Sin querer queriendo.
Llegó Gustavo, el novio de mi hermana a casa. Me lo hizo saber tocándome el timbre. Obviamente, le tuve que abrir al toque al muy rompe bolas este, porque se prendió de allí. Entonces, apreté el botón del portero eléctrico. Entra.
Suena la puerta de mi departamento. Cuando voy camino a abrirle, me percato de que estaba en tanga. Alta colgada me sentí. Qué desesperación me agarré. Entonces, fui a abrirle, pero a escondidas de la puerta, todo para que no me vea.
Por supuesto que me vio, ya que, cuando debía cerrar, no había chance de que me pueda tapar de alguna forma. Se me ocurrió pedirle que se tape los ojos. Me tuvo pidiéndole eso, media hora, ya que no entendía para qué carajo quería eso.
Mientras estoy de camino a mi pieza, el muy rompe promesas, corre uno de los dedos que tapaba sus ojos, permitiéndole ver la imagen que tanto añoraba por evitar. Maldito traidor, pero no puedo culparlo, porque, mi pedido, era bastante peculiar.
Como no estaba muy seguro si vio mis gordos cachetes separados únicamente por un delicado hilo negro, corrió detrás mío sin pensarlo, solo para asomarse por el delgado espacio que quedó entre la puerta de mi habitación y el marco de la misma.
Del otro lado, me encontraba yo, bastante agachada delante de mi cama y de espaldas a la susodicha puerta, buscando la pollera negra que tanto quería ponerme. El tema es que, frente a los degenerados ojos de Gus, resaltaban los gordos cachetes de mi cola.
Debido al diminuto hilo negro que se entrometía en mi cola, mis cachetes resaltaban más todavía. Peor se puso, cuando los empecé a mover al compás del sonidito que emitía mi celular. Era un mensaje, de mi hermana que me decía que iba a llegar tarde y que le abriera al novio.
Una respiración agitada provenía del otro lado de la puerta. Era de un excitado Tavo que se encontraba observando con atención, cada detalle de lo que sucedía. Su temperatura aumentaba considerablemente al encontrarse con esta inesperada situación.
A los gritos, como una ilusa, le comuniqué al muñeco este sobre el mensaje que me acababa de llegar de su novia. Se fue al baño, que estaba al lado de mi cuarto, para gritar "OK", como para hacerme creer que estaba ahí. Muy zorro el sorullo.
Sus pantalones cayeron. Sus bóxers, también. Se desplomaron al suelo, como un plomo que fue tirado desde el piso veinte. Todo esto, dejó ver una hermosa pija gorda, durísima, con la cabeza brillando de la emoción que le causé hace un rato.
Sus manos empuñaron ese ganso contento. Lo empezó a empujar para atrás, para dejar su glande al descubierto. Luego para adelante, como para disfrutar a pleno lo que estaba contemplando con sus curiosos ojos. Muy despacio.
Observaba cada movimiento que empleaba mi bailecito endemoniado. Aunque lo lleve para un lado en el que la puerta no era capaz de permitir el paisaje, porque se interponía, igual lo seguía. La abría un poquito más, no le importaba en lo más mínimo ser descubierto.
Creyó que, con una rica paja, le iba a bastar. Pero no, necesitaba sentir estas carnes atrapando su vigoroso pene venoso. Era demasiado glotón. Necesitaba saborear cada parte, cada rincón que sea capaz de ser oculto por mis ropajes.
Por estar tan ansioso, se sintió un golpe en la puerta, el cual me alertó. Fruncí el ceño a la vez que corrí mis pupilas para poder ver de refilón lo que ocurría a mi alrededor. Exactamente, era lo que sospechaba. Me pude percatar de ello.
Pese a que solo debía ponerme derecha y ponerme la ropita, proseguí en esa postura de putita para seguir exhibiendo mi culito danzador, que nunca dejó de mecerse de un lado al otro, apuntando hacia esos ojitos promiscuos.
Con la excusa de querer, por alguna razón que no tiene sentido alguno, acariciarme los benditos gemelos, me incliné un poquito más y de ahí, mi mano recorrió gran parte de mi pierna hasta alcanzar las alturas de mis caderas.
Una bestia babeante, abrió la puerta violentamente. Se adentró en la habitación en la que me encontraba. Olfateó el delicado aroma de mis feromonas, siendo así, la gota que rebasa, al fin, el delicado vaso que contenía todo.
Unas garras se entrelazan con mi bombachita, pone el hilito encima de una de mis nalgas, se agacha para introducir su cara entre mis cachetes, estira su lengua, alcanza mi hoyito, juguetea con él, me hace estremecer por primera vez. Qué delicia.
Vuelvo a toquetear mis gemelos, pero esta vez es solamente para mover mis pompas de un lado al otro, y poder darle unos buenos golpecitos en su rostro hermoso con ellas. Le encanta, los disfruta. Pero no le impide poder penetrarme lingualmente.
No se detiene ni por un segundo hasta dejarme empapado el agujerito goloso que tengo. Era su fin. Además, se pierde en él, es tragado, mas no se queja en lo absoluto. Al contrario, añora alcanzar al fin aquel punto capaz de volverme loquita.
-"Podría morir de esta forma y sería feliz", me confesó el depravado este, el fiel novio de mi hermano.
Ese vozarrón, pronunciando estas degeneradas palabras, resonaron con mucha excitación en mi interior. Sobre todo, al recordar que mi hermana también me cagó un novio, así que... supongo que estábamos a mano. Qué sé yo, no me puse a pensar realmente. Estaba caliente.
Dos deditos de los suyos, agarraron un hilito que sobresalía. Era mi moñito, siendo desenredado por él. Los bailecitos que ejecuté después moviendo mi culito de arriba a abajo, fueron los encargados de que la pequeña tela que conforma la tanga, cayera de bruces hasta mis pies.
Solo bastaba un brusco meneo de caderas para que mis pompis la suelten del todo. Por suerte se dio, pero no pasó eso nomás. Sin querer, se los rocé por primera vez en su rico amiguito. Fue hermoso. Me dejó la piel de gallina sentir todo eso.
Nuestras miradas también se entrelazaron por primera vez en este contexto. Sonreímos picaronamente, aprobando la situación. Gus, desde allá arriba, como un macho gigante con la pija mas grande del mundo. Yo, allá abajo, mirándolo por encima de mi hombro.
Escupe su mano, se embadurna la pija con la baba como pajeándose, hace lo mismo con mi hoyito, agarra su pija para guiarla directamente al lugar donde encontraremos el placer, lo acerca entre mis nalgas y usa su glande para apartarlas.
Como estaba empapada, deja algunos rastros de su baba en la parte superior de mis pompis. Entonces, apoya ambas manos a cada lado de mis caderas, para empujar cómodamente y así lograr penetrar en las insondables profundidades de mi colita golosa.
Al estar tan bien lubricados, su pija me entra con mucha facilidad. Pero esto no evita, en lo absoluto, que me haga gemir. No, al contrario, grito con mucho placer y dolor mezclados. Me hace ver las estrellas y el sistema solar en su plenitud.
Estas sensaciones encontradas, me llevaron a ponerme un poco más erguida. Todo, con tal de que tenga más comodidad, ya que tiene la pija levemente curvada hacia arriba y me produciría algo de molestias si siguiera así de inclinada de la misma manera.
Entonces, elevo un poquito mi cuerpo (pero solo un poquito, ¿eh? ¡JA!). Levemente, solamente para sujetarme de él, de su cuello, de alguna parte, de dónde sea. No importaba para nada, pero necesitaba agarrarme de algo firme de inmediato.
Muerdo mis labios a la vez que cierro los ojos, para que, mi explotado cerebro por el placer, pueda enfocarse mejor en aquellas sensaciones que me hacen sentir su lujuriosa pelvis al chocar contra mi culito abierto.
El estruendoso sonido que emitía la colisión de su chota poderosa contra mis nalgas gordas, nos calentaba más. Lo ponían como un loquito degenerado que se volvía adicto a mí ojete, lo que hacía que quiera serrucharme más fuerte.
Si viéramos de costado esa desenfrenada secuencia, estoy segura que su pija, pese al gran tamaño, desaparecía entre mis nalgas cuando se adentraban entre esas carnes que uso para sentarme. Era devorada enteramente, podría decir.
Además, se asomaría de aquella oscuridad, una mano, mi mano, acariciando la muñeca de ese hombre que me pertenecía en ese fugaz momento. Todo, con tal de que me sostenga ese fuerte hombre y no me empuje al suelo, con cada pijazo que me propinaba en mi orto tragón.
De mi hoyito, escapó su chota. Nos desconcentra. La agarra. La vuelve a introducir con mucho cuidado, para no lastimarme. Me agarra de una nalga, la corre, busca alimentarla de su carne trémula. Lo ayudo, sosteniéndola. Ahora sí, ya estamos de nuevo en ese viaje.
Arranca despacito. Pero se valentona de a poco, a medida que va sintiendo esa hermosa sensación al estirarle para atrás el cuerito... con el agujerito de mi cola. Le encanta. Nos encanta. Nos vuelve totalmente locos de la cabeza.
Una vez más se le escapa, solo que, esta vez, al poder observar (un poco más de lejos) los mofletes que conforman mi culito, se empieza a pajear. Me los agarro para calentarlo aún más. Le encanta. Nos encanta. Nos vuelve locos de atar. Mal.
Ni bien los solté, se pegó violentamente hacia mí, como un imán atrae a un metal. Tanto así, que me pega con el glande en la parte superior, sobre el huesito dulce. Es un animal, está caliente. Lo entiendo. Debo entenderlo. Yo también.
Cae su pingo, apuntando contra mis partes traseras, para luego intentar adentrarla, así, a lo bruto, como a mí me gusta. Sin siquiera pedir algo de permiso. Lucha un rato, no en vano, hasta que, finalmente, pudo lograrlo. Así, mi hombre que resuelve.
Amo notar cómo encajan a la perfección el hueso de su pelvis con las curvas de mis pompas. Como si fuéramos un rompecabeza... ah, re flashera. Pareciera que me enamoré, pero no sé... la verdad, quedé encantada con su garche delicioso.
Continuamos un rato largo, bombeando en la misma pose, pero Gus se cansó. Quería cambiar, así que, sin sacarme la pija del culo, me llevó más al medio de la cama, para que me ponga en cuatro en la misma, con el agujerito abierto.
Pese al intento de seguir abotonados, nos terminamos separando. Bah... no sé si lo hizo adrede. No importa. La cosa es que, estando en cuatro patitas ya en medio del catre, me empecé a nalguear para dejarle el ano abierto de par en par... como la puerta de mi pieza.
Acercó la poronga a mi pozo anal y lo siguió clavando como siempre, como nunca. Le dio sin piedad, como si quisiera acabar rápido... o eso, al menos yo, noté. No sé qué tanto así será. Me dio como si no hubiera un mañana.
Quizás no es que quería eyacularme pronto, sino, que la mezcla de los gemidos que de mi boca brotaban, mezclados con los ya mencionados sonidos que hacíamos juntos, fue la música que sus oídos tanto deseaban oír, poniéndolo demasiado contento.
Tras unos cuantos rebotes potentes que nos dimos, me la saca de la colita de la nada para ponerse a pajear encima mío, largando un poco de su viscoso jugo masculino que va a parar sobre mis redondas posaderas que tanto lo tentaron.
Corrió el cuerito para atrás unos pocos segundos y logró que, de la uretra, saliera repentinamente una buena cantidad de esperma. La sacudió un toque, solo para vaciar su miembro, como para no dejar nada, ni siquiera esas gotitas rebeldes que, a veces, quedan colgando sobre el frenillo.
Con la leche que me depositó este maldito desgraciado, sacudí la colita de arriba a abajo otra vez, como si de un perreo furioso se tratase. Eso ameritó el terrible chirlo que me propinó posteriormente a mano abierta. Me puso como una gatita en celo.
Al fin pude conocer su amiguito. Se veía hermosa: grande, gorda, venosa, cabezona y algo arqueada, como ya dije. Qué envidia le tuve a mi hermana. Pensar que le fue infiel con un chongo que yo tenía. Alta tarada, pensé. Que se joda. Valió la pena.

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