Si-esta putita te deja dormir.

 Una de las tardes que intenté dormir una deliciosa siesta en la casa de mi tía, me dejó este maravilloso relato que voy a contar a continuación. Espero lo lean y se deleiten con lo que voy a comentar. Procuraré no omitir detalles.

 La música sonaba muy fuerte en el cuarto que se me asignó, es que el vecino estaba alegre. Se ve que estaba bien jodón aquella tarde. Así que... me levanté de aquella cama y me fui como estaba a la pieza de mi primo Nahuel.

 Ni bien abrí la puerta, me encontré con Nahu durmiendo de lo lindo. Alto hijo de mil. Claro, era por eso que me lo habían dado. Era porque daba a la casa del vecino más molesto que podría tener la bendita cuadra. Qué castigo.

 Me acerqué a él para hablarle, pero no de su lado, sino del que me acostaría en caso de aceptar. Me apoyé con las manos sobre aquel lecho, puse las rodillas encima del vacío espacio y le susurré las palabras que siguen a continuación:

 -"Nahu... Nahu... ¿Puedo dormir con vos? Porque el vecino está escuchando música y no puedo dormir".

 Un dormido Nahuel, que no entendía nada, alcanza a abrir los ojos y, a duras penas, notar mi presencia, el cual medio que lo espanta. Entonces, atinó a pronunciar somnolientamente, como podía, la siguiente respuesta:

 -"¿Eh...? Eh... sí, sí, no hay problema. Apagá la luz y vení", dijo golpeando el costado en el que debía acostarme.

 Le hice caso sin dudarlo, después de todo, es su casa. Entonces, me dirigí corriendo al lugar de la pared en el que se encontraba el bendito switch, lo presioné, apagué la luz y volví corriendo de nuevo a la cómoda cama.

 Me tiré de palomita sobre la cama. Claro, como hacía calor, no hizo falta que me tape con sábanas, ni nada. Simplemente, era arrojarme allí y dejarme arrastrar por el sueño, pues, el silencio que habitaba en la pieza, era el perfecto.

 Boca abajo me acomodé en aquel gigante lecho. Con mis nalgas apretadas por mi putishort señalando hacia el techo. Abracé la almohada lo mejor que pude y cerré los ojos de una, todo para entregarme de lleno al señor sueño.

 Pasaron los minutos, no podía conciliar el sueño. Me frustro. Puta madre, ahora que estaba en un lugar tranquilo, donde no había nada, ni nadie que me despertase abruptamente, vengo a estar así. Puteé en mis pensamientos en todos los idiomas.

 Miro la hora desde el celular, era temprano todavía. No habría pasado ni media hora. Sigo frustrándome por el aburrimiento. Es que quería salir aquella noche y tener la cantidad menor de fiaca posible. Qué porquería, che. En fin.

 Giro la cabeza hacia el otro lado, ¡CHAN! y puedo verlo a Nahu dormido, pero con la pinchila al aire. Tremenda pija tiene el hijo de puta este, pensé. No se da una idea, querido lector, del agua que corrió por mi boca. Me mojé toda.

 Estaba entre la tontera de "recién despertarme" y el asombro de ver semejante desnudez de la nada. Algo totalmente inesperado que, andá a saber cómo sucedió. Pero ahí estaba, no me iba a quejar ni a palos de la vista que me dio.

 La tentación que me agarré, fue inmensa. Del tamaño de sus veinte centímetros, aproximadamente. A pesar de tragar la saliva que humedecía mi boca, otros litros se avecinaban en su reemplazo. Fue tremenda la sensación.

 Echo una mirada extensa a su pija, luego a él para ver si estaba despierto o se hacía el dormido. Entonces vuelvo a apoyar la cabeza en la almohada, porque la ansiedad me invadió. No sabía qué hacer. Las manos perdieron el control.

 Entonces, me puse de costado, frente a él. Estiré mi mano derecha lo más lento posible. Con carpa. Le tanteé la verga con toda la suavidad del universo. Llevé las yemas de mis dedos por la parte inferior de su sedoso miembro.

 Mientras tanto, vigilé tenazmente que no abra los ojos. Al ver que no pasaba aquello, porque parecía que se había dormido como un tronco, pero mal, continué con mi osada investigación en sus zonas más privadas.

 Luego de soltarla, por si se despertaba, volví a posar mi mano sobre ella. La acaricié con mucho amor. Le pasaba los dedos haciéndole lindas cosquillitas que parecían gustarle, ya que se le movía el amiguito a mi primito.

 Un poco más cebada, me la jugué y le mandé mano como loca, hasta sus hermosos huevos. Quité del medio a unas sábanas molestas que intentaban tapárselas un toque y continué con mi jueguito loco. Qué rico, mi amor.

 La agarré y la alejé de su pancita. Dios mío, lo que era ese pingón. Quedé boquiabierta. No solo era bastante grande, también era gordísima. No lo podía creer. Parecía la pija de un negro africano. Una locura lo que acababa de ver.

 Saqué la cabeza de la almohada y la dirigí hacia él, para ver si se había despabilado. Nada. Estaba más dormido que nunca. Hasta llegué a creer que alguien lo había sedado por alguna razón extraña. Pero no, solo dormía... como un bebé.

 Volví a agarrársela con toda la impunidad del mundo. Corta la bocha. Lo empecé a pajear. Sin asco. No tenía sentido seguir perdiendo el puto tiempo. Le bajaba el cuerito despacio, dejando completamente desnudo su glande gordo y rosado.

 El chaboncito, pese a todo esto, seguía en el quinto sueño. Parecía un muerto. Solo se movía para cambiar de pose la cabeza (la de arriba), pero... muy a penas. Eran unos escasos centímetros los que se movían de un lado al otro.

 Ya fue, pensé, me la voy a jugar. Entonces, estiré el cogote en dirección adonde se encontraba su hermoso pene. Me tiré como si fuera una porción de pizza y yo estuviese muriéndome de hambre. Igual, así mismo, como una jirafa.

 Abrí la boca bien grande, haciendo "¡AH!", como si me fuera a comer toda la pizza completamente. Sí, así, como una terrible golosa, cuya hambrita, me llevó a devorármela de un bocado, sin dejar ni una miga arrojada tirada al suelo.

 La probé. El primer bocado que le di, fue un deleite. Cuando quería salir de allí, mis labios palparon cada centímetro de la impecable piel de su verga. No tenía pelito, era suavecito. Sería un pecado prohibirme de tales sensaciones culinarias.

 Tras echarle una mirada y notar que seguía sedadísimo, volví la vista a su nepe y me sumergí a las placenteras aguas de las delicias, donde me ahogué con una sonrisa de oreja a oreja. Felicidad plena, se podría decir sin miedo a equivocarme.

 Me puse lo más cómoda posible. De forma casi diagonal, como para no molestarlo a él. Todo con tal de estar bien cerca de su hermoso amiguito y podérsela saborear con total bienestar, de todos los ángulos habidos y por haber. 

 Proseguí con la tarea que nadie me asignó, pero que yo asumí igual; la de comerle cada centímetro que contenga ese precioso porongón de casi veinte centímetros. Me tenía como loquita. Desde ese momento, se convirtió en mi golosina favorita.

 Ya no sabía qué hacer con tanta carne. La agarraba de la base, me la metía hasta donde podía. En general, me faltaban tan solo unos poquitísimos dedos para alcanzar a comérmela toda. Creo que me convertí en una verdadera devoradora de penes. 

 Incluso, traté también, de soltarla para apoyar mis manos sobre la cama. Esto, me permitiría ver de manera irrefutable, hasta dónde era capaz de deglutir. Había bastante espacio en mis interiores, ahora sí estaba completamente demostrado.

 Se movió, ¡MIERDA!, su pierna cambió de sitio. No puede ser. Me quise matar. Tuve que volver a mi antigua pose en el que estaba poco antes. Tuve que sosegarme. La puta madre, con lo bien que la estaba pasando. Pero bueh... fue solo una falsa alarma.

 El chabón siguió roncando... ¡OTRA VEZ!, así que... luego de espiar un rato, continué con el maravilloso deber de ordeñar a este magnífico espécimen de toro. Así es, no aprendí un carajo pese al cagazo que me agarré cuando se movió.

 La tirada de goma no paró nunca, ni por un segundo. Se la comí sin parar, pero no dejé, ni para descansar mis quijadas, sobre todo al notar que no había manera alguna de que reaccionara. Parecía que lo habían dopado, pero mal.

 Solamente me detuve en el preciso instante en el que escuché un ruido extraño que provenía de su cabeza; era un ronquido, por suerte. Alto susto me pegué, pero tampoco eso fue suficiente para que le largue el pedazo.

 Cerré los ojos y, mientras le hacía el mejor pete de la existencia, mi cabeza se transportaba a otro lugar. Un paraíso de sensaciones únicas. Qué deleite. No sé si eso era por lo enorme, lo gordo o la situación que me ponía más caliente que nadie.

 Otra vez la solté para poder hacerle una buena garganta profunda, por segunda vez, creo. Solo que, en esta oportunidad, era de esas que te permiten disfrutar de ese momento ultra pornográfico que nos involucra a ambos.

 Tosió. Me espanté. La saqué de mi garganta justo en el mejor momento, en el momento del mayor éxtasis que me estaba pasando por la cabeza, maldita sea. Me la re bajó. Pero no importa, no debía notarlo, ¿o sí?

 Puta madre, no le solté la pija. Recién ahí me percaté, cuando el chabón ya se estaba despabilando. Iba a darse cuenta que lo estaba pajeando, elementalmente. Pero algo, que no sé qué será, no me dejaba soltársela. Estaba pegada a ese maravilloso miembro.

 La almohada era mi coartada. Mis párpados eran mi refugio para fingir demencia. Era la excusa perfecta para hacerme la que no tenía ni idea, pese a que era mi mano y seguía siendo parte de mi cuerpo. No se había separado aún.

 Volví a mi verdadera labor, lo que en verdad se me daba bien; chuparle la pija a cualquier macho hermoso que me enloquezca los sentidos, sobre todo, cuando tienen un aparato más que interesante, ya saben, de los que me gustan. Guiño, guiño.

 En medio de esa revolución hormonal, el loquito se despierta y me encuentra en pleno acto oral. La bajó re mal, bah... fue un momento de sentimientos encontrados, ya que sí lo quería consciente, pero también me morboseaba lo que le estaba haciendo.

 Me hice la asombrada, la que no lo podía creer, pero... sinceramente, la actuación no es lo mío. Creo que se dio cuenta al toque, incluso sabiendo que uno está medio pelotudo ni bien abre los ojos de un largo y tendido sueño.

 ¿Qué hacés, Gaby qué estás haciendo?, me pregunta con una sonrisita rara, medio de cómplice (sí, yo sé que se hacía el logi, me di cuenta de que le había copado la idea, le saqué la ficha al toque al picaroncito este).

 Después de hacerle como un sifón (¡SHHH!), le pedí que se relaje y disfrute de mi trabajo oral. Por suerte, me hizo caso. Recostó su cabeza (la de arriba) y se entregó completamente a mi ardua labor de deslechar todo lo que venía conteniendo hasta ese instante.

 Al verlo bien acomodado, me enfoqué en lo que nunca debí dejar de hacerle: el pete furioso este. Me metí su verga en mi boca como por cinco o seis oportunidades seguidas, sin parar. De nuevo. Con más razón debía llevarlo al punto más álgido del placer.

 El chaboncito, por alguna razón, se tapaba la cara con ambas palmas, como si no pudiera creer la bendita situación que está viviendo. Una cosa de locos, la verdad, porque, con lo bueno que está él, esa debería ser yo, sin dudas.

 Ignoré esa actitud, porque, sinceramente, me hubiera causado gracia y no quería eso. Yo quería sacarle el mayor provecho a esa situación, para dar lo mejor de mí; ya sea un maravilloso pete o una espectacular culeada al entregarle el culo.

 A lo último, puso los brazos como formando un triangulito para usar sus palmas como almohadas. Eso sería el epítome del placer más puro y sincero. No hacía falta si quiera, de preguntarle si le estaba gustando o no. Creo que no era necesario.

 Un escupitajo violento y bien cargado, salió de mi boca y cayó directamente en su glande. Luego de eso, observé que caminó desde ahí hasta la mitad de su pija, dejando así, un sabroso rastro calentito de baba por detrás.

 No esperé ni una milésima de segundo más para llevar a mi boca todo ese manjar empapado por mí. Me ayudaba con mi mano derecha a darle más estimulante natural al mismo tiempo que se lo daba con mis labios gordos.

 Nahuel no se quedó quieto, querido lector, quiero denunciar eso. Primero, la quiso apoyar encima de mi nuca, para ahogarme con su carne. Pero amagó. Entonces, algo más gordo lo tentó en el camino: eran mis dos nalgas de chancho.

 ¡PLAF!, sonó la más que intensa palma de este chongazo, cuando chocó contra mis cachetes. Qué puntería. Lo peor, es que no se quedó ahí, no. Dejó su mano allí mismo y la meció de un lado al otro un lindo rato largo.

 Eso me excitó mucho más (exageradamente más), lo que me llevó a tener que, instantáneamente, hacerle un terrible pete, el mejor pete de su vida. Le solté la pija y solo era sostenida por mi boca, cuando entraba y salía de mis cavidades internas.

 Nada más dejé un cuarto (o quizás menos) de su pija fuera de mi jeta. Qué buena garganta profunda fue esa. Tanto así, que le hice abrir los deditos de los pies sin querer. Los pelitos de todo su cuerpo se le erizaron al toque. Magia pura.

 Sacó su mano de mis glúteos, para ponerla en mi nuca y guiarme en el camino a deglutirle el "nepe" en tiempo y forma que él quería. Pero fue solo por un instante, desgraciadamente, es que yo deseaba que me siguiera ahogando sin piedad.

 Mi cintura fue su tercer lugar favorito en el camino entre mis nalgas y la nuca. No lo puedo negar, eso también me gustó. No me excitó tanto como la nalgada, pero sí me parecía un mimo fuera de lo que sería algo sexual. Un divino.

 El hijo de puta este, la tenía tan grande que me llegaba a empujar la campanita si la llevaba un toque hasta el fondo. Ya no te digo si me la mandaba entera (o lo más que podía) hasta las profundidades de mi ser. De hecho, me dio arcadas un par de veces.

 Sus gemidos fueron lo segundo que me volvieron más putita. Se perdía en los gritos y no le importaba, eso era un hombre, carajo. O sea, tampoco es que fuesen tan avergonzante, pero no todos se liberan de esa manera (ante mí, al menos).

 Al verme portándome como una verdadera zorra, me azotaba con la mano bien abierta. Lo que generaba que resonaran mis nalgas a la vez que chocaban contra sus palmas. Era bien rico cuando lo hacía, me ponía bien putita.

 Los gemidos de putita que yo emitía con cada golpe que me propinaba en los cachetes, lo calentaban más y nos acercaba considerablemente más, al tan apreciado momento en el que su pija regurgitaría enfrente de mi cara.

 Se cansó. Se levantó de la cama abruptamente, apoyó una rodilla sobre la cama, me llamó a que haga lo mismo y, así, sin más, se entregó de lleno al máximo placer que pudiese proveerle cada hoyito que tenga mi cuerpo.

 Por mi parte, yo me puse en cuatro patas sobre esa confortable camita, lo más cerca a él que pudiese. Le eché una miradita de pajera desde allá abajo. Abrí la boca e hice la labor a la que me había encomendado desde un principio.

 Desde su perspectiva, no solo podía gozar de lo que le diese mi boca, sino que, además, podía contemplar con toda claridad, el panorama que le otorgaba mi diminuto pijama, el putishort que me puse para aquella ocasión.

 El degeneradito este, podía notar con toda impunidad cómo, en esa atrevida posición, mis glúteos se abrían de par en par, como la flor más delicada que, en primavera, espera ser llenada por un pícaro aguijón de una abeja solitaria.

 Solo me balanceaba de adelante hacia atrás para poder comérsela. No usé las manos. Las puse sobre un extremo diferente el uno del otro, para poder cabecearlo mejor. No sé por qué carajo me gusta tanto hacer eso, pero bueh... solo me queda decir que estaba suculenta.

 Desde ese punto estratégico en el que me encontraba, además de todo lo ya narrado, pude darme cuenta de que sus venas se empezaban a brotar cada vez más en la superficie de su alargadísimo pito. Eso es una buena señal, tengo entendido. 

 Pese a que no era tan fácil llevar a cabo aquella pose, al chabón le encantaba. Lo hacía ver las estrellas, según me contaba (bah... cuando podía, ¿no?). La estaba pasando demasiado joya el chaboncito. Eso era lo más importante, creo yo. 

 Debido a la jugada postura que empleé, parecía que estaba ejercitando el cogote. Como siguiera así, iba a tener una nuca muy musculosa. Me iban a decir "la Schwarzenegger", pero de los cuellos. Una pelotudez mal que acabo de flashar.

 Por fin me avivé, puse mis manos por debajo de mi pecho, pero con los brazos extendidos, para estar un toque más cerca de su pija y que me sea más fácil hacerle un buen petardo a este pobre hombre. Se lo merecía, fuera de joda.

 Qué manera de cogotear la mía, Dios mío. Qué barbaridad, qué petera, por favor. Qué orgullosa debería sentirme. Porque, fuera de joda, no sé cuánto tiempo habrá pasado. Calculo que... fácil, habrán pasado unos diez minutos. Fácil.

 Bueno, en fin, Nahu se empezó a aburrir desmesuradamente del peteco que le estaba haciendo y, para ser sincera, yo también, la verdad. Así que... llegó la hora crucial, la hora de entregarle la burra. La hora del fantástico delicioso.

 Me dijo que me pusiera en cuatro patitas. Le hice caso, obviamente, ni lo pensé. Él, se puso detrás mío ahora y, con ambos codos apoyados sobre la cama, le entregué el orto para que hiciese lo que más quisiese con él.

 Me despojó de absolutamente todo; de mi shorcito, de mi bombachita, de todo lo que pudiese estorbar entre su pingo y mi rayita. Para colmo lo hizo de una forma muy degenerada, es que las ganas lo superaron y eso fue lo que hizo.

 Qué rico era sentir cómo su pija entraba y salía de mi culito, lo golpeaba con su pelvis cuando la mandaba hasta el fondo. Primero, me lo hacía lento, pero, una vez que ya estaba canchero, apresuró un toque más el trámite.

 A pesar de que sus pesadas manos me empujaban más hacia la cama, que se apoyaban sobre el costado de mi cintura, el tipo nunca dejó de taladrearme el ojete. Se caía junto conmigo. Nos dirigíamos los dos hacia las llanuras que otorgaba la cama. Ja, ja, qué irrisorio eso.

 Pero eso no fue para siempre. En cierto instante, me dio otra nalgada más como diciendo: "Dale, bebé, levantá el culo de ahí". Le obedecí y lo elevé a su misma altura como para que siga serruchándome el orto sin parar, tal como venía haciendo.

 Nos fuimos contra el ventanal gigante que proporciona luz a su habitación, era una que daba justo hacia el enorme patio que tenía el vecino, me puso con la cola abierta delante suyo y le entregué la rosca una vez más.

 Este era mucho más delicioso (a mi juicio, claro está), ya que, no solo podía sentirle mucho mejor el pedazo en la cola, además, juntos hacíamos un pequeño ritmito, el cual emitíamos cuando nuestra piel chocaba incesantemente.

 Habrá estado dándome matraca así, por lo menos, unos cinco minutos más. Hasta que, el muy maldito mientras apoyaba mi nuca sobre su firme hombro, me susurró cosillas muy desubicadas, las mejores que podía escuchar. Ah... y además, que quería acabar.

 La sacó de adentro de mi orto ni bien terminó de pronunciar estas palabrotas y, mientras esperaba a que me diera vuelta de una vez por todas, se empezó a acogotar el ganso sin compasión, mirando el culito gordo que se estuvo cogiendo en este corto lapso.

 "Dame tu lechita", le suplicaba casi de rodillas, mientras le ponía una voz de bebita traga semen. A su vez, le sacaba toda la lengua para mostrarle dónde quería que la deposite. Sí, allí mismo. Que no desperdicie nada.

 Su leche, efectivamente, comenzó a salir a borbotones de su miembro ni bien apoyó el frenillo en la punta de mi lengua. Parecía una manguera eso, más que una pija. Tremendo lechazo le salió. No paraba de saltar encima. Qué deleite.

 Salió tanto de ahí, que algo se derramó. Re tonta, debí haber cerrado un poco la boca, pero no lo pude evitar. Debía pasársela para estimularle más la pinchila y animarlo a que saque toda la que se venía guardando en este tiempo.

 No me aguanté y se la tuve que besar, querido lector. De paso, también aproveché de hacer eso, para evitar que se siga derramando más aún su rico juguito lácteo. Lo tenía todo calculado, obviamente. La experiencia, papá.

 Tras esto, me la pasó como si su verga fuera un rico rouge, siguiendo las formitas que tienen mis labios. Qué rico resultó eso. Me encantó, pero yo solo atiné a robarle más besitos a esa chota preciosa. No me pude contener las ganas.

 La sacudió un poco sobre mi lengua y esto generó que me salpicara un toque más (se sintió un sonidito y todo cuando hizo esto). Es que, en la puntita, las gotitas seguían quedando, no se querían ir más... y las comprendo. Yo tampoco querría.

 El delicioso sabor de su manjar, me llevó a querer limpiarle más la chota. Quería hacerle ese honorable favor. Creo que le quedó lustradísima, brillosa. Me podría ver reflejada en él, si tan solo me hubiera propuesto a mirarme.

 Una vez impecable su rico sable, me dispuse a lavarme a mí misma en las partes donde habían caído algunas gotitas rebeldes. Como por ejemplo, en una de mis gomas se había estrellado una maldita, pero no era nada que no se solucione con un rico lengüetazo.

 


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