Bichota.

 Me desperté. Tuve modorra por un instante, pero traté de evadirlo. Me levanté de la cama de inmediato, ya que me picaba el bagre de una manera excepcional. Entonces, me fui corriendo a prepararme el desayuno.

 Cruzo el pasillo recontra distraída, pero mal (la lija estaba brava) y llego directamente a la cocina solo para prepararme un cafecito tranqui. Paso de largo al comedor, sin mirar absolutamente nada de lo que había a mi alrededor.

 En eso que me estoy preparando un rico desayuno, me entra a picar la cola. Más precisamente, la nalga derecha. Me entra a dar una comezón bárbara de aquellas, de las que no me daban hace una bocha. No sabía en ese instante por qué fue, pero ahí estaba.

 La cosa es que, mientras lo estaba dando todo en la rascada descomunal que me estaba pegando, sin saberlo, alguien me estaba haciendo compañía atrás, desde el comedor. Alta vergüenza me dio al enterarme de esto. Re gilastra, mal.

 Se trataba de Marito, el mejor amigo de mi ex novio, que andaba por ahí... por mi casa, esperándolo al muy caradura. La verdad es que era un morochito precioso, pero no daba andar mirándolo debido a que aún estaba con el otro... hasta que me cagó.

 Bueno, en fin, continué dándole a la rascada como una loca y, de pronto, una voz resonó como trueno en medio de la oscuridad y del silencio. El susto que me pegué no se lo puede transcribir con palabras, casi me da un síncope.

 -"Vale bañarse, ¿no?", me dijo el muy caradura al ver la intensidad con la que me pasaba la mano.

 Luego que me repuse del susto, le expliqué que no era la carencia de baño, sino, una picadura de un "bichito". Supuse que se trataba de unas malditas chinches que se alojaron ahí, por culpa de mi engañador novio que venía de viaje. Recién ahí empezaron a comerme.

 Como no me creía, me vi en la obligación de mostrarle las pruebas que tenía a mano. Entonces, procedí a enganchar el elástico de mi pantalón con los dedos pulgares y los dedos índices de cada mano, solo para que el mismo se deslice por mi cola hasta donde se me dé la gana.

 El desvencijado pantalón pijama que me había puesto, quedó por mis rodillas casi. Se podría decir que cayó rendido al suelo, como una pluma. Solo me dejé puesta la tanguita negra que no cubría nada. Solo era un hilito metido entre mis nalgas gordas.

 El chaboncito quedó recalculando mal. Como si fuera un meme y le hubiese aparecido el simbolito de "cargar" en medio de la frente. Era muy graciosa su reacción, fue como si le hubiera volado la cabeza posta, hasta quedó con la boca abierta.

 En lugar de quedarse en eso, volvió en sí para luego acercarse a mí. Se paró de su asiento con la vil excusa de querer ver más de cerca el forúnculo que me dejó el bichito de mierda ese. Maravillosa jugada, diría el momazo.

 Se agachó para quedar frente a frente a la picadura. Tener ante sus ojos una luz que pueda llevarlo a una respuesta mucho mejor para mi dolencia. Para, según él, hallar más rápidamente al culpable y, con ello, la cura para tal agresión.

 Por alguna razón, el flaco se puso como de cuclillas, me pidió permiso y clavó sus colmillos sobre el cutis de mi... ¿cu... tis? Bueno, sí, sobre mi CULO, CARAJO (como si fuera Drácula). Al principio, no entendía, hasta que sentí su boca babosa clavarse en mi cola.

 Tras haberlo hecho en reiteradas veces y darse cuenta que es en vano, se le ocurrió otra gran idea: bajarme la tanga para buscar entre mis nalgas. Es aquel tesorito que tanto añoraba encontrar. La puertita chiquita que deseaba atravesar su muchachito.

 Allí estaba. Ojo a ojo viéndose. Las amasa. Las corre para todos lados, sobre todo para separarlas y dejar expuesto mi hoyito. Las sacude. Me baja más la tanga para que quede definitivamente en mis rodillas. Sigue sacudiéndome las cachas.

 Sus enormes manos, se ponen violentas para darme unos buenos azotes. Prosigue nalgueándome. Las abre otra vez con muchas ganas, con un afán terrible de encontrar alguna respuesta a algo que nunca hallará. Qué hombre más persistente.

 La violencia con la que me zamarreaba, me calentaba mal. Me tenía re contra deseando esa verga. Qué bien que la hizo. Para colmo, esas gigantes manos impertinentes, agarraban gran parte de mis carnes a su piaccere. No dejó nada sin tocar.

 Con la misma insolencia, se pone de pie, me toma de los hombros, me hace dar vuelta y me pone de rodillas frente a él, y allí pude ver su bultazo. Tanto toqueteo rindió fruto. Lo excité una banda. Estaba con muchas ganas de culear, pero quería algo más antes.

 Estoy de rodillas, acariciándole el miembro. De tanto arañarle el paquete, su short es víctima de mis manos y cae arrastrado, solo para dejar exhibida una hermosa pija gigante (igual que sus manoplas) que parece expulsado por un resorte de lo grande que es.

 Mis ojitos se cerraron automáticamente, ¡alta tonta!, me perdí de ver esa poronga en primera persona, tan cerca, tan excitada, con tantas venas que adornaban su rozagante piel. Brotaban por doquier. Sobre todo la dorsal superficial que sobresalía tremendamente.

 Ni bien abrí los ojos, le agarré la verga para hacerle tremenda paja que tanto andaba deseando. Pocos segundos después, no me aguanté y ya la estaba metiendo en mi boca. Tremenda tararira tiene el hijo de puta, obvio que iba a metérmela toda, no me pude contener.

 Mis labios se pusieron como si fuera a darle muchos o incluso millones de besitos tiernitos en la puntita, pero los tenía mucho más abiertos. Terminé abarcando en una pequeña parte de su glande, como succionándole desde ahí.

 Me hizo abrir la boca bien grande, solo para luego introducir su precioso pene de casi veinte centímetros. Me tomó de la mollera y la penetró poco más de la mitad de la misma. Fue ahí cuando la empujaba fuertemente desde su inquieta pelvis.

 El ahogo que se reflejaba en mis ojos, no fue suficiente señal para aflojar. A él le calentaba más verme en esa situación. Tanto así, que intentaba meterme más centímetros de verga en la jeta, aunque fuera a asfixiarme en el bendito proceso.

 Siguió empujando salvajemente, no le importó nada de nada. La movía hasta golpearme el paladar. De costado, también, golpeándome la parte interna de la mejilla, se inflaba con la cabeza de su hermosa chota. Casi me dejó como Quico, con los cachetes inflados.

 Otra vez se soltó, pero, en esta oportunidad, se escapa de mi boca, violentamente. Entonces, Marito, sin soltar su pedazo, lo regresa, pero a mi cachete. Me da unos golpecitos ahí con él. Inmediatamente, la recorre toda por mi cara, dejando un rastro de babita y pre cum.

 Usa su exquisita poronga como si fuera un rico lápiz labial de carne para pasearlo por mis gruesos labios, hasta que al fin logra penetrar en mi boca otra vez (ya que la abro, para ayudarlo) y entra hasta el fondo sin pedir permiso alguno.

 A pesar de mis ojos llorosos, poniéndose colorados al punto casi de lagrimear, el loquito me agarra de la parte superior de mi cabeza para apoyarse y metérmela hasta que no pueda más. En esta ocasión, logra adentrarse mucho más en mi garganta, dejando afuera casi cinco centímetros (ponele).

 Tanto que me garchó la jeta varias veces, llegué a casi vomitar. Para zafarme un poco, me tiré bien para atrás y pude ver todo lo que tenía adentro. No pude creer la cantidad de centímetros que llegué a aguantar en mi garganta. Me pareció re loco.

 Utilizó su pene como un inmenso garrote solo para darme unos ricos garrotazos (valga la redundancia) en el rostro. Para ello, abrí mi boquita lo más que pude, saqué la lengua pero también moví la carita para que no deje ni un solo rinconcito sin pegarme.

 Gracias a este agite que le daba a su amigazo de abajo, la saliva y el líquido pre seminal, de nuevo se esparció por todos lados. Saltaban por doquier como si se tratase de una fuente de cualquier plaza de cualquier punto del país... o incluso del planeta.

 Aprovechó este despiste para insertármela de nuevo. Lo malo de esto, es que lo hacía esporádicamente. Es decir, me la ponía y la sacaba al instante, para luego agitársela un poco y repetir la puta secuencia. Sí, el chaboncito quería que me muera de sed en el interín que hacía esto.

 Finalmente la terminó soltando para que le haga lo que quiera y eso fue lo que hice. Empecé agitándole el cuerito de atrás para adelante, mientras le comía la punta y después bajar a sus depilados huevos. No los iba a dejar abandonados ni a palos.

 No aguantó más. Quería más. Deseaba más. Entonces, me puso de pie de nuevo, me hizo girar, inclinarme un toque para apoyarme sobre la mesada donde había dejado el ya frío café y entregarle el orto que tanto venía fantaseando desde que le mostré la ronchita.

 Puso su mano izquierda sobre mi espalda (casi uno de mis hombros) para poder controlar mis obscenos movimientos. Encima, el muy sorete de mierda, me mandaba la poronga casi hasta el fondo. No quería dejar nada (o casi nada) afuera.

 Qué dolor más excitante me producía esa pijota cuando se agolpaba violentamente hasta las profundidades más insondable de mi cavidad anal. Se sentía una sensación que me calentaba mal, pero que me hacían doler la colita.

 El locuelo, me vio tan chiquitita al lado suyo, que me hizo upa para seguir garchando como dos locos. Se agarró la verga para guiarla en el camino hacia mi agujero y, una vez logrado, empezó a empujarla como podía, ya que era una pose muy incómoda.

 Me tenía a upa. Sus grandes manos masculinas me sujetaban firmemente desde el pliegue de mis cachas (aunque, por momentos, llegó a tocar -por error o no- y acariciar gran parte de mis muslos, abriéndolos mientras me daba sus ricos vergazos). 

 Los pequeños brinquitos que me hacía pegar, eran suficientes para estimularle el frenillo con la puertita de mi culito. Esto hacía que quiera ponerle más ganas al asunto, con tal de hacerme gritar, cosa que lograba con creces, claro, aunque lo hiciese al lado de su oido.

 En cierto momento, se zafó de mi zanjita, pero, de todos modos, esto no impidió que, inmediatamente, la agarre con una mano y la vuelva a meter. Es que sí, con la velocidad que me hacía el ojete, era obvio que en algún instante, pasaría eso.

 Me puse en cuatro, porque él me lo pidió. Amaba con locura esa posición, por algún motivo. Entonces, le hice caso a mi hermoso pijudo y me puse en cuatro patitas para él, delante suyo, solo para recibir el amor que tanto tenía para darme.

 La empezó a meter de a poquito. La primer barrera son mis nalguitas, que se van abriendo como dos pétalos de una flor en primavera. La segunda, es mi hoyito que, a pesar de ya haber sido penetrado, se vuelve a achicar. La última, es el tamaño de esa cosa que le cuelga al negro Mario.

 Muerdo mis labios del placer, a la vez que cierro los ojos. Mi culito, por el contrario, se abre. Siseo. Gimo. Suspiro. Le hago ojitos de complicidad, como haciéndole un guiño sensual. Aunque ni me salía, obvio, pero lo intenté.

 La cosa va lenta al comienzo. Me tiene piedad. Ya sabe que si lo hace brusco, no podría disfrutar a pleno lo que es su rica cogida. La empuja de a poco para que pueda saborear cada momento en el que nos hacemos los dos la misma carne.

 Una vez que toma la confianza necesaria de nuevo, me agarra de un cachete y apura el trámite lentamente, con confianza a full. Le costó animarse, pero finalmente se tiró a la pile llena de agua y se pegó unas buenas zambullidas.

 Recuerdo que, en pleno goce, le pedí a los gritos algo así como "ay, sí, papi, rompeme la colita, papi, que me encanta, dale", "soy tu puta" y todo tipo de degeneradeces mientras emitía unos gemidos de amor que no podía creer que salieran de mi boca.

 Después de un rato largo de unos buenos pijazos y del meta y saca más potente que se dio, empezó a sentir movimiento en sus huevos. Sabía que era el momento propicio en el que su semen iba a subir con mucho fulgor, y cumplió con su promesa.

 Pajeó su verga un ratito hasta exprimirse los huevos. Los primeros chorros fue a dar a mi culito, ahí nomás. El tema fue con el tercero o cuarto, que salió disparado como cuando se descorcha una champaña y la espuma sale a borbotones.

 Se podría decir que me regó la cola con su semen. Esparció bastante de sus hipotéticas criaturitas en lo que vendría siendo la parte superior de mis nalgas. No lo podía creer, ya me había bañado de amor este muchachote precioso, que me pegó una buena zamarreada.

 Bueno, en fin, ni bien me limpié la cola, me puse la tanga negra y, además, me subí mi pijamita infantil con conejitos. Ya estaba lista para hacer todo con carpa y que nadie note lo que acababa de pasar. Sobre todo el maldito gorreado gorreador de mi ex.

 Marito también hizo lo mismo. Se vistió al toque Roque, a los pedos, digamos. Se puso volando el bóxer y los pantalones antes que nos agarre mi novio a los dos juntos con los pantalones bajos...  hasta el piso ¡cuack!

 No se sientan mal por él, es completamente innecesario, ya que él también me cagaba como quería con cualquier culito con piernas que se pasara por delante suyo. No se merecía mi fidelidad total. Que se joda.

 


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