La cola América.

 Contexto: Copa América 2024. Estaba en la casa de mi amigo colombiano, Ángel, hinchándole las bolas. Casi todos los días le caía para juntarnos a ver los partidos. Las juntadas iban todas normales, nada fuera de lugar. Hasta que, en el partido de la gran final, acordamos verlo en casa para vestirme como una puta y sorprenderlo. Eso funcionó a la perfección.

 Tocó el timbre. Lo atendí. Abro la puerta. Me ve en un vestido que tenía los colores de Argentina. Me llegaba hasta la parte inferior de la cola. A duras penas tapaba. Lo agarro de la mano para llevarlo por las escaleras. De paso, de atrás, me podía ver toda la colita. Incluyendo mi bombachita azul que asomaba también con total impunidad.

 Me sigue hasta la entrada de casa, en lo alto de esos interminables escalones. Lo espero allí. Entramos. Una vez dentro, lo llevo al cuarto. Me tiro boca abajo en la cama, lo más pancha. Quedo culito arriba un rato. Mostrándole (sin querer) todo lo que tengo, claro. Ni bien me doy vuelta, noto que me miraba con carita de depravado. Cayó en mi poder.

 Como era exnovio de mi amiga, me mentalicé en que no pase nada. Grave error, porque arrancamos aquella tarde como el orto, pues ya me había conocido la cola en su total esplendor. Se había mordido los labios, sí, pero distancia... estas cosas no debían pasar. La tentación, por más bueno que esté, debe desaparecer. Es mi hermano, o eso me quise hacer creer.

 Ángel era un morochazo ancho, gigante. No era musculoso, tenía su pancita, pero tampoco estaba fofo. Tenía su encanto. Encima, ese acento paisa me tenía loquita, flashando fantasías muy porno. Estaba que me mojaba la tanguita el hijo de puta. No lo puedo negar. Encima, había ido con un Jean ajustado y una remera de su selección que le quedaba pegada. Dios.

 Se recostó en la cama, pero quedando como sentado. Con la espalda apoyada al respaldo y una pierna sobre la cama. Yo, por mi parte, estaba a los pies de la misma. Acostada a lo ancho. De espaldas a él. Casi en posición fetal, que dejaba entrever levemente los cachetes en mi diminuta y descarada vestimenta (descarada, según él, claro).

 Nos pusimos a hablar del partido en esta previa larga; de si estaba cómodo en mi camita (obvio que su respuesta era afirmativa). De si necesitaba algo para comer, o cualquier cosa que necesite. De si ve bien la tele de varias pulgadas desde ahí. De si había buena representación de cada nación entre los dos individuos allí presentes.

 En eso, me pide un favor: me pide que le alcance el control remoto que se encontraba reposado sobre el mueble de la televisión (sí, se quería adueñar de mi TV el muy hijo de mil...). Como estaba lejitos, me tuve que estirar un poquito poniéndome en cuatro patitas ante su obnubilada cara. Lo dejé todo bien impactado a mi gordito.

 Primero, me puse de rodillas, cosa de que se sigan piantando mis mofletes culales. Luego de un ratito, para estirarme más, me puse de perrito para agarrarlo. Quedó con mi ojete bien expuesto, lo vio en toda su plenitud. Es que se subía mi vestidito a pleno por la postura. No podía evitar que se asomaran tanto. Tampoco voy a negar que es lo que quería, ¡je!

 Aprovechando la bella vista que le otorgué, también me pidió el celular que estaba en el mismo sitio. Me sorprendió que quiera ese, porque era el mío. Se lo hice saber con un "¿para qué querés el mío, atrevido, qué querés ver?", sonriéndole por encima de mi hombro, sin tapar, ni por un breve instante, los montes que conforman mi ocote.

 Al comprobar que era el mío, asiente con carita de picarón. Era obvio que lo hizo adrede. Se hacía bien el boludo pidiéndome el celu, pero me comió con la mirada el muy pajero. Eso me encantaba. Ni siquiera lo disimulaba el sorete. Mejor, no quiero histéricos, estaba clarísimo que nos teníamos las re ganas. Ocultarlo, iba a ser pelotudo.

 Resignada, lo vuelvo a colocar en el mismo lugar, otorgándole de nuevo una panorámica completa de mis pompas rebeldes. De pronto, mientras estoy volviendo a mi posición normal y a mis espaldas, cerca de mi nuca, siento un "uff... qué culo que tiene Argentina, ¿eh? ¡Aguante Argentina, carajo!", acompañado de un suspiro calentito.

 Me di vuelta e inmediatamente, con carita de puta, le dije: "¿nos vas a apoyar?". Su urgente respuesta fue: "sí, toda la voy a apoyar, mamacita", mientras se agarraba la verga para pelarla. Es que se hartó de que le calentara tanto al pedo la pija, pobre. Necesitaba un pete prontamente, la tenía jugosita y todo. A punto caramelo, como Dios manda.

 Fui de cabeza sobre esa cabeza, valga la redundancia. No podía ver una poronga marrón tan linda y gorda para no hacer nada. Era imposible resistirme a tal cacho de cuero inmenso, que rebosa de semen para quedarme de brazos cruzados. Debía hacer algo de forma precipitada, sin pensar y eso hice, no pensé para nada hasta atragantarme en ese falo.

 Recosté mi cuerpo de frente al suyo, hasta que su pingo quede muy cerquita de mi boca. Lo abracé con mis labios hasta atraparlo en ellos. Succioné como si fuera un helado. También lamí. Pero, sobre todo, lo chupé. Con mucho amor, claro. Así como amo comer salchicha o banana, también amo comer pija. Así como amo tomar cerveza, también amo tomar leche.

 Froto mi lengua sobre ese frenillo sabroso, de un lado al otro. Desciendo hasta sus huevos, sonriendo. Subo rápidamente a lo largo de su tronco, para comerme de nuevo su glande. Lo mordisqueo. Estoy en todos lados y ningún lado a la vez, ya que voy de arriba a abajo como maleta de loca. 

 Desde su perspectiva, como estaba en cuatro patas casi, podía espiar mis pompas paraditas como su verga, tragando mi diminuto hilo dental azul. Lo deseaba, pero... al no parar de mamar, no le dejaba fácil la de querer hacerme la cola. La quería ya, aunque no se lo permití. Muy mala soy, no lo niego, pero valió la pena saborear todo eso.

 Me puse de frente al respaldo, con las rodillas sobre el asiento. Brazos apoyados sobre el almohadón del mismo respaldo. Paré la colita. Le empecé a pedir, un poco más, a los gritos que me metiera la pija. Necesitaba ya cumplir con mi parte de la apuesta. No me importaba perder. Me la banco toda. Bien adentro.

 El partido empieza, pero no nos interesa. Preferimos seguir enfocados en el pete, en lo que cada uno se estaba abocando. La concentración de ambos estaba a pleno. Es que estaba muy deliciosa y él, estaba a full con el tema; volando con una sensación que le hacía arder desde la punta de los pies hasta el último milímetro de sus cabellos.

 Su chota no dejaba de segregar semen cada tanto, como diciendo "estoy a punto de salir, saboreame, mami". Eso hacía, cada vez que se asomaba un poco, la limpiaba a lengüetazos feroces. Cruel señal de que estaba a punto de salir a borbotones su mema. O, al menos, eso parecía. No me quejaba, pero quería que un ratito más le dure adentro.

 Fue así, tal cual dije, sus dos primeros lechazos salieron tranquis. Del tercero en adelante, salían con una terrible presión. Los pude tragar. Todos aterrizaron en mi lengua, también en mi garganta con una fuerza terrible. Hasta se volcó por mis comisuras. Se ve que tenía las re ganas guardadas el hijo de puta. ¿Hacía cuánto no garchaba?

 Como no quise entregarle aún, se la negué. Le dije que, si ganaba Colombia, le entregaba la rosca que tanto me venía pidiendo durante el petiso. Que si ganaba Argentina, salía otro petardo. El tan rico que venía saboreando. Hasta entonces, durante, le dije que no iba a pasar nada. Que se conforme con la felación que le estaba haciendo. 

 Vimos el encuentro. Nos entretuvimos. Más yo, que fue hermoso ganarles. Me cagué de risa. No la pasé 100% bien porque también tuvieron alguna que otra llegada importante. Algunos sustos me habré pegado, pero no fueron los suficientes como para tener que aterrarme completamente. Lo pude disfrutar. En el fondo, sabía que ganaríamos.

 No estaba feliz, pero tampoco estaba triste. Trató de convencerse de que, el segundo lugar, no es tan malo. Encima, no perdieron con una selección chica. No, perdieron con el más reciente campeón del mundo. Ni más, ni menos. Habían demasiadas cosas que lo llevaban a no estar bajoneado, a pesar de todo. La sonrisa no se le debía ir.

 Le pedí que me mire desde la cama. Di una vueltita para que me note. Me quedé un rato largo dada vuelta, para que pispee mi cola entangada. Con ese hilito bien clavado entre mis nalgas. Me saqué el vestidito, le saqué su casaca, me la puse. Como la tanga era azul, hacía juego con los colores de la camiseta. Todo muy planeado.

 Arrodillada ante angelito, con la cara más de puta que podía poner, le separo las piernas. Le bajo los pantalones con bóxers y todo. Ahí estaba de nuevo; esa hermosa poronga marrón oscura, ansiosa de mi boquita. Dispuesta a darme de su agüita calentita que pueda saciar mi sed. Todavía estaba chiquita, tristona. Debía esmerarme para ponerla alegre.

 Corría su cuerito grueso para atrás con mis labios, con toda la cabeceada que le pegué. Se iba engrosando nuevamente. Las venas iban asomando de a poco. Qué rica pija marrón, con su correspondiente cabezota brillosa a la que le sacaba lustre. Era la gloria mamar de esa manguera gruesa que escurría de la más deliciosa leche.

 Mudé mi lengua a sus huevos un rato. Jugué con ellos. Los moví un poco a mi gusto. Esto incluiría estirarlos con la trompa, un toque nomás hasta que resultara lo más notablemente placentero. Rápidamente asciendo por el tronco loco hasta alcanzar su glande violeta. Lo hacía estremecer. Lo sabía. Era una locura lo que lo puse a gritar y putearme de amor.

 Desde donde estaba, podía observar mi tanguita clavadísima en la colita una vez más. Le encantaba pispearla en cada cabeceada que le pegaba. Se notaba que lo calentaba una banda mi culito. Más ahora que tenía sus colores puestos. Lo hice adrede, para que se contentara. No tenía drama en hacerlo, si eso servía para generarle un cosquilleo en los huevos.

 Ya estaba toda tiesa como una piedra, con su correspondiente glande asomado pidiendo caminar por ella, con los besitos más sexosos que pueda darle. Las venas florecían por doquier en esa gruesa barra de carne. Es que, claro, todo el calor que podían brindarle mis gruesos labios, se lo dieron en demasía. Esperé mucho por el segundo pete, me lo merecía.

 Mis labios, que abrazaban con fervor su gorda poronga, pasaban más de la mitad. Dejaban un rastro de saliva a lo largo de ella. Esto, provocaba una mejor deglución de mi parte. Además, podía pajearlo mejor luego. A lo mejor, me esforcé demasiado, porque, unos milímetros más, y le tocaba las pelotas con la punta de la lengua. Mejor, ¿no? ¿Quién no querría una mamada bien dada?

 Iba y volvía con mi trompita. La recorría en su totalidad a mi mero gusto. De arriba a abajo, por donde más me plazca. Como si fuera mi casa. Bah... ya era mía esa pinchila. Nadie me lo podría negar en la cara a estas alturas. Al menos por los próximos minutos, hasta que vuelva a explotar dentro mío, estaba marcada a fuego por esta, mi jeta golosa. 

   Ah, ¡qué pija gruesa más hermosa! Me tenía como loquita. No era grande, pero esa anchura posta me encantaba. Me deleitaba. Era la indicada. Lograba inflamarme los cachetes lo suficiente, tal y como a mí me gusta. Encima era morochita casi como una morcilla, como un chorizo casi quemado. Encima, me podía atragantar con ella, todo lo que quisiese.

 Moría de ganas por tenerla clavada en la cola, pero no podía ceder tanto a esta altura. Debía aguantar mis desenfrenadas ganas de entregarle tan fácilmente. No podía ser tan puta en este preciso instante, ya había impuesto mis reglas, no las podía romper. Tenía que comportarme. 

 La agarré, solo para seguir chupándosela sin parar, con más comodidad. Eso me permitió hacerle el oral que tanto deseaba. Sujetársela para que me entrase hasta donde se me daba la regalada gana. Como el tata Dios manda. Él solo tenía que acomodarse, dejarse llevar, entregarse y gozar a pleno de todo lo que pudiera hacer. No le quedaba otra.

 Sus huevos no se salvaron otra vez, ya que me deslicé por su tronco gordo para alcanzarlos con la lengua. Lo saboreé un ratito bien largo y volví a subir una vez más. No podía no repetir ese maldito circuito que lo llevaba a darle un extremo estímulo. Se ve que eran sus prácticas favoritas dentro del sexo oral. A mí también, por supuesto.

 Ya tenía el enano echando baba y no era por mis escupidas precisamente. Más bien podría deberse al líquido preseminal que segregaba su miembro, y eso era lo que empapaba mi jeta traviesa. Eso era lo que me dejaba mojada la pera. Sí, algo me había salpicado. No era su semen aún. El chico tenía aguante. Quizás era porque íbamos por el segundo pete, ya que, en el primero, no me costó tanto tiempo.

 Finalmente, la pija le empezó a lagrimear por el único ojito que poseía. Se chorreaban grandes gotas por su agujerito, que fueron a dar a mi mentón. Las segundas, que surgían de manera más violentas, se estrellaron contra mi lengua, mi nariz y uno de mis ojos. Por último, las más timidonas, cayeron sobre mis pechos, las cuales usé como crema para humectar mi delicada piel.

 Proseguí con mi labor oral, puesto que su pene seguía duro y algo sucio, gracias a lo que acababa de pasar. No podía permitir que quedase de esa manera. Había que hacer algo, ya que estaba allí. Debía dejarlo más impecable de cómo me lo dieron. Demostrar lo responsable que soy cuidando lo que me prestan por un ratito de juego.

 Podría mamársela todo el día, que no se cansaría (yo tampoco). Se le notaba. Estaba embobado con mi habilidad. Por más que sea lo único que hagamos, era la forma más efectiva de sacarle la leche que se almacenaba entre los huevos.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Caperu-colita rota y el choto feroz.

Pinta mi colita.

Calza justo.