NetfliXXX.

¿Venís a casa a ver Netflix/una peli? Suele ser la pregunta más desequilibrante que me han hecho. Porque no sé si realmente me invitan a verla, o me invitan a verga. Yo siempre acepto, claro. Una peli, no se rechaza. Y si el chabón, me gusta, cualquiera de las dos opciones, serán siempre bien recibidas. No estaría teniendo problema con ninguna de las dos. Por si las dudas, siempre estoy lista para cualquiera de las dos posibilidades.

 El tema se da cuando, Miguel, un compañero del laburo me invita a su casa a ver una. Acepto muy feliz, obvio, ya que, el muchacho en cuestión, me gustaba mucho. No voy a negar que me sorprende en demasía aquel hecho. Quedé impresionada, pero, a lo mejor, pensándolo bien, se podría deber a que, el otro día, le puse las gomas en la cara sin darme cuenta. Fui escotada aquella tarde, pero nunca planeé hacérselo. Solo se dio naturalmente.

 Esa noche, me fui lo más simple posible: una remera blanca que me quedaba enorme, un short por el calor y una tanga con el mismo color de la primer prenda nombrada. Fui discreta, podría decirse. Nada del otro mundo. Es más, podría decir que no fui pensando en volteármelo, ni nada. Ni coquetearle, si quiera... solamente ver un largometraje, tal como me prometió. Sí, así de inocentona soy. Alta virga, ¡Ja, ja, ja, ja! Si pensás eso, querido lector, te doy la razón.

 De camino hacia su casa, y como sospechaba que íbamos a trasnochar bastante, me compro un par de birras y unos pochoclos para que comamos mientras miramos la/s peli/s. Le advierto que lo haré, para que no se ponga a prepararlos él también, claro. No vaya a ser que le caiga y ya tengamos como dos kilos que nunca nos vamos a terminar (o sí, quién sabe). Que le termine quedando de sobra una banda. Pobre muchacho.

 Llego. Toco el timbre de su departamento. Me atiende por el portero. Me pide que lo espere, lo hago. Baja. Me abre. Entro. Me da un beso de saludo. Pasamos. Subimos por el ascensor. Entramos a su casita. Una vez allí, le doy el pochoclo para que lo vaya preparando. La birrita también, para que la meta en la heladera, mientras miramos y se va enfriando. ¿Todo marchaba bien? Todo marchaba MUY bien. No me quejo para nada.

 Desde la cocina, me ofrece que me sienta como en casa. Grave error. ¿Sí? ¿En serio querés que me sienta tan cómodo? Mirá que soy capaz de agarrarte hasta el codo, pensé. Todo eso fue lo que pasó por mi cabeza. No daba, pero debido a la insistencia de Mickey (como le decía yo), tuve que hacerlo. Me quité el short, quedando con mi remera como si fuera casi un vestido... y digo casi, porque no logra taparme tanto la cola. No, me queda casi la parte inferior destapada.

 Recuesto mi cuerpo sobre el sofá, en espera de que venga este chongo de la cocina y me vea. La sorpresa, al tenerme desde esa perspectiva cuando vuelve, casi hace que arroje el tazón. Por fortuna, el ruido que hace, me advierte para que gire la mirada hacia él. Le pregunto si lo asusté. Creo que no, todo lo contrario. Pero sí que no se esperaba que me tome tan literal el pedido. Me fui al pasto sin avisar, pareciera.

 Se sienta. Intenta relajarse. Trae hacia mí, el tazón. Coloca los brazos apoyados sobre el respaldo del sofá. Descanso la cabeza sobre su pecho. La otra parte del peso de mi cuerpo, sobre el codo que va en el sillón, quedando a centímetros de lo que sería las partes pudendas de Mike. Tanto así, que quedo sorprendida de lo cerca que estoy. No me costaba nada, casi que debía sacar la lengua para tocar esa preciosa puntita.

 Prende la tele. Pone Netflix. Buscamos alguna peli. No recuerdo cuál era, porque no le di mucha pelota, sinceramente. No fui pensando en verla. Pero bueno, volviendo a lo nuestro, pone el bol encima de sus partes. Come. Devora tanto, que, algunas migas, caen rodando sobre mi brazo. Tocan fuerte mi antebrazo. Miro. Agarro esas mismas. Las llevo a la boca con la mirada atenta a la pantalla, sin perderla de vista ni por un instante.

 Para descansar el brazo por tanto extenderlo, lo pongo sobre su pierna. Es que tenía su mano metida en el recipiente. Lo tuvo como dos horas para sacar un puto coso. No lo sacaba más el muy sorullo. Parecía que se adueñó del mismo. Solo conseguí agarrar uno, cuando se le resbaló del montoncito que logró capturar. Por cierto, ese único que se estrola contra su gamba, ¡OH, CASUALIDAD!, fue justo sobre la pija. Maldito manipulador.

 Lo recojo sin miedo, claro (porque si hay cosas que nunca tuve, fueron plata y miedo). Es más, en el interín, termino agarrando, adrede, algo más que un pop corn y se lo hago saber con la forma. Tanteé algo más carnoso, algo más delicioso. Viendo mi carencia de timidez, arroja un par más solo para ponerme a prueba mi reacción. Lo cual, me lleva a hacerlo con más ganas (casi que me tiro de cabeza solo para limpiarlo).

 Sin carpa, tomé su verga como si se tratara de un micrófono. Lo acaricié despacito por encima del short. Le daba mimitos en círculo por la parte de la punta y el tronco. No estaba toda dura todavía, pero iba por buen camino, así que... procedí a toquetearlo por un largo rato más. Estaba encantada con el tremendo bulto que se le formó de repente. No podía creer todo lo que me estaba por comer dentro de un rato.

 Bajo su pantalón, con bóxer y todo, para quedarme con ese pedazo tan cerca de mi boca, que podía olerla. Abrí la boca para abrazar su cabezota con mis labios. La saboreé. Volví a hacerlo. Lo lengüeteé como si fuera un delicioso helado. Lo sentía como si fuera la comida más exquisita que pude llevarme. 

 El tronco tampoco se salvó, incliné mi cabeza para poder estar más cómoda mamándole la chota de arriba a abajo, sin tenerle lo más mínimo de piedad. Estuve así un rato bastante extenso, el suficiente para dejársela como piedra. Toda babeada. Era como hacerle una paja, pero con mis golosos labios. 

 Para estas alturas, el chabón ya estaba recontra entregado. No paraba de jadear de placer o de decirme chanchadas que parecían más chamullo que realidad. Cosas como que nunca lo habían peteado así, o no sé, boludeces de ese estilo que dicen todos mientras tenés su pija en la boca. Era capaz de decirme "te amo" el muy malandro.

 Reabrí la boca, solo para llevármela lo más que pueda, toda, porque... sí, era bastante grande. Subía y bajaba, por el largo tronco venoso de su miembro, generando un gordo bulto que se formaba en mis cachetes. Trataba de que llegue hasta el final de mi dentadura. Creo que, en más de una ocasión, lo hacía.

 Una vez entrados en la confianza necesaria, se bajó los pantalones, aplastó el culo bien en el sofá y se dejó arrastrar por mi talento oral. Entonces, yo, hice lo mismo: me puse casi en cuatro, solo para tener su pingo bien debajo de mi boca, cosa de que también pueda estar en total bienestar y llevar a cabo mi pete.

 Sin usar las manos, le pegué una cabeceada terrible. Digo esto, porque se le notaba en la cara que la estaba pasando joya. Tenía los ojos en blanco y hasta balbuceaba pelotudeces. Tanto así, que intenté callarlo con mis inutilizadas manos. Posta, me la re bajaba las incoherencias que salían de su boca.

 El chabón intentó ser útil, bajándome la tanga. Al fin sirvió para algo. Me vino bárbaro eso, porque quería tener clavado algo más que la tirita blanca y el chabón lo intuyó. Sé que conectamos en ese preciso instante, no podíamos tener tan buen timing. Pero, al parecer, así fue. Así que... me la dejé sacar.

 Finalizado mi desafío de ser Clemente, le agarro los huevos para poder hacerle una garganta profunda. Es que... el muchacho me retó que lo intente y no lo pude evitar. No pude declinar. Tenía que conservar mi dignidad para demostrarle el nivel de petera en el que me encuentro. Abrí la boca, para decir "¡Ah!".

 En uno de los tantos intentos, casi vomito. Fueron tal las ganas de ganarle, que me lo tomé en serio. Por poco lanzo al pobre pibe. Bah... que se joda por decirme esas cosas. Quién lo manda a ser tan boludo de hacer eso con una petera tan profesional como yo. Por favor, chabón, ¿quién sos? Media pila te pido nomás.

 Me importó poco que solo pueda llegar a la mitad. Intenté un par de veces más, porque... "terca" es mi segundo nombre. Obviamente, el resultado fue el mismo, podría decir. Pero, no todo es malo. Me permitió poder babearle con más fluidez la poronga. Lo que, por ahí me costaba con escupitajos normales, con eso obtenía una mejor ensalivación.

 Mis ojos lloraban cuál cascada, como si hubiera pelado una cebolla. El tema es que solo estaba pelando una verga. Nada más y nada menos. ¿Qué onda, guacho, me estaba volviendo un debilucho? ¿Por qué así? Si ya me he comido porongas de más de veinte centímetros. En fin, no es momento de pensar. A seguir tragando. 

 Para quitarme el sabor, el gordito lindo, me convidó de sus pororó de nuevo. Un tierno. Me encajó un buen bollo para que me trague inmediatamente. Era un dulce de leche. Lo amé. Es más, giré la cabeza, lo miré y le sonreí con mucho amor. Me devolvió la sonrisa, obvio, porque se dio cuenta de que lo necesitaba.

Continué con mi ardua labor de extraerle una muestra de semen con la jeta. Ahora, te preguntarás, mi querido lector, ¿aprendí la lección dándome por vencida? ¡JAMÁS! Ya te dije que, mi segundo nombre, es "terca" y eso es lo que soy. Esa palabra me define a la perfección. Debería cambiar, pero no quiero.

 El muy chistosito puso un maíz sobre la punta de su choto, todo para ponerme una trampa y que me la trague entera. Por supuesto que lo hice, ni lo pensé. Iba a hacerlo de todos modos. No es que, gracias a esa emboscada, caí. ¡NO! No era necesario, de hecho, pero bueh... sí, mi cielo, muchas gracias por eso.

 El muy benevolente, me tuvo piedad. Me vio demasiado amagando a vomitar, así que... me exigió que le comiera el chori, pero con la cola. Así que... aproveché que estaba sentado y lo empapado que estaba, para sentarme en la nariz del pinocho mentiroso que tenía entre las patas... que, encima, era gigante.

 Rasqué mi culito con ella para que me vaya abriendo de a poco. Era pajearlo de nuevo, pero con otra cosa. Algo nuevo. Algo que nos encantó a ambos. No lo culpo, se sentía rico cómo me lo hacía. Encima yo tenía el poder y lo hacía cómo y cuándo quería. Lo tenía dominado sin látigo, ni arma alguna.

 Le agarré la chota para hacerle creer que iba a metérmela en el culo. Pero no, solo se la manoseé un rato largo. Le tocaba el frenillo despacito, con mis yemas inquietas. En círculos también, como lo hacía previo a que pelara ese bananón de carne. Sabía que le encantaría eso. Para estas alturas, estaba entregadísimo mal.

 Pará ahí, querido lector, que no soy la única malvada acá, ¿eh? ¡NO! Mike, también se las mandaba. No sabés cómo me chupaba las tetas desaforadamente el loco este. Estaba como un sexópata comiéndome los pezones con una lujuria inusitada. Nunca antes vista (al menos, no por mí).

 Tanto fue, que empecé a menear encima de su picaporte hermoso. Diría que "me puse a bailar" encima suyo. Ya estaba rogándome para que la meta. Lo manijeé mal. No podía parar de saborearse imaginándose la sensación de unos buenos chotazos en mi culito. Pobrecito, soy muy mala.

 Luego de hacerme desear por un rato largo, me la puse nomás. TODA. Sus huevos servían para avisarme que, más abajo, no podía descender. Que ese era el límite. Que me detenga para volver a ascender y sacarle todo su producto testicular con mis propios muslos de manera abrupta.

 Solo bastó un par de culazos para que quiera cambiar de nuevo. Me recostó para ponerme de costado, y él detrás mío a darme vergazos. Levantó mi pierna derecha, para que él la sostenga en el aire y poder escarbar con ese pingo gordo en mis interiores más lujuriosos. Qué rica pose me hizo hacer.

 A pesar de que no lograba penetrarme en su totalidad, alcanzaba lo suficiente para ponerme a gozar. Su chota era lo necesariamente larga como para poder sentirla igual. Mis tetas brincaban como locas, es que necesitaban de sus manos grandes para ser sostenidas. Que algún macho alfa me las agarre y me deje sus huellas dactilares marcadas a fuego.

 La sacó solo para agarrársela y rascarme el culito con su enorme verga. Tanto el hoyo, como por fuera del mismo. La paseaba de arriba a abajo a puro gusto. Hasta que, por fin, se decide a introducirlo cuando yo lo abro separando mis piernas. Sigo acostada, de coté, esperando que me coja toda.

 Me hacía doler, pero era un dolorcito placentero. Lo valía. Amaba y odiaba a la vez sentir cómo me empuja la caca con la punta del glande. Es una sensación que no sé explicar, pero que me encanta experimentar con pijudos como este, que te agarran y te desvirgan hasta el estómago los muy atrevidos.

 Gemía como una loba en celo cuando entraba. Lloraba cuando salía de mi orto apretadito y eso que no era el gran movimiento el que hacía. Era muy a penitas. Eran cortitos. Pero se hacían palpar como un cuchillazo que se clavaba en tus entrañas. No lo puedo negar, pedía más. Muy masoca de mi parte.

 Su largo chorizo debe penetrarme en cuatro patas. Era la pose que me faltaba realmente. Necesitaba sentir esa poronga adentrándose en mí en esa hermosa pose. Así que... apoyé los codos sobre una almohada que estaba en el brazo del sofá, las rodillas arriba del cuerpo del mismo y a recibir ricos vergazos bien profundos.

 Con cada entrada, me hacía pegar el señor brinco el muy hijo de puta. Es que me la daba hasta los huevos. Solo paraba cuando chocaba su panza con mis nalgas para hacer ruido. Mi agujero estaba agrandadísimo, era un buraco en este momento. Podía cagar de pie sin darme cuenta, tranquilamente.

 Peor fue cuando, queriéndolo agarrar de la cintura, me toma de la muñeca. Eso hace que pueda utilizar mi brazo para mejor maniobrabilidad. Le quedaba re cómodo. Podía pijearme como quería, a su piaccere. Casi que me arranca el brazo, pero... ¿qué me importa? Sí, papito, cogeme toda.

 Finalmente, otra vez se sentó en su viejo sillón, pero ahora, era para ponerme en la misma pose. De costado, pero casi sentada sobre Migue. Qué pancho que estaba, así cualquiera coge. No quería ni moverse el culeado. Solo que yo moviera la cola para sentarme en su pedazo. No digo nada, me gustó igual.

 De tanto treque-treque, me terminó regando la cara. Se levantó hasta la punta del sillón para empaparme con un guascazo que saltó como una explosión sobre mi rostro. Le salían gotones tan grandes, que, con un par, pudo cubrirme toda la cara como si fuera una máscara facial. Incluyendo mi cuello.

  Mis labios, mi frente, mi nariz, mi pera, todo rociado por doquier por su propio semen. Estaba chocha, no podía más de la felicidad después de ese lechazo supremo. Se ve que me senté lo suficiente bien como para obtener todo ese manjar sobre mí. Eso me lo demostró también sus largos "ahhh" que me hicieron feliz.

 No tenía que dejarla morir, así que... me dio unos buenos pijazos en los labios mientras aún estaba dura. Eso hacía que, las pocas gotas que quedaron colgando de la punta de su garcha, terminaran por brincar encima de mi pálida piel. Qué bueno, porque me ahorré en tratamientos faciales contra granos y otras cagadas.

 Después de limpiarme un poco, vemos que Netflix nos preguntaban: "¿Todavía estás ahí?", después de la gritera que nos pegamos, ¿de verdad podés preguntar algo así, amigo? Qué pregunta más boluda. Pero bueno, supongo que, de ahora en más, voy a tener que ver esas pelis de pie. Sin poder sentarme.



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