Encima, me la mandaba al toque. Sus manos fueron a mi cintura. Chocaron contra mis nalgas de manera descomunal. Quería más, me ponía como una putita.

 Como se movía mucho la puerta por nuestros movimientos, llamaría la atención, así que... cambiamos de lugar. Ahora nos fuimos a la pared contigua. Ahí tenía espacio para poner mis manos donde quisiera. Encima, podía llevar más atrás su cuerpo, para darme más duro. Tenía absolutamente todas las ventajas. Nos debimos haber puesto ahí, desde un comienzo.

 Él ya estaba adentrándose en la zona cúlmine de placer. Una vez que pasás este punto, debés saber dónde tirar todo el semen. Pero a este chico, le chupó tres huevos y siguió dándome murra. Hasta llegué a pensar que era de tiro largo (o sea, le llevaba tiempo acabar). Pero no, estaba a nada de sucumbir su hermosa chota.

 De pronto, una de sus estocadas se convirtieron en las últimas. Porque sí, cada que me daba, se derramaba su jugoso semen en mis interiores. Me dio como cinco más, para volcar todo lo que venía acumulando. Fue un montón. Hasta cuando la sacó de mi culito, seguía saliendo. Me llegó a manchar una gamba.

 Nos vestimos y salimos del baño. Caminamos un par de metros hasta llegar a la boca del subte. Subimos la escalera, lo saludé y partimos cada uno por nuestro camino, ¿podés creer que, al final, no logró quitarme el celu, pero sí dos billetes que tenía sueltos por ahí? Sorete mal cagado. No lo quiero ver nunca más.



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