Bigote de leche.

 Me despierto. Entre la modorra y el lapso en el que me empieza a caer la ficha de las cosas, el hambre se hizo presente. Claro, estoy en ayunas. Entonces, me salgo de la cama así nomás (en tanga, claro) y me dirijo a la cocina a buscar qué hay para comer.

 Tristemente, tenía antojo de un cortadito. El tema era que tenía el café, pero no la leche. Fue así que la decepción me embargó al pensar que debía salir a comprar. Tenía alta fiaca y ni ganas de ponerme el pantalón para salir a pegar lo que necesito.

 Afortunadamente, el timbre suena. Abro con algo de desánimo, decepcionada, pero bueh... y ahí estaba, era mi vecino que me pedía una tacita de azúcar como si fuera doña Florinda y el profesor Jirafales, o algo así. Qué casualidad, ambos necesitábamos algo el uno del otro. 

 En fin, la desdicha me duró poquito al mismo instante que escuché su cautivante voz. Me penetró la oreja ni bien largó su primera letra de esa boca. Me la endulzó, haciéndome perder casi al punto de no prestar atención a qué quería.

 En cuanto volví a mí, le pedí que me repitiera y, al decírmelo, supe que ese hombre sería mío. Al toque ideé el plan para poder hacerlo mío. Jum, qué raro yo, tan temprano y pensando en chotas. Alta atrevida pornográfica soy. No doy más en pajera.

 Le dije que yo también necesitaba algo de él, así que... le pedí que pase. Pasó, lo hice entrar unos metritos bien adentro de mi departamento, cosa de quedarme de espaldas a ese hombre y que me vea pegada a la puerta entangadísima a más no poder. Creo que algo le gustó.

 De un empujón, lo hice sentar en mi sillón más grande, el de dos cuerpos. Que se acomode mientras me dirigía a la cocina, que quedaba en frente de dónde él se alojó, para ir a buscarle la bolsita de azúcar que, con tanta impaciencia, lo requería inmediatamente.

 Otra vez se encontraba mirándome la cola. En esta oportunidad, era porque me iba. Lo noté, porque me iba con la cabeza dirigida hacia él. Estaba segura de que, esos ojos atrevidos, estaban compenetrándose entre mis dos cachetes gordos.

 Me hice la boluda, porque sabía a la perfección dónde estaba el paquetito. Sin embargo, me puse a "buscar". Arranqué por la alacena de abajo, entonces, me agaché para que mis dos pancitos se abrieran como los pétalos de una rosa se abre en primavera.

 Luego de un buen rato, me dispuse a buscarlo arriba. Eso también mostró algo de lo que tenía y, aunque estuve menos tiempo allí, creo que logró divisarme hasta el apellido. Lo sé porque me daba vuelta cada tanto, y ni disimulaba en meter su mirada en el interior de mi culito.

 Me hice la que no alcanzaba la parte alta de la alacena, hacía piecito y todo. Fue ahí cuando se levantó a ayudarme. Debo decir que me ayudó bastante, ya que le sentí todo el paquete rozándome la cola. Fue el momento más erótico del día... hasta ese momento, claro.

 "Agarrame el paquete" sentí que me susurró. Esas palabras suavecitas, impactaron sobre mí como un rayo recorriéndome por todo el cuerpo, desde la oreja hasta las punta de los pies ida y vuelta. Casi me infarto. "Es mío", pensé, pero debía calmarme ya que yo debía ser quien caliente.

 Sin darnos vuelta, me envolvió con sus brazos tatuados para erizarme cada vello que podría portar mi cuerpo en ese momento. Era tremendo, cayó redondito a mi cola rápidamente. Creí que tardaría más. Aunque, yo no me quedé atrás, eh? ¡Ja, ja, ja!

 Su aparato crecía conforme pasaban los segundos dándonos calor mutuamente. Mientras mi culito estuviese de frente a ese pedazo, la cosa se iba poniendo más y más fogosa allí abajo. Sobre todo, cuando activó con toda.

 Sus besos llovieron sobre mi cogote, la cual, me calentaban mal, mal, mal. No pude decir que no. Ya era de ese hombre. Solo me faltaba probarlo. Se puso re mimoso el hijo de puta, pero me encantaba, así que lo dejé descender a la locura. 

 

 Se sentó en el sofá, peló la chaucha. La tenía demasiado parada. Una hinchazón inexplicable que me halagaba de sobremanera. Quería creer que era por verme en tanga, pero no lo sé, quizás sea por haber visto a otra muchacha. Quién sabe. Por el momento, solo me queda disfrutar de eso.

 Fue entonces que acerqué mi boca a su pene. Me prendí para poder succionar. Parecía una puta garrapata cómo pegué mis labios a esa hermosa pija. Chupaba como ellos, pero no era otra cosa más que carne, no era sangre. Era una delicia, me estaba haciendo el festín.

 El resto de mi cuerpo, quedó tendido sobre el sofá. Casi que podría decirse que me encontraba en cuatro patas, con las rodillas sobre el sofá. Tenía la cola parada, solo tapada por esa blanca, diminuta e indiscreta tanga, que atravesaba la raya de mi cola, partiendo mis nalgas en dos.

 Ponía mi cabeza de costado, o cómo sea con tal de disfrutarla. No importaba cómo, debía lamerla de cualquier forma. Se sentía muy deliciosa, de verdad. Estaba extasiada con cada saboreada que le pegaba. Mi lengua me hacía volar la cabeza mal.

 Subía y bajaba por ese tronco venoso, sin dejar de tener su glande bien metido en mi jeta. No paré ni por un segundo. Quería deslecharlo de inmediato. Estaba completamente decidida a cumplir con esa tarea a como dé lugar. No había chance de fallar en esta misión.

 En tanto ocurría esto, una de sus manos se posó sobre mis glúteos. Recuerdo sentir la áspera palma recorriendo con mucho cariño la cima de mis nalgas, como acariciándola con mucho cariño. Iba y venía también, como jugando con ella.

 Esa misma mano que me acariciaba con tanto cariño, ahora, se posó sobre mi nuca para darme toquesitos tiernos. Luego, lo hizo para llevarme hasta el fondo del asunto, para que no pueda salirme con la mía y comer de ese miembro hasta el último milímetro que le quede.

 Era suficiente para que pueda deglutir de esa deliciosa banana de carne. Lo hizo hasta que empezó a sentir arcadas de mi parte y fue entonces cuando me liberó de esa tierna prisión. Levanté la boca y me pude librar de ello, no sin antes vaciarla de saliva para bañarla.

 La baba que de mí salía, recorrió todo lo que conformaba su verga, hasta dar con sus huevos. Es que salió a borbotones. Parecía una cascada mi jeta. Nunca había liberado tanto líquido por ese hueco. Estaba sorprendida hasta de mí.

 Su mano, nuevamente, descansó sobre mis posaderas, las cuales agarró con un fervor nunca antes aplicado. Las sacudió con bastante entusiasmo, hasta levantarla y darme la tan ansiada nalgada. El ruido fue febril y no perdonó a ninguna de las dos.

 A la vez que esto pasaba, mis labios se pusieron como para dar besos, que fueron a morir encima de su glande mojado. Gracias a eso, se entrelazaron en unos hilitos de baba que murieron a los pocos centímetros de separados, cuando ya le había dado unos cuantos.

 No dejé de cabecear jamás a ese hombre, se había convertido en mi nuevo vicio. Tanto así, que estaba dispuesta a hacerle garganta profunda, cada vez que bajaba en el pete. Eso, querido lector, no era poco, ya que le rondaría los veinte centímetros. Fácil.

 Su enorme mano, ahora, aterrizó sobre mi pelito oscuro como la noche, para correrlo, para que no me lo trague por error. Se aseguró de que quede el largo mechón bien atrás, que sea incapaz de estorbarme en su camino al placer. Hasta mi espaldita.

 Toda la baba que cayó otra vez, bañó el miembro ya brillante. Al notar esto, me propuse a emparejar la situación, así que... me deslicé por la parte superior del casquito del glande, en una ida y vuelta bien jugoso, que me llevó a tragarla entera por vez número... ¿cien? Quién sabe.

 Lo mejor de este momento, fue cuando volvió a estrolar violentamente la palma de su mano encima de mis cachetes, pero... no contento con esto... el muy hijo de puta dobló la apuesta corriéndome la tanga para colocarla encima de ese mismo cachete.

 No contento con esto, usó mis cachas para apoyar su antebrazo y, de allí, puertearme con el dedo del medio. Sí, así es, movía ese dedo en forma circular para jugar rozando su yema en mi hoyito. Ay, qué hijo de puta, qué rico se sentía. Me hacía gritar, pero no podía, tenía su chota metida.

 Parecía que me rascaba el culito, pero de una forma sensual. Por dentro. Me encantaba. Quería más. Encima, sabía hacerlo muy bien el muy conchudo. Ese dedo tenía experiencia metiéndose en esos lugares, no me lo podía negar.

 Nunca paré de tirarle la goma. Hasta lo pajeaba haciendo forma circular con las manos. Cuando se me escapaba, la llenaba de besitos por todos lados. Sobre todo, en el frenillo. Lo quería hacer gemir de amor, sin dudas. Re mala soy. Lo sé.

 Incluso él movía la cadera para cogerme la garganta a su gusto. Eso resultó ser perfecto, ya que llegó a dármela hasta el fondo. Otra vez las arcadas, es hermoso. O tal vez, el ruidito ese que hacíamos cuando chocaba con mi campanita.

 Cómo le gustaba agarrarme el ojete. Tanto así, que lo usó como si fuera el brazo del sofá, luego de darle un par de chirlos más y apretarla como si fuera una bocina, o algo así. Las pellizcaba a ambas, jugaba o no sé qué hacía, pero lo hacía.

 Fue entonces cuando se escupió la yema para seguir colándome el dedo medio. Necesitaba seguir jugando con mi culito. Puertearlo como si fuera a usarlo. Me hizo ilusionar el muy desgraciado, porque, posta pensé que iba a hacerme el culo.

 No me importó. Seguía gozando con esa hermosura de dedo. Que no pare, así me inspiro para seguir siendo la más putita con su pija. Hacía que se la chupe de las mil formas que puedan existir. Le podría pedir que siguiera así eternamente, pero nada es para siempre.

 Cuando le empiezo a pedir que me haga el orto, se mueve haciendo quejidos raros. Sumado a eso, su cara se puso colorada mal junto con algunas venas que le salían del cogote. Resulta que estaba a apunto de acabarme y nunca me avisó el maldito. 

 Me arrimó el glande a milímetros de mi boca. Apuntó lo mejor posible, cosa de que sea poco probable que le errase. Gatilló un par de veces, tirando el cuerito hacia atrás, hasta que su agrio néctar salió eyectado violentamente hacia mis fauces sedientas de su ser.

 Su uretra dejó escapar grandes borbotones de semen en incontables ocasiones sobre mi rostro. Más precisamente, por debajo de mi nariz, donde formó lo que sería algo muy parecido a un bigote de leche que, inconcientemente, me dejó. Qué oportuno.

 Listo, ya tomé mi desayuno. Ya tenía, al fin, la pancita llena y el corazón contento.



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