El disco duro está reparado (primer encuentro).

 Mi PC estaba fallando. Cada tanto se apagaba sola, sin que yo le hiciera algo. Me cansé de buscar por internet y no dar con la solución inmediata. Qué frustrante se me volvió.

 Como nadie me atendía en HP, ni en ninguna página me daba la solución correcta, llamo a mi vecino, el nerd. Este, por suerte, está desocupado, así que... vino volando sin escalas.

 El timbre sonó. Era él, Ariel, el que se encontraba del otro lado de la puerta. Le abrí inmediatamente, es que no quería hacer esperar más a mi pobre compu. Merecía ser arreglada ya.

 Como no me dio tiempo a cambiarme, tuve que atenderlo con mi pijamita, que estaba conformado por una pequeña camiseta blanca que llegaba a penas a tapar el culo y una tanga del mismo color.

 Al toque lo hice pasar a mi pieza. Lo senté en la silla gamer que tenía bien cómodo y le comenté lo que me venía pasando con el aparato, lo que lo llevó a meditar al respecto por un rato.

 Le prendí la compu sin pensarlo, al toque, agachándome un poco (bastante) solo de la mitad de mi cuerpo para arriba, ya que el escurridizo botón estaba detrás del monitor. 

 Este movimiento hizo que la atrevida camiseta se me subiera totalmente, permitiendo así, que se me asome la sinvergüenza de mi cola. Sin pedir permiso. Todo delante de Ari.

 Para colmo, por lo atrás que estaba (es que el botón se alojaba en la parte izquierda y yo, como una tonta, di vuelta por la parte derecha), me generó incomodidad que me llevó a estirarme.

 Para alcanzar mejor el botón, por alguna razón, se me ocurrió menear la colita. ¿Esto dio algún resultado? NO, pero fue el inconsciente el que me hizo hacer eso. Putita hasta la muerte.

 "¿Ya se prendió?", pregunto inocentemente. A lo que él, muy inteligentemente, me responde que sí, pero que debería quedarme así por si necesita que se la prenda con la velocidad en la que se apaga.

 Yo, sinceramente, le creí. Me quedé con la parte de arriba del cuerpo inclinada, con los codos sobre el escritorio, para estar lo más cómoda posible mientras lleva a cabo la ardua labor que le encargué.

 En eso que estoy ahí, veo una mano ajustando uno de los cables de atrás. Quedé sorprendida. Entonces, a los pocos minutos me dijo que ya estaba todo listo y arreglado para ser usado.

 De la felicidad, me pongo derecha y ahí veo la imagen menos esperada: la tenía re parada el guacho este. El shorcito le marcaba mal la pija. No podía más de lo caliente que estaba.

 Entonces, demuestro con mi lenguaje corporal, cansancio. Obviamente, por tanto estar parada. Así fue que, sin preguntar, ni nada, corro la silla y aplasto el culo sobre esa poronga dura.

 Corro bien para atrás el asiento, cosa de tener el culito bastante al medio de su verga. Todo esto, lo hice con la excusa de probar la computadora recién arregladita. Era así, estaba como nueva.

 Resulta que, con timidez, me dice que tenía un cable suelto, pero que, de todas formas, habían algunos virus dando vuelta y jodiendo archivos. Por eso mismo, ahora, me andaba más rápido.

 De la alegría que me dieron sus palabras diagnosticando mi electrodoméstico, brinqué mal pero espontáneamente sobre su falo que no daba más de lo entumecido que lo tenía.

 Desde entonces, le restregué sin parar todo el ocote por todita la pelvis. Era como si perreara encima suyo. Estaba como una loca sacada y, al ver su carita de degenerado, me puse peor.

 "No sé cómo agradecerte", le digo mientras le movía el ojete en la poronga y le ponía cara de puta chupa pijas. Él, entre tanto, intentaba hablar, pero no podía. Tartamudeaba.

 Gracias a eso, le dije: "sí, ya sé cómo". Me bajé la bombachita, seguí perreándole sin piedad. Claro, le tuve que decir eso, porque pensé que encararía, pero no. Era muy virgencito el hombre.

 Por fin se avivó, y se bajó los pantalones junto a sus bóxers. Quedó en chota. Por fin. Ya era hora que se avive que quería coger. Un poco más, y se lo decía. Pero bueno, era virgen en serio. Si eso quería, debía ser así.

 Mientras se sacaba la ropa, le paré la colita destangada, para que, así, pueda estimularse visualmente. Eso hizo, no paró de pajearse y jamás se le cayó en el trayecto intentándolo.

 ¡Qué buen ojo tengo! Al verlo tan flaquito y desgarbado, supuse que tenía un buen chorizo entre las patas. No le pifié. La tenía como de 19 centímetros, la medida justa. Ni enorme, ni chica.

 Se corrió el cuerito para atrás y permitió que mi culito golpee contra su chotón, separándose en el medio gracias a esa cosa gruesa que tenía colgando. Qué rico se sentía. No pude parar.

 Prosigo dándole culazos como una loca. Bajaba y subía de forma violenta, para hacerlo acabar a borbotones, como se lo merece. Esa pija debía ser exprimida sin piedad. Con todo el peso de mis nalgas.

 Mi apretado culito, lo ponía como loco. Cada vez que me penetraba, me lo hacía notar, respirándome al oído con una agitación que antes no tenía. Significaba que iba perfecto. Creo.

 Me giré para verlo, y... qué bella imagen me llevo en la mente al notar su cara poniéndose colorada mal o sus venas hinchándose en el cuello por lo excitante que la estábamos pasando.

 Estaba tan encantado con la posición, que, cuando quise cambiar, se negó. Quería que continuara entregándole el ojete así. Y estaba bien, porque debía ser yo quien lo guíe.

 Los golpecitos de mis nalgas y su pelvis, se hacía cada vez más notorio debido a que me animaba a ir bajando más hasta la base de su pene. No era poco atragantar mi cola de diecinueve centímetros.

 Aún así, lo logré, dejando al muchacho en una especie de gesto de asombro. No se esperaba que lograra poder ser atravesada por semejante mastil. Ya que lo venía intentando y se percató.

 Después de tanto ir y venir, se le piantó el pito y, al mismo tiempo, escupió por fuera de mi culo. Es que sí, tanto tiempo sin ponerla, sumado al placer que le daba, lo hice acabar rápido.

 Flasheó que estaba frustrada por haberlo hecho acabar tan pronto, pero no, se podría decir que lo tomé como un halago realmente. Me sentí muy sensual. Aunque a cualquier virgen le hubiera pasado eso, creo yo.

 En mis nalgas se alojaba el lechazo. Era tipo un arañazo, de esos que son como una línea larga que abarca gran parte del terreno, se podría decir para que se llegue a visualizar.

 Para quitarme aquellos vestigios de felicidad, me paso la yema del dedo con total impunidad y me los llevo a la boca. Allí, mueren en mi estómago. Todo esto lo hago delante suyo.

 Me levanté de encima suyo para dejarlo descansar un poco, pobre. No daba tener mi pesado orto encima mientras se repone. Entonces, me salgo y le doy su espacio.

 Él estaba en el asiento como si lo hubiera atropellado un camión, con la nuca sobre el respaldo. Intentaba volver a ser una persona normal, supongo yo. Pero era imposible luego de ese rico polvo.


 

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