El lavachotas.
Mi nueva adquisición: un lavarropas, pero de esos que tienen la tapa arriba. Me causó bastante problema llevarlo hasta el rincón de la casa donde quería ponerlo, pues... era bastante PESADO, por lo que tuve que pedirle ayuda a mi vecino favorito, Alberto. El chabón vivía, practicamente, en mi casa.
El chabón tenía la re fuerza. Tanto así, que casi no me costó llevarlo hasta donde mas quería. Casi todo lo hizo él, ¡Ja, ja, ja, ja!, pero no me hizo ningún drama. Al contrario, le encantaba ser solidario conmigo. Sobre todo, porque éramos muy amiguitos, podría decirse que era una relación muy sólida.
Como bien dije recién, podía ser tan libre con él, que me podía poner un vestidito tan cortito, que exhibía más del 25% de la cola y no decía ni mu. Todo lo opuesto, el pibe hasta me incentivaba a ponerme ropita así delante suyo. No se opondría para nada. Hiciese calor o no. Éramos como hermanitos.
Bueno, volviendo al relato, aprovechando que Beto estaba en otra habitación, me dispuse a probar el aparato. Me subí la pollera, me quité la tanga negra que tenía puesta y la eché allí mismo. Pero, luego, me di cuenta que no estaba tan sucia, que no valía la pena ponerla a lavar tan pronto. Podría arruinarse.
Entonces, metí la mano para sacarla, pero no la alcanzaba. Metí la otra, y tampoco. La acompañé con la cabeza, y... ¡POR FIN, LLEGUÉ! La tenía en la maldita mano, solo debía ponerme derecha para poder salir de allí, pero... ¡UN MOMENTO, NO PODÍA! Algo me retenía dentro, no me dejaba salir.
Así es, me atasqué en el maldito lavarropas, con la mitad inferior de mi cuerpo toda descubierta. Tenía la colita paradita por fuera. Estaba total y completamente vulnerable, mas no me preocupé, solo debía solicitar la presencia de Carlitos y listo. Ya está, pan comido... ¿o no?
El muchacho vino en seguida, corriendo, ya que mis gritos lo preocuparon mucho. Cuando vio la situación, no lo podía creer. Era una mezcla de irrisorio con algo hot (o por lo menos eso me dijo después). La pelotudez más grandes que habrán presenciado sus ojos.
Era tan bueno, que me pedía permiso para tocarme las caderas antes de apoyar, si quiera, una yema de sus dedos. Encima, me pedía disculpas por tener que tocar de más plasmando sus huellas dactilares sobre mí, incluyendo mis carnes traseras. Alto tierno era mi casi hermanito.
De pronto, la "ayuda" se tornó rara. En lugar de tironear para atrás nuestro para que yo salga, me empujaba para adelante metiendo entre mis nalguitas, algo bien duro y carnoso. Me refregaba entremedio una cosa bastante grande... y no lo hizo una vez, lo hizo en repetidas ocasiones.
Con cada empujón, se tornaba más gigante el asunto. Para colmo de males, gemía mientras lo hacía. Yo también, obvio, era algo que me encantaba que me hiciera. Qué rico, pensé. Nunca te detengas de hacerlo, pendejo de mierda.
La pieza que tenía entre las patas, encajaba a la perfección en mis cachetes. Éramos como un rompecabezas que, al fin, se terminó. Era la pieza que le faltaba a mi colita golosa y no podía quedar así, debíamos juntarlos para siempre (ah, re romántica me volví de repente).
No conforme con el esfuerzo que le hacía hacer, le pedí por favor que ejerciera más fuerza sobre mí. No podía quedarme así toda la tarde, tenía muchas cosas que hacer esa tarde y mi novio estaba a punto de llegar (la espalda me estaba matando, además).
Me dijo que, si en esta oportunidad no lograba sacarme, iba a intentar algo distinto pero que, quizás no me gustaba. Le dije que... "ok", estaba en sus manos completamente. No me quedaba de otra que dejar que él hiciera lo que debía de hacer. No podía oponerme.
Volvió a arremeter salvajemente contra mi culito indefenso. En esta vez, me embistió con su pingo más que parado como unas diez veces, sin resultado positivo alguno. Me la frotó entre las cachas, de arriba a abajo, de adelante a atrás, para todos lados. NADA. Ni un puto milímetro me moví.
El asombrado muchacho que no paraba de manotearse el ganso, se hartó. Se puso a pensar un buen rato y llegó a la conclusión de que debía hacer algo urgente al respecto. No podía quedarse con los brazos cruzados, esperando que las cosas se arreglaran solas, así que... recurrió a medidas drásticas.
La ansiedad me pegó tanto, que empecé a pegar brinquitos de la impaciencia allí mismo, haciendo que me tiemblen las carnes traseras. Pasa que dejó de tocarme por un rato largo, tampoco hablaba, así que... tuve que saberlo. No tenía otro modo de sacarme la duda.
Se bajó el short hasta las rodillas. Se empezó a pajear mirándome. Se acercó a mí lo suficiente, mientras hacía lo anteriormente descrito. Me empezó a acariciar una nalga, con muchísimo amor. Dijo: "ya fue, voy a intentar otra cosa, ¿sí?" Ok, dale, le respondí. No hay problema, ¡JA!
Una lluvia de escupitajos empezaron a caer directamente a mi hoyito. Después empecé a sentir una lengua que se sentía muy rica, jugueteando ahí por un buen rato.
-"Pará, ¿qué hacés, nene?", pregunté inquieta.
-"Vos tranquila, es para que salga más fácil", respondé el tarado este.
-"¿Seguro o...?"
-"Sí, tranqui, tranqui. No pasa nada. Relajate".
-"B... -gemido- bueno, dale".
-"¿Te molesta ahí?", interroga el atrevido este.
-"No, ta bien...".
La verdad, es que su método era obviamente inútil. Pero me estaba encantando tanto tener su chota adentro, que no pude sacarlo cagando. Tenía que relajar el upite para que pueda entrarme mejor y disfrutar de tamaña vergaza gigante... hasta que se nos ocurra qué hacer, por lo menos.
Sentía cómo su poronga iba abriendo paso a lo largo de mi agujero goloso. Me estaba poniendo como loquita cada vez que me propinaba con su amiguito. Me hacía morder los labios de la pasión, del encanto al tenerlo entrando a su nueva cuevita.
Le pedí que me la clavara más fuerte, y el muchacho obedeció. Más fuerza le pedía, y me la mandaba toda hasta el fondo. No me metía los huevos, porque no podía. Era una cosa de locos cómo me estaba pegando esa garchada por la cola el hijo de puta este.
Una tercera vez se lo pedí, pero con más énfasis. Creo que eso le hizo entender que debía poner toda la garra que tuviera para poderme culear. Me enterraba la batata entera en el culo, sin piedad. Tanto así, que parecía el ruido que hace el perro cuando bebe agua.
Grande fue la sorpresa que nos llevamos al percatarnos de que todo ese esfuerzo, dio sus frutos finalmente. La cruel máquina por fin cedió, se rindió. Me soltó y me pude enderezar.
Lo mejor, fue que mientras me ponía derecha, nunca me quitó la pija del culo. Tenía ese trozo bien al fondo de mi ano, a la par que hacía aquello. Solo me la sacó, cuando quedé totalmente de pie y me di vuelta al instante para agradecerle su caballerosidad.
-"Ay, por fin. Gracias, bombón", le dije con toda la ternura del mundo frente a frente.
-"No, ¿qué 'gracias'? Chupame la pija, bebé. Dale", me dice mientras me sostiene fuerte del pelo.
-"No, pará, que va a venir mi nov...", le respondí asustada.
-"No importa, no importa. No soy celoso".
Ni bien le empecé a repetir que estaba por venir mi novio, no alcancé a decir la palabra "novio", que ya tenía su verga enterrada en la boca. Llegué a pronunciar la palabra "nov..." nomás, que ya me le metió de prepo y hasta el fondo de mi jeta, golpeándome la campanilla. Casi que la tuve completa.
-"No, en serio, está por ven...", otra vez me calló con su violenta poronga.
-"Cerrá el orto y chupame la pija, dije", fueron sus palabras.
De ahí en más, me cogía la boca como un campeón. Introdujo, por lo menos, un 80% de su pepino. Encima, su mano en mi nuca, me obligaba a no poder salir de esa situación. Prácticamente, quería asfixiarme con la sin hueso el muy soruyo.
Para esta altura, pensé "ya fue, tiene rica chota, es enorme, estoy re caliente, encima me ayudó con el lavarropas, todo eso, ¿qué me cuesta hacerle un pete?", y lo hice. Se la sujeté con firmeza por la base para poder tener un mejor agarre y poder comérsela entera con mejor comodidad.
Estábamos re alzados. No lo pude negar más, así que... finalmente, me entregué y me dejé llevar por la calentura que nos unía. Para peor de los casos, el hijo de puta garchaba como un campeón. Al menos hasta ahora, me hacía sentir eso. Ya fue.
Agarró de mi nuca con mucha firmeza, para poder garcharme la boca él mismo. Yo no tenía que ni moverme, solo abrir mi cavidad bucal para recibir su húmedo pedazo lleno de mi babita calentita, que entraba y salía solito. Por Dios, qué hermoso.
No exageré cuando dije que, ese chotón, era pura saliva. Caía por todos lados, como si fuera un helado que se estaba derritiendo. Solamente debía pasarle la lengua por donde estuviese más húmedo, para limpiarlo. Prácticamente, hice eso a lo largo y ancho de su tronco venoso.
Cómo le gustaba cogerme la jeta él, ya que no se sosegaba. Estuvo un buen rato ahogándome entre su carne y mi agüita bucal. Solo la sacaba de adentro mío por un corto lapso, para poder caminar con mis labios a lo largo de ese pedazo.
También jugueteaba de lo lindo con sus bolas, mientras me garchaba. Las sujetaba para poder acariciarlas con total impunidad un rato largo en tanto me hacía aquello. Eso le generaba una sensación igual o más linda todavía, que mejoraba bastante su experiencia oral.
El abrupto ruido de un auto cerca de mi casa, me alertó mal, pero nunca sin dejar de pajearlo ferozmente cerca de mi cara. La posibilidad de que él llegue, eran gigantes, ya que se acercaba la hora de su inminente llegada a mi hogar.
Me asomé por la ventana con la colita bien paradita, para ver si era su vehículo sobre nuestra vereda, pero no... era uno ajeno. Me alivié profundamente, pero no por tanto tiempo, ya que unas no tan misteriosas manos que se posaron sobre mis hombros, vinieron acompañadas de una cabeza que abrió mi culito abruptamente.
Así es, querido lector, era el Betito que se intentaba adentrar en mi culito goloso de calce profundo. Otra vez quería cogérmelo, no le bastó con lo que hicimos hace un tiempito atrás. No, él quería sacarse la leche con mi orto.
No paramos de gemir juntos por un buen rato, estábamos extasiados entregándonos al calor que emanaban nuestros cuerpos. Es que... la fricción que nos dábamos, nos re contra calentó mal y, al cogerme tan rico, se ponía peor el ambiente.
Encima, no conforme con abrirme el orto a pijazos, me lo abría con la mano que se posaba en la nalga, dejándome el hoyito demasiado expuesto a cualquier cosa. Esas nalgas no me protegen para nada. Quedé muy expuesta a ese maldito lobo feroz.
Desde su perspectiva, se veía cómo la verga se adentraba totalmente en mi culito y, los golpecitos que me propinaba, hacía olitas en la piel que conformaban mis nalguitas. Estos, a su vez, hacían un ritmo muy sexual al chocar uno con el otro.
Mi pelo, lo tenía totalmente agarrado por él de un solo mechón. Tenía la cabeza bien para atrás por culpa de esto. Casi que estaba inmovilizada por completo. Faltaba que me atara de las manos nomás, porque no podía oponerme por poco.
Después de que yo dijera "ay, qué rico" entre gemidos y pijazos, dio por empezado el momento de las confesiones diciendo: "uf... hace rato quería culearte". "¿En serio deseabas mi culito?", fue mi duda. Él tiró un "seeeee, desde que tu novio, mi amigo, nos presentó" re baboso, mezcla de suspiros con una respiración agitada que no lo dejaba hablar normal.
Esto último, no sé qué fue, pero pareció un disparador para darme vergazos más fuertes sin parar. Hasta llegué a pesar que el ruido molestaría a los vecinos, pero naaah... mejor ni pelota. No daba cortar el mambo, así que... no dije nada y me siguió serruchando la cola como un loco.
-"¡Ay, sí, qué rica pija que tenés, vecino!", le dije encima.
-"Mmmmm... mami, ¿te gusta?", fue su respuesta.
-"¡ME ENCANTA!", respondí con toda la franqueza del universo.
-"¡Qué ganas de llenártelo de leche, mami!"
En seguida se le ocurrió la brillante idea de ponerme en cuatro patitas como una gatita, para seguir dándole de comer todo su chorizo a mi orto. Se sentía igual de sabroso en esa pose, ya que me podía garchar con más comodidad. Era mucho más diestro así mi vecino hijo de puta.
Atacó mi culito en varias oportunidades mientras entraba y salía. Cada vez con más lujuria me hacía el orto. Se notaba lo mucho que le encantaba cogérmelo. No solo por eso, sino, además porque podía darme unas buenas tundas con sus palmas.
Al toque quiso cambiar de nuevo, porque quería seguir culéandome. Si seguíamos así, se iba a eyacular de una y no era la idea. Así que se sentó en el sofá que estaba cerca de la ventana, se corrió el pellejo bien para atrás (dejando su glande totalmente para afuera) para esperar a que me siente encima.
Me paré a centímetros de su enano cabezón, mientras me agarraba el pliegue de las nalgas para, más tarde, poder sentarme allí despacito. Fui bajando de a poquito para arremangarlo más todavía hasta llegar al fondo. Mientras lo hacía, el gemido que largó fue incontrolable.
De maldita que soy, me quedé un rato largo sentadita en su poronga. Luego, arranqué despacito a subir y bajar a lo largo de su tronco venoso, hasta sentirme segura de tenerlo bien abierto y poder empezar a darle sus merecidísimos culazos.
Su pija entraba y salía de mi orto. Aparecía y desaparecía entre mis cachetes. Chocaba mis nalgas contra su pelvis. Nos enloquecía. Tanto así, que me agarré del pelo de lo rico que sentía. Los hice para todos lados, como si estuviera escuchando la canción más pesada de Heavy Metal.
Nuestra respiración se agitaba juntos por culpa de la cogida que nos estábamos pegando salvajemente. El tema se iba poniendo cada vez más feroz, más infernal. No podía parar, me encantaba tenerlo así de alzado. Todo gracias al culito tragón que yo tengo.
Como estaba a punto de echarme toda la memona encima, me pidió que me ponga frente a la ventana y abriera el ojete (sí, así de bruto, con esas palabras fueron). Claro que obedecí. Pero no solo le hice eso, también aplaudí con mis cachetes, moviéndolos como perreando con una patita más arriba que la otra.
Esto lo descontroló a mi veci. Se derretía del amor por ver esto (o eso me dijo). Se quedó colgado mirando un toque, deseando mi cola. Muriéndose de las ganas por probar todo esto que tengo. JA, me sentía la peor haciéndole eso.
Al toque me enchufó la verga por atrás. Primero despacito, de nuevo. Después, aumentó su velocidad lujuriosamente, con muchas ansias por llenarme de leche. Tanto así, que se escuchaba fuerte las nalgadas que me daba con su pelvis.
Después de unos minutitos, me dijo que estaba por acabar. Entonces, me da un cachetazo bien duro en la cola, me la saca del culo, se arrima a unos milímetros de mi cara y se empieza a tocar compulsivamente frente a mí.
A su amiguito con casquito de bombero, le ponía y le sacaba la polera ferozmente. Llegué a creer que se iba a prender fuego de tanto pajearse tan fuerte. Estaba como un loco. Encima, se le notaban zarpado mal las venas. Tranquilo, amigo, le estaba por decir, pero no... tenía sed. Eso prioricé.
Ni bien me preguntó si quería leche y yo contesté afirmativamente, el semen comenzó a salir de su uretra. El cíclope petiso empezó a llorar como loco para salpicarme en parte de la cara (como el mentón, ojos, lengua) y parte del pecho. Apunté mal parece. Encima, saltó como loca.
Mi cara de puta desilusionada haciendo puchero, fue clarísimo. Al notar esto, la charla fue la siguiente:
-"¿Qué pasó, bebé?", arrancó él.
-"¿No me la ibas a dejar chorreando en la cola?"
-"Sí, pero tu cara de puta me tentó. La próxima te inundo la colacha con los pibes, no te preocupes".
Esto me dejó tranquila, ya que se ve que quiere revolcarse de nuevo. A la próxima, me cumple la promesa.

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