El sifón del sodero.

 Me encontraba haciendo ejercicios en mi casa, viendo videos de Youtube. Quería ejercitar la parte de mis muslos haciendo mis sentadillas correspondientes del día. Al cabo de unos minutos de ardua ejercitación, suena el timbre. Atiendo. Era el sodero.

 Ya habían pasado varios días que nos veníamos tirando palos, pero nunca le atendí así, ni tampoco nos animamos a nada. Por lo que, ni bien le abrí, me relojeó de pie a cabeza. Sobre todo, la delantera que estaba bastante escotada... y eso, lo perdió. Casi que se olvidó a que había venido.

 Para mi suerte, los sifones estaban ahí nomás, detrás de la puerta en la que estaba. Solo bastaba con darme vuelta un toque y alcanzárselos. El problemita era que me tuve que agachar frente a los ojos de este hermoso hombre (al que, por cierto, le beboteaba).

 Viendo que no puso cara de desagrado al verme agachada, aproveché de pasarle unos bidones de agua que también eran de ellos. Los cuatro. De a uno, cosa de que pueda disfrutar de mi calza gris, bien apretada en mi colita golosa de calce profundo.

 Para estas alturas, el gigantón, ya estaba en confianza. Si hasta intentó chamullarme. Se apoyaba al marco de mi puerta para hablarme. Estaba todo canchero, haciéndose el lindo... o, capaz era yo, mi necesidad de sentirme seducida. No lo sé, pero la estaba pasando muy bien. No me puedo quejar.

 De la nada me salta con un:

 -"¿Estabas entrenando?", me pregunta el muy salame, mientras ve que tengo la calza gris.

-"Sí, estaba haciendo unas sentadillas justo".

-"¿Sabías que crece más rápido haciendo sexo anal?"

-"Eso es puro chamullo, no jodas".

-"No, en serio. No te jodo. Lo dijo un estudio científico. Si no me creés, intentalo".

 Le hago ojitos, como diciendo "hacete el boludo nomás". Cedo. Lo dejo pasar. Lo agarro de la mano para guiarlo. Vamos directo al sillón de mi living comedor, para estar más cómodos. Para que la previa sea mejor para ambos. Me toquetea. Lo manoseo.

 Me hace poner en cuatro. Me agarra los cachetes. Juega con ellos. Les pega. Me baja el pantalón. Quedo en tanga. Me la corre. Me empieza a comer el ojete de a poco. Le mete lengua como loco. Un dedo. Varios. Lo escupe. 

 Siento un cosquilleo en la cola, era la cabeza de su chota que me la quería puertear. Ya la tenía al aire. Miro por encima de mis hombros, la tenía enorme. Parecía la trompa de un oso hormiguero. Dios mío, qué miedito me dio. Casi me infarto.

"¿No me va a doler?", le pregunto con toda inocencia. Le indico la mesita de luz para que saque el lubricante. Lo hace. Se embadurna las manos, luego la pija. Finalmente, lo vuelca sobre mis nalgas. Me empapa totalmente en él, sin dejar un solo rincón sin cubrir (incluyendo mi ano).

 Empezó la garchada. Se agarró de su verga de veintitantos centímetros y gorda, para abrirme el culito. Sentía cómo mis nalgas se iban abriendo a la vez que se iba introduciendo. Despacito, porque, obvio, notaba que me pegaba unos saltitos por el dolor que me producía.

 Al fin llegó a su tope. Lo metía todo, trataba de que entre entera. De llenarme el culito de carne... y me encantaba. Me hacía gemir como una loba en celo, la quería completita. La pedía a los gritos. Que me haga su mujer. Lo conseguía, es que ya era su nena.

 Me agarraba de la parte superior de la cola, para poder tener el control sobre mí. Después de la cintura. Sentía el peso de su mano gigante sujetándome fuerte para que no se le escape. Para que me pueda culear con más comodidad. Qué rico.

 Buscaba pellizcarme. Lo hacía con tal pasión, que me calentaba mucho. Sumado a los vergazos que me daba, estaba re caliente. Estábamos... re calientes. Su poronga también la tenía re dura, me la hacía notar. Sin duda alguna, estábamos en la misma sintonía.

 Qué ricas nalgadas me empezó a dar. Cuando veía que la piel se volvía color blanquita, me daba otra para que se queden bien coloraditas, con todos sus dedos marcadísimos. Que los escuchen todo el edificio. También a mis gritos de puta.

 Estaba tan agrandado mi agujerito, que ya podía entrar y salir con total violencia. Con la fuerza que a mi sodero favorito le gustaba. Podía percibir cómo me metía hasta los huevos, cómo se salía la puntita de su chota cuando se iba de mis interiores.

 De un buen manotazo, me avisó que quería cambiar de postura. Que quería ponerme patitas al hombro. Le obedezco. Apoyo solo la nuca sobre la parte inferior del respaldo. Lo demás, estaba sobre las almohadas. Me abrí de piernas delante suyo, con mi culito abierto.

 Aprovechó esta postura para cogerme así. Tenía el agujerito todo expuesto para ese papichulo. Lo podía ver mejor ahora. No perdí el tiempo y le miré la pancita, el torso peludo. Su carita expresando el deseo por el que estaba pasando. Él también la mía.

 Básicamente, me rascaba la colita por dentro con su nepe duro. En esa pose le fue más fácil darme bomba más ágilmente, ya que la pose le permitía dármela toda. Penetraba hasta el fondo y eso, con esa flor de cosa, era demasiado. Es que la tenía demasiado grande mal.

 Se acostó al lado mío, sin dejar de hacerme el culo. Qué rico me cogía, bien duro y parejo hacia mi culito. Incluso, sentía sus huevos azotándome la colita. Nos resultaba imposible que me dejara de serruchar el orto el hijo de puta este.

 Me la daba tan fuerte, que, cada tanto, se le zafaba de mi culito. Entonces, la agarraba y la volvía a meter. Eso hacía que sintiera que tenía el ojete como un túnel. El muy sinvergüenza me la dejó como un bostezo. Increíble lo gorda y grande que la tenía.

 Como estaba pronto a sacarle la leche, me hizo sentar en el sofá para que le soplara el tubo de carne. Otra vez, le obedecí como la putita buena que era. Mientras le lustraba el sable, le pasaba la lengua en el frenillo para darle más placer. Para que le salga todo más rápido.

 Levantaba la mirada porque me percaté de que le gustaba, y lo veía encantado con mi pete. Es que, una tiradita de goma, nunca viene mal. Sobre todo, a mí, que amo hacerlo. Hacer una paja adentro de mi boquita. Me vuelve totalmente loquita.

 El movimiento entusiasmado de mi lengua de un costado al otro, lo hacía estremecer. Sumado a que nunca paré de zamarreársela, lo empujé rápidamente al abismo del orgasmo. Estaba pronto a darme toda la mema en niveles cataratezcos.

 Hasta lo sorprendí, y me la mandé a guardar enterita a la boca hasta que me toque la campanita. Le hice varias gargantas profundas a la vez, casi al unísono, para que me la dé YA. La necesitaba. Se lo rogaba. No quería esperar más. Hijo de puta, dámela.

 Empecé a cogotear como perrito de Taxi, para que se apure. Jugueteé con la punta de su lápiz japonés. Le hacía pajas cortitas con mi mano, ayudado por mis labios. No la largué. No la saqué más de ahí adentro. La quería toda para mí.

 Al fin empecé a notar que estaba pronta a salir, ya que su respiración se agitaba de a poco. Las palabras que emitía, eran inaudibles debido a lo pelotudo que lo ponía el placer. Creo que me decía guarangadas. No lo sé, pero me parecía re loco tenerlo así.

 Ahora sí, pegué mis labios a su glande, porque noté que comenzó a salir gotitas calentitas de la uretra. Eso no generó que deje de masturbarlo. Con más razón me ayudé de la nuca para cogotear, de las manos para cascarlo y de mi boca para estimularlo desde el frenillo.

 Violentamente fueron a dar a mi lengua de a borbotones. Inundaron mi jeta, hasta los dientes. Cayeron gotitas traviesas por mi labio inferior, hasta alcanzar mi pera. Chorreaba entera. Se estrelló en mis tetas. Por doquier. No me tuvo piedad para mancharme.

 Le seguí lamiendo porque... petera de pura cepa me dicen. Cuando me la puse en la cavidad bucal, lo hice gritar de placer. Le encantó lo traga verga que soy y la cara de trola que le puse cuando me alejé de allí. Es que estaba chocha con el lechazo que me dio.

 Satisfecho de su bravuconada, entre una respiración agitada (mientras me mira a la cara, la cual tengo llena de su propia guasca), me confiesa lo siguiente:

-"Igual era mentira lo del sexo anal, ¿sabés?". Reímos, nos vestimos y se fue.



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