La tóxica.
Sonaba el timbre en la casa del amigo de mi novio. Me atiende, pobre, es que estaba jugando en la compu. Entro mientras le explico lo que pasó. El tema era que mi novio se había olvidado el celu ahí y me tiré el lance para irlo a buscar. De paso, chusmeárselo, ya que tenía las ligeras sospechas de que me cagaba.
Javi, cuando me hizo pasar, se puso detrás mío, aprovechando que estaba con una pollera roja abullonada bastante sugestiva, ya que permitía que mis cachetes se asomaran. Se dio el lujo de pegarle una buena relojeada al ojete de la novia de su amigo el muy descarado. No se reservó para nada.
Ni bien llegamos a su cuarto, que es donde me condujo, me hizo entender que estaba perdiendo el tiempo, ya que no había ningún celu que no fuera el suyo. Era verdad, en parte, porque, resulta que, el aparato, no estaba allí. Sino, en otro lugar más seguro. Pero no nos adelantemos.
Dejó de querer convencerme cuando me vio en cuatro patas buscando debajo de la cama. Tenía la cola paradita, solo separadas mis nalgas por la tanga roja que me había puesto ese día y la pudo conocer en plenitud. Sin tapujo, ni barrera alguna.
Ni bien me vio en cuatro, capturó mi atención haciéndome la siguiente pregunta: "¿buscás esto?", a lo que yo, inmediatamente, atino a querer manotear con un "gracias" mediante. Feliz de la vida, sin percatarme de sus intenciones.
Haciéndose el amigo fiel, me pregunta para qué lo quiero. Yo, intentando no decirlo, le comento que lo quería para fijarme en algo, en cosas. El hombre, con más curiosidad que antes, insiste en cuestionar, pero más la misteriosa me hago. O eso traté. En vano.
El señorito, que se encontraba en calzones, con el bulto a centímetros de mi cara, continuaba mezquinándome el dichoso aparato. Solo que, esta vez, lo hacía usando sus manos, ya que demuestra que lo tenía en su poder. Más precisamente, en sus manos.
Le agarro la pija en son de amenaza, para que me lo dé. Pero, esta treta, no daba los resultados esperados. Por el contrario, solo servían para que él esconda aún más el bendito teléfono. Lo detesté, mas no puedo negar que era un buen amigo... o eso me hizo creer.
Al empezarle a masajear la chota, la cosa cambió su semblante: de regañón a dócil. Parecía disfrutar de la presencia de mis manos en sus partes pudendas. Su respiración me contaba de lo entregado que estaba. Podía quitárselo en ese instante. Pero no, a mí también me gustaba.
Le sugerí un intercambio muy audaz que se me ocurrió: si le hacía el pete que tanto deseábamos en ese momento, Javo me daría el dichoso aparatito de mi novio. Aceptó, obviamente, tal y como sospechaba que lo haría. Otra, no le quedaba. Ya estábamos en ese hermoso baile, había que bailar juntitos.
Bajé su pantalón y su bóxer al mismo tiempo. De ahí, violentamente, sale una trompa de elefante que me hace pegar un susto repentino. Se trataba de la poronga gigante de ese muchacho. Quedé helada, estupefacta. Hasta le hice saber que la tenía más grande que mi chico. Ese fue un dato que amó saber. Lo puso más pajero.
Sin manos lo empecé a cogotear por un largo rato. Le mamaba la punta, casi pasando unos milímetros del frenillo. Es que se sentía tan deliciosa, que me podía quedar así todo el día. Entre que amaba hacer eso y lo hermosa que la tenía este guacho, me dejé llevar. Encima, a él tampoco parecía disgustarle. No tendría problema alguno si me pidiese repetirlo.
No le quitaba la mirada de encima al pobre muchacho, pero siento que le encantaba verme lo puta que podía ser. Solo cerré los ojos por unos segundos, para degustar mejor esa rica carne que me ofrecía. Para colmo, mis labios se le adhirieron como unos abrojos a ella, como una sopapa que no se quería despegar. ¿Qué más da? Yo tampoco quería eso.
Traté de advertirle que no le cuente a nadie sobre esto, con la pija en la boca. Me salió medio complicadito de entender, pero supongo que lo comprendió, ya que asintió con la cabeza. Creo que era un tanto al pedo avisar esto, una vez que me encontraba tirándole la goma, mas nunca viene mal recordárselo. Qué sé yo, uno nunca sabe realmente.
Me agarré de sus piernas, para poder comerle más a fondo lo que vendría siendo el porongón ese. Me quería atragantar totalmente, como la buena masoquista que soy. No me importó nada. Si debía morir, debía morir así, asfixiada por una chota. La más exquisita manera de irme al otro barrio. No me podría quejar en lo absoluto.
Estaba tan caliente, que le pedí que me cogiera. No me importó si el trato era solo un pete, quería que me la entierre un toque nomás. Tenía que sentir ese pingo acuchillándome por dentro, lo necesitaba urgentemente. Obviamente, él accedió al toque. Ni lo dudó, así que... me ofreció ponerme en cuatro patitas encima de su cama. Pero, POR SUPUESTO, PAPI. Lo hice.
Tenía la pija tan húmeda, que no hizo falta esforzarse tanto para que entre de una. A pesar de eso, me puerteó un ratito, para hacerme desear más el muy hijo de puta. Me la frotó entre las nalguitas, la pasaba despacito. Me masajeaba con ella, prácticamente. No era necesario, papi, cogeme de una, la concha de tu hermana. Quería verga en ese preciso instante.
Se sujetó de mi pelo para poder tomar envión y metérmela hasta el fondo. También para cogerme el orto bien duro al toque, sin tener que esperar tanto. Para tener que hacerlo a una velocidad que nos desquicie a ambos. Me hacía gemir como una puta. Es que, me la puso sin vaselina, sin lubricante. Entre mis nalgas estallaban esos huevos.
Se le pianta la chota de entre mis nalgas, así que... no se le ocurre otra mejor idea, que rascarme el culo con ella. Literal, me la frotaba como si me la rascara posta, pero sobre los cachetes, muy cerquita del upite. La sacude, para terminar buscando el agujerito y arremeter. Me dolió al principio, hasta que me terminó encantando una vez acostumbrada al dolor.
Me la clava de a poquito, pero se siente tan rico, que le pido a gritos que me meta el chorizo. Quería más rápido. Andaba necesitando de un macho que me propine mis buenos vergazos, como lo hacía Javier, que me haga el orto de una forma tan desenfrenada tal como lo estaba haciendo él, como un sexópata desequilibrado. Teníamos eso en común.
Agachada más todavía, mi culito se cerraba con esa pose. Eso hacía que su poronga esté estrecha y pueda eyacular más para mí. Parecía que me estaba bombeando el ojete. Me dolía, pero era feliz así. Sujetaba con fuerza mi pollerita roja. Apretaba fuerte con el puño como un macho viril. Se le marcaban las venas en las manos. Estaba sacadísimo. Con una tremenda leche.
Me puso en cuatro patitas sobre su plácida cama. Necesitaba cogerme así. El bamboleo de mis nalgas apretadas lo sobre estimulaba. Madre mía, qué rico se sentía esa verga adentro mío. No quería que la saque nunca. Me parece que él tampoco quería eso. Pero era inevitable, en algún momento se le piantaba de mis interiores. Debía pasar.
Entonces, me puso en dos patas, de rodillas, de espaldas a él para poder culearme mejor. Sosteniéndome por la cintura, se sentía mucho mejor. El golpeteo de su poronga enorme chocándose contra mi culo, era el paraíso. Lo hacía como los dioses, no lo puedo negar, mejor que mi chico. Hijo de puta, las puteadas que me inspiró a decir. Eran únicas.
Ahora quería de misionero, pero un misionero gay. Con las patas bien abiertas y el hoyito de mi culo igual de abierto. Entregando el orto solo para Javier. La enterraba toda, sin piedad alguna. Era una pose fácil para lograr enterrarla así. Tenía todo el poder sobre mí.
En mis pensamientos, no veía la hora de que me acabe toda. Porque, a pesar de encantarme, la tenía demasiado grande. Dolía, sí, pero también quería más. Esa chota me volvió en una puta degenerada, una trola infiel increíble. Nunca me había portado así antes. No puedo negar que me había gustado.
Introducía la punta unas cinco veces, hasta que arremetía con toda al fondo. Ahí pegaba un grito de amor que se escuchaba en Estados Unidos, maso. Estaba muy gritona, pero no me culpo. Había que bancarse ese pedazo adentro, aunque sea un ratito.
Sus manos acariciaban mis pechos. Totalmente. Se trasladaban por lo largo y ancho de sus curvaturas. Eran guiadas por el frenesí de sus hormonas, por esta calentura también. Hermoso. Cómo garchaba ese hombre. No lo podía creer. Me parece que Javi tampoco.
En agradecimiento, por haberse portado tan bien, le permití empaparme la carita con su dulce néctar de macho. Se puso de pie, frente a mí, para acogotar ese colosal ganso. Me puse de rodillas, ante él, para abrir la boquita y esperar a que me bañe con su engrudo.
Sostenía mi frente mientras se la jalaba salvajemente. Su carita lo delataba demasiado, podía leer sus pensamientos. Pareció que estaba enardecido, que no podía aguantar más guardar tantos litros de miel blanquecina en sus pelotas. Debía echármela toda ya mismo.
En tanto, mi semblante era la de una putita sedienta de lácteo. No podía caretear todas mis ganas por ser bañada por esa chota. Mis labios gruesos se rozaban con la piel de su glande, eso me ponía peor. Más pedigüeña de lo que ya era. No había que esperar,
Mi lengua y su cabeza eran casi uno de tanto que se chocaban con la paja que se hacía. Podías confundirlas dónde terminaba su piel y empezaba la mía. Era cuasi indefinible el límite que no podíamos trazar juntos de la desesperación.
Finalmente, luego de tanto acomodarnos para la última estocada, llega la acogotada culminante, la que empuja cada gotita violentamente contra mí. Es que, sí, todo cae dentro de mi boca. Como el rocío de la noche, se posa encima mío, humedeciendo cada rincón por el que pasa.
La mano que sostiene mi nuca, me suelta solo para ser la que se extiende sujetando el celular de mi pareja. Por fin, mi premio, me lo gané. O no, no sé. Porque, la verdad, la estaba pasando demasiado bien con ese chongazo. Ya me había olvidado de ese zanguango infiel. De todos modos. Aquí vamos, espiemos.

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