La pijamada.
Pijamada improvisada en lo de una amiga. Fue así, porque se largó a llover de repente y no podía volverme a casa. El tema es que no estábamos solas, también se encontraba su hermano, Tomás, un pibe hermoso, grandote, con esa barbita fachera que me ponía como loquita. Encima nos histeriqueábamos, aunque no nos convenía mucho por los roles que teníamos. Altos giles.
Aquella noche, Sonia, mi amiga, se quedó dormida en su cama, mientras jugábamos unas partiditas. Pero no me importó, porque lo configuré para jugar solita, y fue. Que descanse, demasiado la harté esa tarde con todo lo que hicimos; cosas de la facu, el trabajo, charlar, etc. Nos compramos unas buenas birras y nos fuimos a hacer esto que acabo de narrar. Ya estamos en el punto en el que lo dejé.
En eso, Antonio, su hermano, abrió la puerta a medias, para desearnos las buenas noches. Al ver a su querida hermanita planchando oreja, pasó por delante mío, se sentó en su cama solo para taparla, arroparla y darle un dulce beso en la frente. Muy tierno. Como quién diría, un hermano de ley que se ocupa y preocupa por los suyos. La envidio, la verdad, ya quisiera yo uno así.
Bueno, en fin, el tema fue que, desde donde estaba sentado, podía observar mi cola. Claro, como bien dije antes, fue todo improvisado, por lo tanto, mi pijama consistía en una remera roja y mi respectiva tanga del mismo color. Obviamente, la primer prenda no tapaba del todo mi ropita interior. Por lo que podía espiar el diminuto trapito que me había puesto.
"¡Qué orto tenés para ese juego, Gabita!", susurraba atrevidamente. Yo, en tanto, me cagaba de risa porque ni pelota le daba, es que estaba muy metida en la partida. No podía perder por nada del mundo. Cuando me propongo algo, hasta no conseguirlo, no paro. Eso era yo delante de ese jueguito verguero, una virgen que no cogía, solo por viciar con la Play.
De repente, siento al lado mío que la cama se hunde. Era Toni sentándose. Eso no me desvió de mi objetivo virtual. El panorama cambió cuando una mano corrió la poca telita que custodiaba celosamente mis cachas. Pero, la frutillita del postre, fue el dedo pulgar derecho hundiéndose en la ranura de mi cola. Mi cara fue de asombro total, mas no lo detuve.
Las caricias que le daba a mis nalgas, no tienen nombre. Las amasaba con tal ganas, que me dejaba perpleja. Además, las separaba a la una de la otra, para poder contemplar en su plenitud, el hoyo que se hallaba al fondo de mis cachetes. Era el tesorito más valioso que protegían las dos montañas que conformaban mis partes traseras.
De pronto, un líquido caliente cayó sobre el cutis de mis pompas, que luego rodó hasta mi pozo más profundo. Se trataba de un rico garso que largó de su boca con milimétrica maldad. Luego, un índice acompañó el trayecto de este hasta su oscuro destino final, que también desapareció entre el devorador agujero negro que yo poseo.
Se puso detrás mío, encima mío, sin carpa. Ya no le importaba nada. Solamente trataba de que los resortes de la cama, no nos delate con su hermana. Así que... despacito, se puso detrás mío, peló la chota, me subió la remera, corrió mi tanga y arremetió con mucha calentura ese cacho de verga que tenía colgando (me duela o no).
Al principio, le costó meterla, porque no estaba lo suficientemente húmedo. Tuvo que puerteármelo un rato, dos veces. ¿Cómo? Simulaba que me hacía una turca, pero con el culo, hasta que, al fin, entró. Una vez logrado eso, me agarró de la cintura y me cogió el orto con muy poca delicadeza. Y eso que no la metía completa. No, solo la cabeza y un par de centímetros más.
Los brincos que daba arriba mío, eran imponentes. Me hacía el ojete de una manera increíble. Era como si me lo estuviera taladrando con una de carne, pero lo disfrutaba. Me encantaba que fuera así de animal conmigo. Me hacía sentir la puta más sucia del mundo, SU puta más sucia del mundo o del universo. Encima a pelo era, en seco. No le importó nada de nada.
Cuando se cansaba, trataba yo de devolverle el favor, moviendo el ocote al mismo ritmo. El problema con esto, era que generaba que se le escapara el pito cada tanto. Se escapaba y Toni tenía que volver a reubicarlo con su mano. Esto, nos hacía perder el bendito tiempo al pedo. Eran unos malditos segundos sin tenerla adentro. Muy feo eso.
Una vez metida, arremetía con toda en mi colita virginal, en demasía. Aumentaba la velocidad, esporádicamente. Se ve que le encantaba la sensación que le generaba mi ranurita. La estrechez de esta, lo ponía como un pajero alzado con ganas de más. Un lobo hambriento de mi cuerpo. Lo deseaba con cada segundo que pasaba.
Lo peor fue cuando tiraba de mi cabello. En aquella pose, era lo único que le faltaba hacer. Para colmo, tironeaba con fuerza. Con demasiada fuerza. Casi que parecía que me iba a dejar pelada, como si me hubiera rapado la cabeza (¡Ja, ja, ja!). Es que no controlaba la fuerza que ejercía sobre mis pelos. Estaba demasiado enfocado en el terrible orgasmo que le provocaba.
Comencé a gemir relativamente fuerte. Esto, hacía que Sony se moviera un poco. Como si hubiera escuchado algo de mis gritos. Entonces, al chongazo, se le ocurre taparme la boca, tirándose cuerpo a tierra encima mío. El drama con esto, era que los pijazos debían ser cortitos, pero concisos. No muy profundos y ligeritos. Así se sentían. Éramos como dos conejitos, echados uno sobre el otro.
Si bien es cierto que evitaba, de forma exitosa, bajar los ruidos que emitía con la boca, también era verdad que generaba más con los resortes de la cama. Por lo que tuvimos que cambiar de posición urgentemente. Su sugerencia fue que me ponga boca arriba, abra las gambas y me deje penetrar haciendo patitas al hombro. Era su favorita.
Acepto. Le hago caso. Me pongo tal y como pide. Qué rico se sentía mi agujerito siendo atravesado por su pija gigante. Desde allí, también, me permitía divisar sus pezones endureciéndose por la calentura. Los míos también, por supuesto. Pero, además, podía ver cada gesto que dibujaba su rostro, a medida que transcurría el tiempo.
Lo tenía enredado con mis piernas, por el cogote. No se podía escapar de mis garras. Estaba en mi total poder. Encima, mi cara de placer, le daba más ganas de darme bien duro por el culo. Lo sentía. Nos echábamos miradas asesinas, que nos daban tremendos deseos del uno del otro. No podía parar de serrucharme el upite con una locura total.
Otra vez quiso cambiar. Esta vez, me puso de costado, él se acostó detrás mío para ponernos en cucharita y coger así. Le dije que sí de una, sin dudarlo ni por un instante. Ni una milésima de segundo lo pensé. Es que es imposible oponerme a tal posición. Es una de mis preferidas. Me gusta demasiado. Es muy buena.
Se puso en la pose que nos prometimos, escupió su mano, embadurnó su poronga con ella y así, se sumergió a las profundidades de mi orto con ella. Abrió sin piedad, las puertas de mi culito. Se adentró sin pedir permiso si quiera, para irrumpir en la quietud de mis interiores. Se movía con una impunidad hermosa, que me hacía gritar como una loca.
Agarraba su chota, porque, cada tanto, se le piantaba por un rinconcito. Una vez que le tomaba la mano, la ponía encima de mis caderas, para sujetarse con más comodidad. Dolía, pero era suculento. Pero no me hacía doler solo porque era grande. También porque era gorda. Me ensanchaba el agujero de la cola de una manera no antes sentida.
Estar así, le hizo sentir que la leche se le subía velozmente por el canuto de la verga, por lo que me avisó que quería sacársela con mi boca. Quería probar mi capacidad como petera. Así que... me dio esa única chance de probar qué tanto se había perdido, por no haber agarrado de una que le tire la goma. Creo que se va a arrepentir de no hacerlo.
Se levantó del catre, para ponerse de pie y que me arrodille ante él. Accedí, le di bola. Me paré, luego de Toni para concretar sus gustos. Un poco más, y era su muñeca inflable que le daba con todos los gustos más atrevidos que le pintaban. No me molestaba, porque era mi papel el de satisfacer al macho de turno con el que me revolcaba.
Al fin pude tener frente a mis ojos, ese tremendo falo que me venía penetrando hace varios minutos. Era increíblemente grande, como de unos veintitantos de centímetros. Me dejó asombrada. Para colmo de males, como ya dija antes, también era gorda. Lo tenía todo. No me podía quejar en nada con el chongazo que me tocó tener azarosamente.
Rápidamente, me sujetó de la nuca, para que me atragante hasta donde más pude con su pija gigante. Eso hice. No contento con ello, la sacaba y la metía de mi garganta en el momento que le placía. Me hacía darle unas buenas cabeceaditas cortitas, pero rápidas, que pudiesen pajearlo satisfactoriamente hasta ahogarme con su pinchila.
Estuve un rato largo haciéndole eso, yendo y viniendo por lo largo de su miembro. Tanto así, que estaba baboso a causa de mi propia saliva. Ya resbalaban mis labios con tal facilidad, que no sentía nada. No sé cómo explicarlo. La viscosidad en mi boca, se volvió algo normal. Se sentía demasiado increíble. No la quería sacar nunca más en la vida de acá.
Bueno, en fin, cuando la sacaba de mi jeta, a la pija se le desprendían unos hilos de baba blanca que se mantenía unido de mis labios. No era leche todavía. Era como líquido preseminal, claro, pero más rica todavía. Sumado a que el placer de este muchacho, se hacía percibir de una forma mucho más potente a este punto del partido. Ya quería expulsar sus demonios.
Sacudió su pene un instante delante de mi cara, hasta que, al fin, su semen salió eyectada sobre mi cara. Primero, sobre la parte de mi ceja. Luego, sobre mi comisura, pera y hasta el fondo de mi garganta. Este último fue una buena gota rebelde que fue a dar por sí misma, por aquellos lares. Pero, qué rico, pude degustar lo que posee ese hombre entre sus huevos.
Me di unos golpecitos en la cara con ella, le di un chuponcito rapidito en el glande (con succión y todo), le pasé la lengua de manera superficial, cosa de poder limpiársela a penitas, pero... ¿sabe qué pasó, estimado lector? Que escuchamos una vocecita con un tono preguntón sobre nuestro paradero. Así es, se despertó la hermana.
Al toque, intentamos, con carpa, disimular lo que había ocurrido. Yo me arrastré hábilmente hacia el colchón en el que estaba echada. Puta madre, el boludo de Antonio tuvo que tirarse al piso también, junto a mí, para que no nos viera la cortamambo esta. Qué ganas de matarla me dieron jajaja, alto odio posta. Estábamos re joya. Al menos no nos cortó el polvo rico que nos echamos en esta hemosa PIJAmada.
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