Atrapada en el closet.

 Una tarde de verano, en lo de mi primo, estaba tan al pedo, que me pintó a ayudarlo a organizar su closet. Era un desastre mal y me daba demasiada pena ver tan lindo mueble en esas condiciones. Así que... me pongo manos a la obra. Puse música, mi pollera favorita y me agaché a laburar. De otra forma, se me complicaría mucho. Tenía que estar cómoda.

 Lo vacié por completo. Saqué sus puertas y los tres cajones que lo conformaban, para poder asearlo como Dios manda. Le pasé mucho Blemm, mucha gamuza (que lo necesitaba), mucho trabajo. Realmente muy agotador. Una vez terminado la ardua labor, repetí todo el proceso, pero a la inversa de lo que ya había hecho. Pero solo logré acomodar los cajones.

 Todo iba normal, hasta que, entre unos caños que sostienen los cajones, me atasqué. Te juro, mi querido lector, por más que lo intentara, no podía zafar. La mitad de mi cuerpo quedó atrapado. Para colmo, la posición me obligaba a estar en cuatro patitas, en una postura perruna. Me encontraba totalmente inmovilizada. No podía salir de allí. Era como en mis pesadillas.

 Empiezo a desesperarme. Llamo con urgencia a los gritos al gil de mi primo que, de seguro, andaba por allí cerca, boludeando como siempre. "Alan, Alan", gritaba como una loca. Estuve así como cinco minutos, sordo de mierda, pensé. Hasta que, por fin vino corriendo el salame ese, luego de varios lamentos. Lo quería matar.

  Algunos jalones más tarde, no había forma de que mi espalda (o lo que sea que se haya atascado), zafara de ahí. No había chance de que me dejara en paz. Las puteadas de mi parte, no se hicieron esperar. Mi boca empezó a profanar a todos los familiares de los que fabricaron ese mueble de mierda. Estaba que me llevaban las putas... y con razón.

 Los agarrones de Alan, se volvieron raros. Me agarraba de la cintura, sí, pero sentía que, por alguna razón, necesitaba apoyarme el ganso en la cola. Está bien, tenía un pantalón y todo lo que quieras, pero, de todos modos, sentía todo su amiguito rozándose. No me pareció necesario eso, pero bueh... ¿quién soy yo para cuestionar sus métodos, no? Siempre y cuando den resultado.

 Luego, sus manos, se posaron sobre mis sentaderas. También, muy innecesario. La intención era lo que contaba. Al menos se veía que eran buenas, trataba de ayudarme. En un momento, como un rayo caído del cielo, se me ocurre la idea de que podría ser la pollera la que se enganchó en el cañito de mierda ese. Le pedí que me la bajara para probar mi teoría.

 Me hace caso, me la baja. Quedo con la cola al aire. Gracias a eso, ve mi bombachita gris que me había puesto aquella tarde. Me felicita por lo linda que me queda. Le agradezco, pero le suplico que no se distraiga, que me socorra en esta maldita emboscada en la que caí. Debía de salir de ahí, todavía no había preparado la cena, no daba perder el día allí.

 Intentamos lo mismo, pero con la bombachita. A lo mejor era un hilito maldito que se aferró, y no me deja ir. Así que... me la sacó. La ropita interior se deslizó con total facilidad hacia mis rodillas, mismo destino que tuvo la pollerita, con el mismo resultado de la anterior prenda nombrada. Qué manera de no entender lo sucedido. No dábamos con la solución.

 Al percatarnos de que tampoco funcionaba, intentamos con una pomadita que había en la mesita de luz. Dicha pomada, era un lubricante que me pasó en la cola. Se equivocó. No era ese el que debía pasarme, pero aún así, me frotó por todos lados. Al ver que seguía en la misma, continuó frotándome una tanda más de su líquido frío favorito por doquier.

 No perdió el tiempo, me pasó el dedo por adentro, entre mis nalgas. El agujerito, lo abarcó en su plenitud. No dudó en hacerlo. Por afuera también. La parte inferior, la superior. Cada poro de mi piel. Es que, sus enormes manos juguetonas, cubrían fácilmente toda la zona... y lo hacían muy bien. No necesitaba esforzarse demasiado realmente.

 De repente, siento un dedo más que el de sus manos. Uno enorme que se apoyó encima de mi raya. Me hacía cosquillitas. Quedé sorprendida. Pregunté qué era esa cosa resbalosa que se frotaba en mí. Me sonaba muy familiar, pero no podía interpretar la sensación. Solo podía escuchar la voz agitada de Alan, cada vez que se movían a la par.

 Por fin, entendí qué era cuando se metió en mi ano y me hizo gemir de placer. Me cayó la ficha como un baldazo de agua fría. Aún así, la disfruté. A pesar del dolor, el guacho este me garchaba bien. Lo hacía despacito. Iba, venía con un ritmo delicioso. Hipnótico. No podía pensar en otra cosa, más que... que me haga el amor.

 Mientras me cogía, no dejaba de recordarle a mi primo que era incorrecto, que no daba esto. Pero no me daba bola, él me seguía haciendo la cola. Incluso, me la ensartaba más... hasta el fondo, para que ocupe mi boca en gritos y no pidiendo boludeces. Tenía razón. Debía callarme, disfrutar. No recordar sandeces que interfirieran en este polvo hermoso.

 "Es muy grande para mi culito", recuerdo haberle dicho entre gemidos. Con más ganas me la introducía el muy hijo de puta. Solo le importaba darle de comer a mi colita. No le interesaba otra cosa más que eso, ya que él, estaba muy callado. Concentrado en culearme. Desde hacía varios minutos que no sabía más nada de este muchacho, que no oía su voz.

Para colmo, me la dejaba adentro un buen rato, lo cual, me hacía creer que, LITERALMENTE, me estaba abriendo. Tras esto, le recordé como cuatro veces el tamaño que tenía esa cosa, diciéndole: "¡es muy grande, la siento toda!". Más que una frase común, parecía un mantra. Aquello, en lugar de generarle empatía, le generaba todo lo contrario. Me la daba más fuerte todavía.

 Es que, el muy sorete, en lugar de dármela despacio, me cogía brutalmente. La entraba entera, la sacaba completa. No paraba, no me daba descanso ni por un segundo el muy mierda. Las súplicas no servían para nada. No surtían efecto. Se comportó de forma muy cruel... ¡y me volvía loquita! Lo peor de todo, era cuando lo insultaba o decía cosas como: "¡qué pedazo!", eso lo ponía más malo conmigo.

 En el único momento que me ofreció un poco de respiro, fue cuando se le zafó la verga de mi ano y la frotó en la parte superior de mi culito. Fue como si me siguiera cogiendo, pero, en vez de eso, la pasaba por encima mío. La sentía moverse. Como si fueran movimientos involuntarios los que hacía. Seguía como loquito el pendejo del orto este.

 Al fin volvió a entrar, ya la extrañaba. Necesitaba otra vez que sea devorada por mis voraces nalgas, que se la trague mi upite profundo. Él también, deseaba el cobijito caliente que le proporcionaban mis panes. Así que... se agarró bien fuerte del caño para balancearse mejor, y continuar pegándome la cogida salvaje que venía dándome una vez que la puso.

 Me hace levantar, para ponerme de rodillas, pero sin sacármela del culo. Siempre sin dejar de estar abotonados, claro. Al muchacho le encantaba dejármela adentro. ¡Ay, Dios, eso fue mucho peor! Ya que, los movimientos que hacíamos, me revolvía la cacerola que tengo por orto y me hacía doler mucho más. Me daba una mezcla de sensaciones de placer y dolor... que odiaba amar.

 Pero, aquella movida que me hizo hacer, sirvió para que me pueda liberar de la prisión que me construí en ese viejo armario que tanto insulté. Todos mis gritos rindieron sus frutos. Al final, era mi culo grande el que no permitía que pase. Solo debía intentar ponerme de pie sin que mi trasero se interponga en el camino de esos caños. ¿Por qué nadie me lo dijo? ¡Ay, debo haber parecido una idiota!

 En agradecimiento por guiarme al camino de la solución, le permití que me acabara en los pechos que tanto amaba, las que tantas veces lo noté echarles un ojo. Pero, como todavía faltaba mucho tiempo para eso, se empezó a hacer la paja, mirándolas con la pija bien cerca de su abdomen, el cual, me autorizó a comerle los huevos. Por lo tanto, lo hice.

 Me acerqué a lengüeteárselos. Primero uno. Luego, el otro. Me quedé un rato allí, mordiéndolos suavecito, con amor. Me quedaba con uno en la boca. Después, con los dos. Los estiraba. Jugaba con ellos a la vez. Los succionaba. No me detenía en lo absoluto. A cada segundo, sus bolas eran mías con mi lengua. No podían no estar conmigo.

 Ahora, era mi turno de pajearlo muy cerca de mi carita de puta. Me miraba haciéndolo. Le excitaba mucho. Le pedía la lechita, por favor. La requería en este preciso instante. La zangoloteaba para todos lados. Sentía una emoción irrefrenable por tenerla en la cara. Me llenó la boca con ella. Por todos lados, como un cepillo de dientes.

 El agarrón de la nuca que me dio, fue signo de que ya estaba llegando el momento propicio... y así fue. No pasó más de unos buenos segundos de sacudida de nutria, cuando la apuntó hacia mi rostro. Aquella desesperada situación que no se aproximaba más, diera paso para que, de su uretra, saltara la más deliciosa mema calentita que jamás haya probado.

 Su leche cayó en uno de mis pómulos, cerca de mi nariz, mi frente, mis labios y hasta en mi hombro. Fue un desperdicio, porque yo la quería probar. Quería testear la calidad de esos pibes crudos. Pero, desgraciadamente, apuntó como el culo. Solo atiné a apoyar mis labios sobre ese glande colorado para saborear lo poquito que le quedaba colgando y limpiársela.

 Estaba extasiada. Me bañé en ella. Me la pasé en todo el rostro, como si se tratase de una crema humectante. No perdí un instante antes que se seque, para dejar mi cutis brilloso. No daba desperdiciar tanto al pedo, mientras que, el pajero este, me tocaba los ojos con la pija. No sé si quería que se la siga mamando, o picármelos. Alto boludo, se olvidó de acabarme en las tetas. Quizás, la próxima.

 


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