El nuevo entrenador.
Llego a mi casa de entrenar. Viendo que no hay nadie, entro a mi cuarto para prepararme para el baño, pero me encuentro al amigo de mi papá tirado en mi cama, revisando mi celular. Ojeando mis fotos. Alto atrevido, pensé. Corrí a arrebatarle el celu de sus manos para cagarlo a pedos, pero me hizo olvidar con una sarta de piropos a mi cola.
Se baja el aparatito de los ojos, para contemplarme en mi totalidad. Al verme la calza blanca coladísima que me puse, me pregunta si fui así. Obvio que fui así, papi, vos no me quisiste acompañar. De hecho, cuando me lo pregunta, paro la colita para su lado y que note todo lo que tengo, todo lo que vieron.
Me voy a los pies de la cama, para hacerle ver mejor todo lo que se está perdiendo por estar con su esposa. Me pongo de espaldas, muevo la burra para él y, luego de pedirme verla y yo aceptar mostrarla, me bajo la calcita hasta las rodillas, dejando todo mi culito, con una tanga roja metidísima en la cola, para que sus pupilas se hagan el plato.
Al inclinarme, mis nalgas se separan, mi hoyo se abre, pero se interpone la tirita roja de mi tanga que es comida por mis voraces cachetes. Mi viejito favorito que vengo acosando hace rato como una pendeja busca pija, se estremece. Larga un suspiro que aumenta la temperatura de toda la pieza.
Empieza a manosearse el ganso mientras me observa, sobre todo después de conocer la existencia de esas fotos prohibidas. No hacía falta hacer demasiado laburo realmente, ya la tenía re contra dura. Entonces, atiné a estirarme ayudada por mis rodillas hasta acercarme a su miembro que, de a poco, se iba parando.
Como tenía un short, solo bastaba correrlo un toque para dejar por fuera ese porongón gordo. Estaba a nada de poder comerle a besos el frenillo. Lo hice. Le daba chuponcitos a su glande. Lo recorrí por doquier con mis labios gruesos, con mi lengua babosa, con mi boca juguetona, con mis manos insolentes.
Una vez bien sentada encima suyo, me quité el top para que pueda acariciar mis pechos, mientras le hago el pete, sin restricciones. Eso hizo, las acariciaba con las yemas de sus dos primeros dedos, los más audaces, con los que alcanzaba a tocarme. Por suerte, eran suficiente para estimularme cada rinconcito rico.
En tanto yo, usaba su "nepe" como chupetín. Me metía completamente su glande para saboreárselo. Hacía ruidito de beso al alejarlo de mis labios. Al preciso instante, regresaba a mí para deglutirlo otra vez, pero... en esta oportunidad, la lamía un toque y luego me la metía un poquito más en los interiores de mi boca.
Sus manos, cuando no estaban acariciando mis tetas, estaban en mi cara, dándole mimitos, corriéndome el pelito o solo ponerse travieso, sujetándome de la nuca para hacerme atragantar con su pija. También me metía el dedo índice en la boca, simulando que era su miembro. Alto morboso era mi papito.
Me la mandé toda hasta el fondo, ¡qué rico se sentía eso! Además, escucharlo gemir cuando lo hacía, era un premio extra que me daba por la deliciosa labor. Me la mandaba hasta donde podía, es que... la tenía bastante grande y yo, no tenía tanto aguante, ni tanta experiencia atorándome con algo así.
Como él sí tenía práctica con putitos como yo, me guiaba como se debe. Pasa que, hace rato estaba caliente con mi cola. Hace una banda deseaba probar de mi piel. Entonces, se puso a intentarlo con otros para cuando, finalmente, llegue el día. Bah... eso fue una interesante excusa, pero que me halagó.
Para esta altura, tenía el coso todo ensalivado. Claro, tanto subir y bajar, no había forma de no lograrlo. Tanto ahogarme con ella haciéndole garganta profunda, lo iba a hacer, obviamente. Es que, aparantemente, lo pone loquito eso. Entonces, no podía no caer en la tentación de repetir aquel recurso.
De mis labios salían litros de baba al desprenderme de su amiguito. Parecía una asquerosa, pero nos encantaba. No podíamos quejarnos. Nos calentaba mal eso. Encima, cuando no era un bucal, iban mis manos a acogotarle la gallina. Contento iba a estar todo el tiempo. No podía soltársela.
Me di vuelta para ponerme en cuatro, y mostrarle de cerquita, cómo me quedaba la calza. Le encantaba. Estaba enamorado de mi culito. A tal punto, que, una vez desnudita para él, lo llenaba de cachetazos. Unos bien ruidosos que despertarían hasta a los muertos. Pobrecillos fiambrines.
Aprovechando que estaba en cuatro patitas, movía la colita para que me la vea, abría el agujero bien grande, cerquita suyo. Le hacía un perreíto bien intenso a centímetros de su cabezona. Le ponía una cara de puta tremenda, que no podía dejar de tentarlo. Todo esto, generó que no pueda dejar de pajearse.
Ahora que yo estaba en bolas, era su turno. Le quité el short, con su ayuda. Voló su bóxer también (no sin antes olerlo un ratito para percibir su hermoso olor a huevos). Ahora sí, no había nada que se interpusiese entre ambos. Nada que nos ate a aburridos inventos humanos. Estábamos como vinimos al mundo.
Proseguí con la mamada, pues... OBVIO, en el barrio no me llaman "la petera" por nada. Me volví a prender de su falo duro para que no se duerma. Se lo escupí un toque, lo lamí, le hice de todo, lo que se pudiesen imaginar. Todo lo que se le pudiera hacer con la boca... y más también.
Al toque, se pone a rogarme que le dé el culito. Así que... le obedecí. Me di vuelta otra vez, me puse de espaldas, en cuatro y le entregué el orto. Se agarró la pija, para irla guiando con su mano. Se la garseó. Los dedos también. Se los frotó por la chota de arriba a abajo, humedeciéndola más. Ahora sí.
Mientras entraba de a poquito, se iba pajeando lo que no entraba. Eso ayudaba un montón, ya que yo sentía el cuerito moverse dentro mío. Le daba un plus hermoso que no te podés imaginar. Encima entraba despacito, cosa de hacérmelo desear más. Pará un poco, papi, la quiero ya.
Los cachetazos no tardaron en llegar. Me daba bien duro. Hasta no dejar mis cachetes colorados, no paraba. Estaba re sacado. Cuando al fin se decoloraban para volver a su tez natural, le daba de nuevo. O, sino, las pellizcaba mal, con bronquita. Depravado de mierda que es.
Como yo tenía el control en esa pose, subo y bajo a lo largo de su tronco venoso, cómo y cuando quiero. Si me apetece, me quedo con el coso adentro un rato largo. Si me pinta, lo hago rápido para sacarle la leche más intensamente. Otra opción era hacerlo a un ritmo intermedio, y que salga cuando tenga que salir.
Me trataba de hija de puta, por los ricos culazos que le propinaba. Se ve que lo tenía como loquito a mi merced. Dependía de que tenga el antojo de darle unos buenos sentones veloces o
Cosito rico, qué lindo que la estaba pasando. Al fin me estaba culeando el papito este, el amigo de mi papá. El que quería que me terminara de criar. El que, siempre que veía con Jean apretado, lo imaginaba en pelotas con la pija parada, masajeándose la pija, mirándome como un pajero bárbaro.
Otra vez me pidió que le chupara la pija, se ve que quedó encantado con mi trabajo bucal. Entonces, se paró. Se puso a un costado de la cama. Permitió que yo me ponga en cuatro sobre la cama, que me ponga como una gatita en celo deseando tomar de su leche. Lo estaba consiguiendo, realmente lo estaba consiguiendo.
¡Qué pija más hermosa! Toda venosa, larga pero no mucho, lo suficiente. Cabezona. Con dos huevos bien gordos y lampiños colgando. Algo arrugados. Con el glande bastante rosadito. Piel blancuzca, tersa, suave. Delicada. Como tiene que ser una poronga como la gente. Sumado a eso, su saborcito era riquísimo. Era un hombre sano, por lo que su líquido preseminal, era igual de exquisito.
Devoré de su pedazo en su totalidad, casi. Sin permitirme dejar nada. Lo que no me tragaba yo, me lo daba él cuando se balanceaba hacia mí. La empujaba con sus manos apoyadas sobre mi nuca y me la daba en reiteradas ocasiones, hasta que me vea sentir arcadas dirigiéndose hacia mí.
Fue tan rico, que me di vuelta en seguida para darle la colita. Seguía en cuatro patitas, para él. Abrí las nalguitas, las despejé para que se deleite pegándome una rica culeada. Así era, estaba a pleno disfrutando de mi culito que le apretaba la pinga, dejándosela como una berenjena (o eso decía él, claro).
Mi culito iba y venía a gusto y piaccere de su mano que, encima, me golpeaba fuerte los cachetes de la cola, hasta dejar plasmada su mano. Su chota se adentraba y salía de mis cavernas anales que se abrían conforme me penetraba el culito de una forma muy rica.
Me encantaba tanto, que me hacía gemir alto y él no quería ser escuchado, ni por mis vecinos, ni por mi papá que podría caer en cualquier momento. Entonces, me tapó la boca lascivamente, casi como desesperado, con fuerza. Esto le dio mejor empuje para cogerme hasta el fondo. Pobre de mí, no podía gritar.
De lo puta que soy, empecé a mover el orto sin que él tenga que moverse para culearme. Lo hacía yo. Lo volví loco con eso. Se estremecía con mis movimientos, quería más y yo no debía parar nunca. Se derretía de la locura que le ocasionaba con la zanja de mi ojete. Me insultó en todos los idiomas habidos y por haber.
La sacó de mi orto, solo para pajearse mirándolo. Como noté esto, me volví a dar vuelta solo para poner la carita y recibir de su sabrosa cremita que tanto necesitaba mi cutis. La metió en mi boca, la sacudió bien fuerte hasta que empujó sus hijitos crudos, desparramándolos todos adentro mío. Se sintió tan bien, que me dejó feliz de la vida.
Finalmente, abrí la jeta para demostrarle que ya no había rastro de todos los chorros de leche que me había arrojado en la garganta. Prueba fehaciente de que era una canibal feroz y de que no iba a quedar embarazada de él, ¡JA, por suerte!

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