(Otra vez) Me fifan en el FIFA.
Esto pasó una calurosa noche de música, charlas, risas, birra y videojuegos en lo de Santino, mi lindo compañerito de laburo.
Después de unas zarpadas risas acompañadas de unos buenos tragos de birra y fernet mientras teníamos algo de música de fondo, nos pinta jugar un par de partiditas en el FIFA.
Nos acomodamos bien en el maravilloso sofá de Santi, ponemos nuestros culitos allí, prendemos la play y, ¡a jugar se ha dicho!
En el primer partido que jugamos, le propiné tal paliza, que le dolió en los huesos. Mal. Fue terrible goleada la que le pegué. Casi todo el partido fue mío, se podría decir. CASI.
-"Me ganaste de pedo", balbuceaba con bronca, mientras arroja el joystick algo lejos.
-"¿Cuál pedo, nene? Si te gané 5 a 0. Parecía una masacre, más que fútbol", le exclamé enervada.
-"Te tuve lástima y te dejé ganar. No quería que sigas llorando", comentó el tonto, a las risas.
-"Bueno, si sos tan bueno, hagamos una interesante apuesta entonces, ¿sí?", le propuse.
-"Uy, dale, ¿pero no vas a llorar si te digo lo que quiero?", cuestionó el tarado este.
-"No, apostá lo que quieras, te doy permiso de que me pidas lo que quieras. Decime", lo desafié.
-"No, arrancá vos, primero las damas. Aparte, a mí, no se me ocurre nada. ¿Qué querés?"
-"Si yo gano, me das veinte lucas", le dije. Obviamente, veinte lucas, era una buena plata.
-"DALE. ¿Me podrías pasar la cerveza que está ahí?", me pide, mientras señala la que está en la mesita ratona.
Obvio que lo hice, levanté la colita unos pocos centímetros del sofá, para estirarme y poder alcanzarle la botella de alcohol que tanto anhelaba tener entre sus manos el pobre señorito.
Como estaba con una remera algo larga, que me quedaba casi de vestido, el chaboncito, pudo espiar mi culito entangado en primera plana.
La diminuta tanga negra que me había puesto para aquella velada, se asomaba ligeramente por debajo de la remera, con toda impunidad. Faltaba que le tire un besito nomás.
Entonces, surgió un corto lapso de silencio en el que tomó algo de aire y obtuvo el valor suficiente para pronunciar las siguientes palabritas:
-"Ya lo decidí. Si gano yo, me das ese orto gordo que tenés y te tragás toda mi leche, ¿dale?"
-"Uh, siempre lo mismo vos, eh? Qué pajero de mierda que sos", le comenté algo frustrada.
-"Pero vos me dijiste que podía apostar lo que quiera", contestó el sinvergüenza haciéndose el inocente.
Como estaba segura de que me lo abrocharía otra vez, pensé en qué gastaría esas veinte lucas, lo medité unos pocos segunditos y, pese a las palabrotas que me dedicó, le dije lo que sigue a continuación:
-"Ok. Sí, dale. Apuesta aceptada", mientras le daba el apretón de manos más seguros que di en la vida.
En el primer tiempo, como él hizo los dos primeros goles, me hice la que me estiraba a buscar birra para mostrarle otra vez mi culito y distraerlo. Paré la colita y le quedaron mis cachetes a nada de su cara.
Esta trampita, permitió que, efectivamente, él girase su cabeza a ver y se pueda desconcentrar para poderle meter mi primer golcito por fin.
Festejé a los gritos, saltando, como si hubiera ganado el partido y me debiera plata el muchacho. Todavía faltaban bastantes minutos del primer tiempo y todo el segundo.
Al haberse volteado para verme festejar, le pude arremeter con otro, al toque. Lo disfruté tanto como el primero, se podría decir.
Terminó el primer tiempo en un reñido dos a dos. Estaba parejísimo el partido, al mango, ambos deseábamos ganar con todas nuestras fuerzas. Yo quería la plata. Él, mi orto.
Pasó casi todo el segundo tiempo sin novedades, hasta que, cerca del final, este maldito muchacho, peló la verga. Se avivó.
Peló esa terrible tararira que tenía entre las patas, tenía alrededor de veinte centímetros aproximadamente (medido a ojo), un tanto gordita, toda lampiña, brillosa en el glande.
La vi en todo su esplendor, cada arruguita. La observé en cada detalle. Hasta noté cada lunar que tenía, cada vena que se le asomó gracias a mí.
Mi cara inmediata fue de sorpresa, pero, poco después, se convirtió en la de deseo. Me mordía los labios y ponía una cara de putita tremenda. En mi mente, naufragaban las ideas más degeneradas.
Incluso, llegué a querer estirar la mano para agarrársela y cumplir con mi apuesta ahí nomás, pero me contuve... y decidí dar pelea un poco más.
Llegó el gol, el maldito gol que lo coronaba como único ganador de aquella apuesta. Qué frustración y qué delicia, me vino una linda mezcla de sensaciones encontradas a la vez.
Ahora, algo decepcionada de mi talento recientemente descubierto, debía cumplir con mi parte de la apuesta. Otra, no me quedaba por hacer.
Puso sus manos como una pala, a los costados de su cadera, por debajo del pantalón y del bóxer, para que, estos dos últimos, puedan deslizarse por sus piernas hasta llegar a sus pies.
Yo hice lo mismo, pero con mi tanga, ya que no tenía pantalón, ni short, ni nada que me tapé allí. Fue fácil ponerme desnudita para él.
Cuando mi tanga llegó a mis rodillas, me levanté y me puse delante suyo. Me dejé caer para quedar sentada encima de su rico pinocho y luego poder darle unos buenos sentones.
Se escupió el tronco de la pija, para luego embadurnársela entera y que pueda lubricarme la cola. Al menos, en ese detalle, estuvo atento.
Una vez que se aseguró de que pudiera resbalar, abrió mi agujerito con sus dedos. En cuanto vio que lo tenía lo suficientemente abiertito, arremetió furiosamente contra él.
¿Me dolió? Claro que no, ya lo tenía como un bostezo. O, al menos, eso dijo él, que me entraba bailando. Terrible hoyo profundo tengo.
Los culazos que le propinaba, al principio, iban despacito, no quería lastimarme. Sobre todo, porque tenía una chota bastante larga y no daba atragantar de una, así, mi agujerazo.
Desde la perspectiva de Santi, podía ver cómo mi burra (como él le llamaba con tanto cariño) se devoraba, sin piedad, casi todo el miembro.
Su mano delgada, pero larga, se levantó firmemente, para luego poder recorrer un camino que lo lleve a chocar con violencia contra las carnes de mis nalgas y que sonaran intensamente mientras me garchaba.
Subía y bajaba a lo largo de ese palo hermoso de carne, que me hacía gritar de pasión. Le propinaba unos mas que merecidos culazos en esa pija.
Su larga mano se prendió a una de mis pequeñas nalgas como una maldita garrapata. Parecía que tenía un imán en la palma, ya que, en ningún momento, me la soltó el hijo de re mil este. Estaba tremendo.
Me desnudé. Me saqué la remera que tanto usaba como pollera, mientras brincaba en su pingo y gemíamos casi al unísono, como si fuéramos una banda musical.
Quería tenerme en cuatro patitas ahora. Entonces, le obedecí. No podía no hacerle caso a su exigencia. Entonces, apoyé mis rodillas y mis palmas encima de los almohadones del sofá y permití que me coja.
En esa pose, su pija se sentía mucho mejor, golpeándome contra el culito. Me hacía doler, pero también me brindaba una gran sensación de placer.
Me mordía los labios con mucha lujuria. Cruzaba los ojos del deleite. Me estremecía cada vez que su pija se adentraba en mis cavernas anales. Era su sucia puta, ya no podía negarlo.
El constante estruendo de su pelvis contra mis nalgas, también nos estimulaba de sobremanera. Se volvía un ritmo casi infernal para ambos.
Tampoco se contuvo en golpearme los mofletes anales en esta pose. Me dio un tremendo chirlo que resonó hasta en lo mas recóndito de mi alma. Eso, me hizo gemir aún mucho mas. No lo puedo negar.
Ni bien le agarró la mano, apresuró la velocidad, dándome bomba por el culo más fuerte. La metía entera, para colmo. No me daba descanso.
Agarraba con firmeza mi pelo, con una mano. Con la otra, sujetaba mi cintura (o, a veces, mis glúteos) y me estrellaba la verga contra mis cavernas anales. Definitivamente, quiero leche ¡YA!
Como si me hubiera leído la mente, se pegó a mi oído y me dijo: "llegó la hora de tomarse la lechita, putita". Entonces, entendí lo conectados que estábamos.
Otra vez se sentó en el sofá, pero, en esta oportunidad, era para que le tirara la goma, así que... me puse de rodillas delante suyo y me llevé a la boca todo lo que poseía ese muchacho entre las piernas.
No sé cómo hice, pero le hice como tres o cuatro "garganta profunda" una tras otra, como una campeona total. No tuve ningún problema.
Qué rico era besarle la puntita rozagante de Santi. También el costado. Ni hablemos de hacerle una rica paja mientras tanto, metérmela en la boquita para petearlo. Subía y bajaba con el cuello.
Era una loca desaforada por el pete, que estaba deseosa de mamársela. No podía parar de hacerlo. Parecía una total ninfómana.
En un momento, mientras alejé la boca de su chota al término del terrible pete que le estaba haciendo, se me cayó un hilo de baba que tenía colgando en el mentón. Era una chanchita.
Ya tenía el cachete húmedo de tanto cabecearle el pupo y usarle la pija como micrófono. Es que me la pasaba para todos lados de la cara.
No me importó en lo absoluto aquel detalle ínfimo. Continué mi labor, cabeceando lo más bien, como si nada. Me metí de nuevo su pija en la boca. Mis manos me ayudaban a darle más placer.
Estuve así un rato largo peteando, hasta que, de mi boca, salió otro montón de saliva, para bañársela. Le empapé el glande totalmente.
Volví a ahogarme con su pija. Me la llevé hasta el fondo, no descansé ni un poco. Incluso, parecía que la lamía, pero hundiéndola hasta lo más profundo de mi garganta. Lo iba a enloquecer.
Con los ojitos rojos de tanta garganta profunda y la humedad del líquido preseminal impreso en las zonas de mi boca, levanto la mirada para verlo directo a los ojos.
Sus sabrosos gemidos, las sucias palabras que salían de su boca, los movimientos bruscos que hacía con la pancita, sus venas que latían en mi boca, fueron señales para decirme que estaba por acabar.
-"¿Me vas a dar toda la lechita en la boca?", le pregunto beboteando.
-"Ay, sí, toda. Si me la seguís chupando así, te la voy a dar en seguida".
-"Tí, quelo toda la chechita", le comenté.
-"Chupamela toda, chupamela toda".
Dicho y hecho; cumplió con su promesa. De la uretra que está en la punta de la cabeza de su chota, comenzó a desprenderse una fuerte lluvia blancuzca que se estrelló contra mi garganta.
Claro, el lechazo empezó a salir mientras la tenía dentro de mi boca. Pude disfrutar de cada gota que salía para chocarse contra mi garganta, boca, dientes y paladar.
Separé un poco los labios de su chota, para darle un poco de espacio a toda esa sustancia nueva que tenía en mi boca. Ahí me di cuenta de la gran cantidad que le hice largar. Me sentía una verdadera capa.
Su pija fue bañada por esa interminable catarata de baba y semen. Era una mezcla entre ambos líquidos que no se podía adivinar de quién era cuál.
Con mi boca llena de guasca y saliva, me mira directamente a los ojos, solamente para decirme, mientras ríe, las siguientes palabritas:
-"Deberíamos apostar conmigo más seguido, bebé".
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