Consolador de carne.
Después de una ardua jornada intentando arreglar su casa, a mi vecino, Juan, se le da por tirarse en el sofá más cercano que encontró. En ese verdoso oscuro, que tanto le permite relajarse rápidamente.
Luego de unos segundos cerrando los párpados, empieza a escuchar unos sonidos raros que, a medida que se iba acercando al lugar de origen, los iba escuchando mucho más nítido, hasta distinguirlo.
Eran gemidos, claramente, y provenían del departamento contiguo al de él. Apoyó la oreja en la pared para poder encontrar el lugar preciso en el que se generaban aquellos ruidos... como era de esperarse.
Al finalmente encontrarlo, se da cuenta que hay un curioso agujerito muy cercano al sitio, acerca el ojo y halla más de lo que buscaba. Como dice la dichosa frase: Vino buscando cobre y encontró oro.
La secuencia con la que se encuentra, es a mí, bailoteando como una loca. Movía la burra frente a ese agujerito indiscreto de un lado al otro. Hacía que ambos cachetes se chocasen el uno con el otro.
Subía, bajaba. Arriba, abajo. Izquierda, derecha. Iba para todos lados, sin discriminar. Incluso, separé mis nalgas con ambas manos para que quede mi agujerito al aire y se refresque un poco más.
Seguido de eso, me di una buena nalgada que se habrá escuchado en todo el edificio. De hecho, me dejó los cuatro dedos marcados en el moflete derecho. Muy fuerte me lo di, pero no me importó. Seguí.
Luego, en escena aparece un hermoso consolador blancuzco de unos diecinueve centímetros aproximadamente, embadurnado completamente en lubricante, que va de cabeza a parar a mi cola.
Primero lo rozo contra mi colita hasta que me excite lo suficiente. Después, apunto hacia mi ano y, por último, empujarlo hasta el fondo. Se sintió muy rico. Ahora, estaba mucho más caliente que antes.
Frente a los ojos de Juan, había una imagen bastante jugada. Se trataba de mis dos cachetes resaltando por los costados y mi mano, en el medio, intentando penetrarme con el dildo que me quería meter.
Una vez que me lo introduzco dos veces seguidas, me la saco y, justo ahí, pudo admirar en todo su esplendor a mi culito goloso. También vio la capacidad que tenía. La profundidad del mismo.
Lo agité de nuevo, de un lado al otro, pero, en esta oportunidad, lo hice un poquitín más fuerte, para que se muevan las carnes. Era como si estuviera bailando alguna canción que solo sonaba en mi cabeza.
Pegué al suelo a Darío (así se llamaba el consolador, era en honor a quien me lo regaló, por supuesto), lo agarré con una mano y lo guié por el camino del placer, el que lo llevará derecho al placer.
Debido a lo abierto que lo tenía y a lo empapado de gel que estaba, entró con suma facilidad. Mi culito no ofreció mayor resistencia. Por el contrario, le dio todas las comodidades esperadas.
Ahora, solo debía bajar despacito para que se haga la magia. Eso fue lo que ocurrió, mi orto se devoró más de la mitad del muñeco de plástico sin chistar, sin hacerme doler ni un poquito. Solo gemí.
Reboté un par de veces de corrido encima. No paré. Gracias a eso, agité el bote también. Mis carnes se movían como si un terremoto se hubiera apoderado de mí. Estaba como una loca mal.
Fue tan goloso mi hoyito, que, por momentos en los que bajaba, llegué a sentir la fría cerámica con la puntita de mis cachetes. No me importó, seguí concentrada en brincarle a Daro por un rato más.
Tras ver toda esta impertinente secuencia, los pantalones apretados de Juano, caen de la nada contra el suelo. Los bóxers los imitan y, sin perder ni un segundo más, la paja no se hizo esperar.
Se agarró la pija y, mientras hacía el cuerito para atrás, empezó a hacerse una buena paja observando cada detalle de lo que sucedía del otro lado de la pared. Estaba completamente endemoniado el hombre.
Mi orto seguía en la suya, subiendo y bajando a lo largo del tronco plastificado de mi amigo. No paré, ni aunque se me zafara del agujero. Lo volvía a colocar y continuaba metiéndomelo hasta el fondo.
Muchos sentones más tarde, me lo saqué del ojete para elevar mi culito bien alto y allí mismo, lo sacudí una vez más. Como si fuera a quitarme así, algunas gotitas de algún líquido que tenía. Locuras mías.
Estaba transpirando a raudales, necesitaba darle un descanso a mi asterisco. Entonces, desfilé hacia la heladera, que estaba ahí nomás, para buscar algo de agua que me sirva para hidratarme un poco.
Abro la heladera, me agacho y, debido a la pose que necesitaba hacer, mis nalgas se volvieron a separar para poder dejar al descubierto a mi agujerito goloso ante los ojos curiosos que estaban en frente.
Entre tanto, una mano atrevida, atravesó el huequito de la pared, sujetó firmemente a mi amiguito de plástico y se lo robó. Obviamente, era Juan, mi vecino, que algo estaba tramando y ahora lo averiguaré.
El curioso buraco, fue taponeado por una hermosa chota gorda, levemente inclinada y algo venosa, que lo atravesó sin ningún problema. Era como si fuera hecho especialmente para su fiel amiguito.
Yo, en aquel momento, no me percaté en lo absoluto. Tan solo agarré la botella de agua de la heladera y encaré al lugar donde estaba para encontrarme con mi compañerito y darnos un segundo round.
Al llegar, no pude hallarlo por ningún lado. Me quise matar, empecé a las puteadas limpias, revoleando todo lo que se me cruce. Insulté en todos los idiomas. No podía estar lejos, pensé. Debía estar por ahí.
Levanté la cabeza para buscarla mejor con la vista, hasta que la encontré, perfectamente pegada en la pared, o, por lo menos, eso pensé. Entonces, me le acerqué y, sin dudarlo, continué con lo mío.
La tanteé un toque. Estaba seca. Así que la escupí un poco y fui para buscar mi gel lubricante personal. Lo encontré en la mesita de luz y la acerqué al hermoso miembro que estaba pegado en la pared.
Apreté el pomo y le eché un poco sobre la parte superior del amiguito delicioso. La froté hasta humectar lo suficiente, como para que quede lo suficientemente embadurnada. Sin dejar zona sin mojar.
Una vez terminado este lujurioso ritual, volví a agarrarla para guiarla de nuevo directamente hacia mi hoyito goloso para alimentarlo un poco más. Abrí mi culito y permití que se adentrara solito.
En cuanto estaba todo listo, la verga entró sin problemas. No sé si fue porque mi ano ya estaba más abierto que un portón, o porque el mismo gel surtió el efecto necesario. O ambas, quizás.
Detrás de las angostas paredes, se escuchó un rico quejido muy varonil, algo que se oyó como el resultado de que se haya adentrado en mis apretaditas carnes anales. Como un orgasmo, o algo así.
Al principio, no le di bola, pero se daba cada vez que me penetraba. Era demasiada coincidencia. No soy tan idiota como para no percatarme de que algo no encajaba ahí... o mejor dicho, sí encajaba.
Pese a eso, no le di bola y continué metiéndome el consolador hasta lo más profundo de la cola. Le seguí dando de comer como si nada pasara. Era una boludez, pensé. Ya estaba en el baile, debía bailar.
Subía y bajaba a lo largo de esa garcha hermosa. Me hacía estremecer de lo rico que se sentía cuando se adentraba a mis profundidades. Me encantaba. Era como si me rascara y me picaba la cola mal.
Empecé a aumentar la velocidad, de a poco. Con ese feroz incremento, también se sumó la violencia con la que le propinaba mis culazos al descender. Esa misma fricción nos deleitaba los sentidos.
Básicamente me movía yo, golpeándole fuerte la pija. Le rebotaba encima con muchas ganas, se podría decir. Tanto así, que crujían mis cachetes tras estrellarse. Me daba ricas nalgadas, pero a la inversa.
De costado empecé a moverme, lo hacía de lado a lado, con fuerza, como si tuviera un lindo terremoto en el orto. Esto le retorcía la pija mal. Lo volvía loquito. Al fin probaba ese método el muchacho.
Enroscaba hasta llegar a la base del pene (o por lo menos, intenté hasta donde pueda llegar), para, una vez habiendo llegado bien hasta el fondo, empezar a darle unos duros culazos de nuevo.
De pronto, de la nada misma, una seductora voz oscura, como si viniese de ultratumba o algo así, que provenía exactamente del otro lado de la pared (o eso me pareció en ese momento), me dijo:
-"Despacito, bebé, que me vas a sacar la leche".
Yo, medio asustada, pero ya estaba en medio del baile, le contesté con un dulce "¡acabame!". Después de un microsegundo, ya no me importaba nada, solo estaba deseosa de una rica mema masculina.
Así fue, cumplió con la promesa que me hizo. Tras esas divinas palabras mágicas, aceptó el desafío y siguió el corto camino por el que venía atravesando y que tan poco le quedaba para su fin.
Violentamente su pene expulsa el más exquisito jugo de hombre, que fue a dar al interior de mi culo. Salió a chorros, como si fuera una canilla que fue abierta y que tenía demasiada presión.
Recuerdo que, del hoyito de mi culito, se desprendían unas gotas, como si se tratara de la gotera de una casa.. y a los costados, en mis cachetes, había un manchón blanco en cada uno. Alto enchastre me dejó.
Al toque quitó la verga del agujerito de la pared, como diciendo "nos vimo en Disney". Se borró, pero me dejó un lindo recuerdo en la cola que jamás podré borrar... y no me refiero a aquella rica mancha.
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