Thiago calentar.
Esto pasó cuando yo tenía veinticinco años aproximadamente. Estaba haciendo nada, aburriéndome totalmente en casa. Tampoco es que tenía muchas ganas de salir para desaburrirme. No sé, era un estado mental muy ambiguo realmente.
De pronto, un SMS hace vibrar mi celular. Era Leo, un amigo que conocí en el cole, que me sugirió ir con él al laburo, ya que se quedaría hasta tarde y se estaba pegando un terrible embole también con su compañero del trabajo.
Como su empleo era en un kiosco (pero los fines de semana cerraban casi a la madrugada), yo ya sabía que tenía razón en que era bastante aburrido y agotador. Entonces, me compadecí de este muchacho y fui a verlo... por lo menos, un rato, qué sé yo.
Me dije: "Leíto trabaja hasta las dos, me vuelvo a casa a esa hora, ya fue". La peor mentira que me pude haber dicho en toda la vida, es esa. Desconozco si habrá otra peor, pero bueno... ya fue, ya estaba destino hacia donde había acordado.
Allí, conocí a su compañero: Thiago, un wachiturro hermoso. Fue el primer wachiturro que me comí en la vida. Recalco esto porque, antes de esa noche crucial, los wachis no cuadraban dentro del tipo de hombre que me gustaban, PARA NADA.
Era el típico turro de aquellos años, flacuchento, muy largo, que se vestía con un camperón, gorrita turra, pantalones caídos y que hablaba con ese lenguaje cuasi inentendible, pero no me importaba... porque estaba hermoso.
Al loquito, sus amigos cercanos como Leíto, le decían "el Cabe", porque era un tanto cabezón. Básicamente, era pura cabeza, para ser sincera, pero, como ya dije... no me importaba... porque estaba hermoso mal el wachín.
En un comienzo, no me daba ni la hora. Pero no porque fuere asquerosito, sino, porque parecía ser medio timidón. Le costaba, digamos. Mas a medida que transcurría el tiempo, eso se iba dejando atrás de a poco. Se volvía más copado.
Finalmente se hicieron las dos de la matina y nos dignamos a salir. Bajamos las persianas, para irnos a un bar que había por ahí cerquita a jugar un par de fichitas de pool y escabiarnos un par de birritas. Había que refrescar el gañote.
Como en esos años las cervezas salían diez pesos mas o menos y cada uno llevó como cien, quedamos bastante fresquitos. Pero, además, jugamos un par de fichitas de Pool, antes de que se llene hasta las tetas el bendito lugar.
Las rubias no paraban de llegar a nuestras manos (sobre todo, mientras nos jugábamos unas fichitas). Algunas las gané. Otras, las perdí. Pero, lo importante, fue que nos divertimos a mas no poder. No se podía decir que las risas no faltaron.
En eso que se empezó a llenar (entre las tres y las cuatro, que era la hora pico en que caía casi toda la gente), nos pusimos de acuerdo en que debíamos sentarnos en alguna mesa, ya que nos quedaríamos sin lugar tarde o temprano.
Divisamos las mesas de adelante, así que... acordamos dirigimos hasta allí para que nadie nos gane el lugar. La mejor idea que se nos podía ocurrir, ya que, dentro de unos pocos minutos, ni al baño, ni a comprar algo para tomar se podría.
Como Leo y el "Cabe" se sentaron rápidamente uno de cada lado de la pared, yo refunfuñé de inmediato, porque quería sentarme ahí. Se los hice saber y ellos también me hicieron saber que no me cederían el asiento ni a palos.
Con este panorama, el "Cabe", me dijo: "sentate acá", mientras se agarraba el bulto como si no hubiera un mañana. Mi cara fue de absoluta aprobación, así que... ni lo dudé y aplasté la colita encima de esa entrepierna interesante.
Tantas risas y escabio, a Leo le dieron ganas de mear. Entonces, se levantó de una para tratar de encarar el tumulto asqueroso que tenía en frente. Le quedaba una gran avalancha de personas por delante que debía sortear, pero bueh... era eso o irse a buscar un árbol al frío.
-"¿Estás cómoda, culona?", preguntó un temeroso Fabio.
-"Podría estarlo más", le comenté.
Ni bien dije esto, empecé a menear la cola encima de su sugestiva ingle, con el único fin de encontrar la comodidad más absoluta. Pero, por alguna razón, no la hallaba. Peor aún, cuando comencé a sentir la dureza que le generaban mis movimientos.
Al no haber de su parte algún comentario que me haga saber que estaba incómodo, no me detuve. Ni siquiera cuando sonaban temas que me gustaban, paré. Es más, hacía todo lo contrario, me puse a menear, aunque ni siquiera fuese algún tema "meneable".
Cuando la erección de su miembro viril ya era más que evidente para ambos (porque la tenía hincándome la colita mal), recién ahí me calmé. Es más, me senté en la silla de al lado. Una crueldad total, que no debí hacer.
-"¿Por qué te fuiste, mala?", cuestionó el mas que alzado muchacho.
-"Porque tu celular me hincaba la cola", le dije.
El chabón interpretó que no me gustó, o algo así. Medio que lo bajoneó, puesto que quedó caliente, con la pija recontra dura. Para su suerte, tenía un camperón lo suficientemente grande, como para que, aquella erección, no se le note tanto.
Finalmente llegó la hora de retirarnos. Nos levantamos para dirigirnos afuera. Aún era de noche, porque, al ser invierno, aunque fueran las cinco, la luna brillaba en lo alto, con un resplandor espectacular. Pero, el frío, sí que era cruel aquí abajo.
Lo acompañamos a Leíto hasta la casa pese al frescor que venía haciendo y, de ahí, encaramos con el Cabe hasta la mía. Sí, me acompañó hasta allá (ponele que unas quince cuadras mas), todo un caballero. De esos que ya no hay, se podría decir.
De camino, no fueron mas que risas las que se desprendían de nuestras bocas. Es que, él me hacía reír mucho. Era muy gracioso el loco. Pese a dejarlo hinchado, el chaboncito no me odió, siguió siendo él y así fue, hasta llegar a la puerta del edificio que vivía.
Antes de irme, me colgué de su cuello enredando mis brazos y le di tremendo beso en la boca. Lo dejé re colgado, pensando en andá a saber qué, mirando la nada misma, pedaleando en el aire, como si no lo esperase para nada.
Me bajé los pantalones ante su atónita mirada, para mostrarle la tanguita blanca que tenía colada en el medio de mi cola. Me di un par de nalgadas mientras lo miraba por encima de mis hombros y me adentré en aquel enorme y viejo edificio, para perderme allí.
Ya siendo absorbida por la oscuridad, el chaboncito seguía colgado, con sus labios como si todavía estuviese tirando un beso. Hasta que, finalmente, pudo volver en sí una vez más y encarar hacia el camino que lo llevase a la parada del bondi.

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