El amigo de mi hermano.
Me encontraba en mi pieza, recién salida de bañarme. Fresquita. Vistiéndome. Acomodándome el vestidito cortito que tenía pensado ponerme para una cita. Estaba muy concentrada poniéndomela frente al espejo. Haciéndome la coqueta con esa prenda blanca que me quedaba divino. Algo apretado, chiquitito, pero todavía iba como piña.
Por mi parte, me quise probar a ver cómo me quedaba ese vestidito con el hilito que quería ponerme. Levanto la primer prenda nombrada, dejándola por encima de mis cachetes y me lo pongo lo más bien. Como si nada. Como veo que no se marcaba casi nada, quedé chocha, dispuesta a continuar con lo siguiente que pensaba probarme.
En eso que estoy totalmente ida en mí, la puerta de mi cuarto (que estaba a unos escasos metros del espejo en el que estaba parada), se abre. Era el amigo de mi hermano, Juan Manuel, que, como llegaron mientras me lavaba, nunca los sentí entrar. Había entrado para avisarme que estaba ahí, en chiste. Maldito seas, te odio, pensé.
Queda atónito mirándome al ver toda esta secuencia, y, al percatarse de que seguía en la mía, se acercó sigilosamente a mí. Sin emitir el más mínimo ruido. Como en puntitas de pie, para que no lo sintiera arrimarse. Se convirtió en mi sombra, en un ninja incapaz de desprender sonido alguno. Como un zorro inteligente acechando a su gacela.
De pronto, una mano gigante se posa sobre mi cola. Del susto, me doy vuelta. Era Juanma. Me acorrala. Quedo boquiabierta. Ni bien me cae la ficha de quién es, le pregunto "¿qué hacés, tarado?". Atrevido. Le advierto que, en cualquier momento, cae mi hermano. Que se aleje de ahí. Lo enojaría vernos juntos. Es una imprudencia la que está cometiendo.
Su método infalible para callarme, era meterme el pulgar en mi boquita como si fuera su verga. Que le demuestre mi talento succionando cosas largas. Sobre todo, si son suyas. Sin decirme nada, sin dejar de mirarme directamente con esos ojos enormes y marrón clarito. En completo silencio. Hijo de puta, me mojó al instante.
Me lo metía entero. Entraba y salía, inflamando mis gruesos labios. Hinchando mis mejillas. Mi lengüita se pone juguetona. Se descontrola ante el imponente paso de su dedo. Se lo beso. Se lo lamo. Le sorprende al verme con esa actitud tan calienta pija. Ya me había visto cara de petera, lo suponía, pero siempre lo quiso corroborar.
Con la otra mano, me baja el escote del vestido, hasta pelar mis gomas. Las deja al aire. Me manosea una. La izquierda. La aprieta. Le deja plasmada todas sus huellas dactilares. Baja la otra mano. Usa ambas en ese momento. Arrima su cara. Me lame los pezoncitos. Los mordisquea. Me excita. Nos calentamos mucho. Demasiado.
Me pone de espaldas contra el closet (Ja, justo). Me sube el vestido. Quedo con la cola al aire. Me agarra una nalga. Luego, la otra. Se entretiene con ambas. Me baja el hilo negro que me había puesto con tanto amor para mi chongo. Se agacha frente a mi culito. Sigue manoseándome las cachas. Las separa. Las zamarrea a su piaccere.
Abre mi agujerito. Me pega en la burra. Me mete unos buenos dedos que, previamente, fueron empapados. Nunca me abrieron tanto el culo. Estaba como un loco trastornado con mi huequito. Me hace gemir como una puta con sus toques mágicos. Es que, se notaba a leguas, que tenía mucha experiencia haciéndolo.
Siendo presa de una furia inusitada, se pone de pie, me agarra de los hombros, me da vuelta violentamente, me obliga a agacharme sin soltarme del brazo, a bajarle el pantalón, también el bóxer y hacerle un terrible pete, la mejor mamada de su vida. Que valga la pena toda la espera que nos dimos, por favor.
Una vez hecho todo esto, un poste de carne y venas, sale abruptamente. Casi me noquea del pijazo que me propinó en el mentón. Era increíble esa cosa enorme. Cuando tuve la oportunidad de verla bien, detenidamente, quedé impactada. Te imaginarás la sonrisa de oreja a oreja que se dibujó en mi rostro, querido lector. Era el Jocker.
Lo primero que hice, fue agarrársela y sacudirla como una botella de Champagne. Estuve así por un rato, mientras lo miraba a los ojos, con cara de trola. Eso lo calentaba muy mucho. Le besaba la puntita y seguía pajeándolo como una salvaje amazonas. Le hacía ojitos de petera. Le tiraba besitos. Le beboteaba como una calienta pija. Todo con tal de ponerlo loquito.
Me agarró de la nuca, para ahogarme en su pija. Obligarme a tenerla atragantada hasta cuando él decida. Me hacía comerle más de la mita de su miembro. Una garganta profunda tremenda, hasta hacerme dar arcadas. Movía su pelvis para cogerme la jeta. Una vez casi azul, me la sacaba, me dejaba tomar aire de nuevo y repetía el ciclo.
Me golpeaba la cara con ella, como dándome garrotazos. En los pómulos. Sobre los labios, la nariz. La volvía a introducir. Me asfixiaba. Me la hundía por un rato extendidísimo. Parecía que me quería matar con su chota gigante el muy hijo de puta. La quitaba una vez más, por fin. Todo esto, sin soltarme de la mollera, ni por un instante.
Ahora, me sujeta de las orejas, con el mismo fin que el anterior. Esta vez, le agrega un movimiento pélvico más fuerte. Me coge la boca desaforadamente, como un desquiciado. Hasta tocar mi fondo. Hasta el fondo me la mandaba el muy sorete, casi dejando afuera solamente los huevos y un par de centímetros de su "gaver" más nomás.
Me tiro para atrás, buscando el final de ese chotón. Me costó, pero lo hallé (es que era demasiado larga). Me queda un hilo de baba en el labio que me unía a su amiguito. Me pega con él en la cara nuevamente. Pero, en este momento, interviene la saliva de mi lengua que salpica por todos lados. Sobre todo, en mi propio rostro.
Me devuelve el control del bucal, poniendo sus manos al costado, soltando absolutamente todo lo que parecía poseer anteriormente. Vuelvo a hacerle la paja, besarle el costado de la pija, los huevos. Me quedo ahí un rato, pero no tanto, ya que me traslado pasando la lengua a su tronco, otra vez, hasta la punta de su cabezota rosada.
Me la comía por el costado de mi mandíbula, para que se me hinche ese lado de la cara. Cabeceaba así. Me encanta que me vea así, porque no dejaba de mirarlo. Solo cerraba los ojos para saborearla mejor. Para poder deleitarme el paladar con ese chorizo pálido. Aunque no pudiera metérmela toda, al menos, hacía el esfuerzo. Estaba extasiada.
Me pone de pie, de espaldas. Me termina de quitar la tanga. Escupe mi hoyo, sus manos. Me pide que me incline un poco y me apoye contra el ropero. Abrió mi culito con su "bija". Despacito al principio, después le va sumando velocidad a los mismos vergazos. Tal y como a mí me encanta. Parece saber bastante sobre mis gustos. Lo amé con todo mi corazón.
Sus chotazos se hacían sentir en mi hoyito pequeñito, inocente, virgen. Lo va abriendo a medida que iba serruchándomelo con voracidad. Mi dilatación va acrecentando, lo puedo palpar. Pero me encanta. Me hace morder los labios. Gritar de placer. Gemir como una loba en celo. Despacio, buen hombre, que me va endulzando deliciosamente.
Me agarra del pelo. Lo tironea con muchas ganas. Me pega en la cola con la misma intensidad. La escupe, la cachetea, le da mil vueltas. Me clava como se le da la gana, por donde quiere. Me agarra de la cintura, la acaricia. Es un toro embravecido, hambriento de una buena gacela poseedora de mucha carne. Soy su objetivo. Me quiere comer.
Veo una banqueta, me dirijo hacia ella. Apoyo las rodillas allí arriba, en la parte del asiento. Quedo como en cuatro, con el culito abierto a la altura de su cintura. Justito. Deposita su miembro en mi ranura chiquitita, ayudado por su mano. Pone una mano en mi espalda. La otra, la usa para bajarme la parte del escote del vestido para acariciarme las bubis más a gusto. Qué malo, quedó encantado con ellas parece.
Hacemos movimientos chiquitos para no caerme de allí. Una cagada, porque no logra embocarme la totalidad de esa pija hermosa. Busco sujetarme de cualquier lado, ya que, en un momento, se puso como loquito. Aumentó un toque la velocidad, necesitaba descargarme su leche. Encuentro el marco de la ventana, por ejemplo.
Se le ocurre la idea de hacerme trepar a él para que me sujete de las nalgas. Como la tenía chueca, logra introducirla un poco en mi tira pedos. Eso hace, me taladra duro el culo como quiere. Con una impunidad nunca antes vista. Es increíble la forma en la que me culea. Me hace de todo, sin preguntar, sin siquiera darme descanso al placer.
Se le escapa, pero la vuelve a colocar con su manota. Sigue garchándome de forma vigorosa. Vibramos. Es un semental. Luego de un rato, se le vuelve a piantar la chota. En esta oportunidad, en vez de repetir el método, me hace cosquillitas en las nalgas, como si se tratase de un dedo travieso que me acaricia impertinentemente.
Se deja caer a mi cama, que tenía justo detrás. Nos acomodamos bien. Se la acomodo bien: le sostengo la pinchila, apunto a mi culito, la voy metiendo de a poquito (gimo), me coloco correctamente el vestido (sí, recuerden que todavía lo tengo puesto), me pongo bien para adelante, paro la colita e ingiero profesionalmente su ganso. Como un terremoto, hago mi culito abierto para todos lados. Le doy sus buenos culazos.
En tanto, él, me devora las gomas. Aprovecha esta pose para seguir lustrándome con la lengua mis delanteras. Parecía enamorado de ellas. Tanto así, que no le importaba nada los tetazos que le propinaba en la cara. Tampoco le daba tanto interés a terminar embarrado de su baba, que daba a parar su cara. Quería más, el muy masoquista.
En cuatro patitas me pongo sobre la cama para él. Juanchi se pone delante mío. Abro la boca. Me la mete toda. Agarra mi nuca (con este muchacho, parece no ser una buena señal), me la entierra toda un rato largo de forma obligada. La retiene allí. Me hace dar ligeros movimientos con la cabeza para estimularlo, para pajearlo así.
Se la agarraba fuerte, se pajeaba con mi jeta. Me la cogía con resistencia, hasta lo más profundo a ver cuánto aguantaba. Luego, sin mano. También, era lo mismo. Buscaba dejarme los ojos llorosos el muy mierda. De mis labios brotaban chorros de baba que no podía tragar. Que iba a parar a mi pera, o, quizás, el suelo. Donde sea que desee.
Él quería seguir culeando, así que aprovechó mi postura para ponerse detrás y metérmela toda. Me abrió el culito despacito con su pedazo gordo, pero gigante. La iba enterrando de a poquito. A tal punto, que me hizo gemir de amor. Es que adoraba que me haga eso, me la hacía desear mal. No veía la hora de que vuelva a tragarme todo eso por el culo.
Cierro los ojos, me muerdo los labios. Mi ojete entregado se abría con cada pijazo que me daba, y eso que, aún, no me daba fuerte. Recién arrancaba la cosa. Le pedía que la introduzca entera, con cada sinónimo que conociera del diccionario. Usé cada palabrota conocida por el humano para pedirle que me haga la cola. Por favor, qué insaciable me volvió.
Posó una de sus manos sobre mi nalga derecha, para poder aumentar la fuerza con la que me cogía y, además, impulsarse mejor. Así, logró, de a poco, darme masa de una forma más frenética. Qué rico se sentía. No podía evitar gritar. Necesitaba expresar esa sensación con mi garganta, por favor. Dejame pegar aullidos, amor, como la loba en celo que soy.
La sacaba para mirarme el hoyo un ratito, acomodarse y volver a ponérmela. No te puedo explicar lo que me generaba esa pija gigante, buscando abrirme el culo. Estaba taladrándomelo. No podía parar. Así fue que, mi apretadito agujerito, lo puso al borde del abismo del placer. Sabía que el momento se estaba aproximando, por lo que debíamos prepararnos.
Luego de un buen rato que me estuvo meta y ponga el sable hasta el fondo de mi vaina de cuero, llegó el turno de arrojarme la lechita en la cola. Me pregunta donde la quiero, le contesto "donde vos quieras". La saca, acogota el ganso un microsegundo y explota sobre mí, dejándome la cremita regada por mi cóxis, la raya y, en definitiva, cualquier zona de mi colita.
Con los cachetes y la raya empapada, trato de limpiarme al instante para disimular el tremendo polvazo que me echó este hijo de puta. Para que no nos encuentre juntos. Pero no lo podemos ocultar más, aunque quede impecable, la calentura ya está sacada. Ya nos desquitamos ferozmente. De ahora en adelante, mi hermano y él, son cuñados. Es innegable.

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