Ver las estrellas.

 El arbolito de Navidad no se adornaría solo y para eso estoy yo, cada Navidad. Para mi suerte, aquel ocho de Diciembre, también se encontraba mi primo Fabián en casa, que podía darme una manito.

 El tema es que, a mi primo, le gustó demasiado cómo le quedaba mi tutú navideño, que era un tul traslúcido de color rojo... como mi fuego. Ah, y también mi tierno gorrito de Papá Noel en la cabeza.

 Se agachaba para poder ver de abajo cada detalle de los pliegues de mi cola. O, quizás, para tener en mente cada perspectiva sobre cómo se vería mi culito. Todo un pajero bárbaro este chaboncito.

 Yo no sé si le calentó más el vestidito rojo, el gorrito de Mamá Noel, las medias blancas de red que tenía o la tanga roja que era comida por mis nalgas. Quizás, esta última no, ya que quedó bien oculta.

 Cada vez que hacía piecito para intentar alcanzar la punta del puto árbol, podía observar más de mis cachetes. Encima, cuando no aguantaban más mi patitas, ellos rebotaban como gelatina por el golpe.

 Solo eso necesitó para que su verga se le empiece a mover entre sus piernas y a que comience a sentir apretado aquel Jean gastado que se había puesto esa tarde. Que incómodo, ya tenía hirviendo la leche.

 Una vez de pie, a centímetros mío, me acechaba como un hambriento león con sus afilados colmillos chorreando babas de la punta a rolete a una pobrecilla e inofensiva gacela que solo quería tranquilidad. 

 Cuando estaba a punto de colocar la preciosa estrella que había comprado hace unos años atrás, me percaté de que no llegaba, ya que el arbolito era demasiado grande para mí. Qué frustrante.

 Como ya dije, para mi suerte, apareció mi primo detrás mío. Captó mi atención de inmediato, cuando algo duro acarició mis nalgas. El susto que me pegué, no tiene forma de describirlo. Casi me infarto.

 -"Me asustaste, Dios. Ya que estás al pedo acá, poneme la estrellita que no llego", le digo toda inocente.

 -"¡Esta te voy a poner!", contestó mientras se manoseaba la gaviota insolentemente.

 Me agarró, me puso de espaldas, contra la pared (al lado del árbol), se bajó el pantalón, el bóxer, peló la verga, me subió el tutú, la tanga también y empezó a serrucharme la cola como nunca el muy hdp.

 Sin saliva, ni gel, ni absolutamente ningún tipo de ayuda que facilite una penetración más ligera, introdujo la tremenda verga de veinte centímetros que tenía entre las patas, entre mis nalgotas gordas.

 Hizo que gritara como una loba en celo, de placer, de dolor. Una mezcla intensa de ambas cosas que me encantaban. Le pedía que parara, pero quería que siguiera. Qué sé yo qué mierda pasaba por mi mente.

 Sus manos gigantes, abarcaban casi toda la zona de mis glúteos. Esto hacía que pudiera ser dominada por su fuerza. No tenía forma de huir de ese machote increíble. No quería que me soltara jamás.

 De pronto, una de sus manos se soltó de mi nalga y, a los pocos segundos, estrelló su palma contra ella. Qué rico, la dejó plasmada en mi piel, como un tatuaje, pero de color rojo. Hacía juego con mi tutú.

 Escuchaba su respiración agitada a milímetros de mi oreja, también ciertas palabras que intentaba pronunciar. Solo tenía éxito con algunas. El calor que emanaba de su boca, golpeaba contra mi hombro.

 Todavía recuerdo su gordo glande rosadito, golpeando salvajemente contra mi pobre agujerito indefenso semi abierto, esperándolo, agrandándose con cada vergazo que me daba por detrás.  

 Cuando no era él, el que me clavaba con su sable corvo, era yo la que meneaba la colita. Es que, sino, quizás, se cortaba el ambiente libidinoso. Creo que lo calentaba más eso, de hecho. Era re loco.

 Desde ese preciso momento, mi culito se volvió mas carnívoro que yo, ya que comía más carne por ahí, que por la boca. Era más suculento de esa manera, no me cabían más dudas... ni otras cosas.

 Quiso cambiar de pose, no sé por qué. Si fuera por mí, estaría toda la tarde dejándome culear así. Pero no, él sentía esa necesidad por cambiar la pose y yo, debía obedecer al macho de ese momento.

 Fui al piso de inmediato. Me tiré sin preguntarle nada. Me puse de costado, como en pose fetal. En cuanto a mi primo, hizo de su pija la carne de un sanguchito, cuyo panes, eran mis nalgotas.

 El pingo me entraba y me salía con ferocidad del interior de la colita, como si nada. Mi agujerito se agrandaba incansablemente con cada penetración que me propinaba. Me ponía a gritar cual soprano.

 No sabía si lo calentaba más la cara de putita que le hacía cuando más le gozaba la pija en el interior de mis cavidades anales, los gemidos que daba con el ceño fruncido cuando me dolía o todo eso junto.

 Nunca dejé de sonreírle como la más trolita de todas, estén o no abiertos mis ojos, debía hacerle saber lo mucho que me hacía estimular mediante la música que podía escupir por mis cavidad bucal.

 Por Dios, qué fiesta de sensaciones más ricas. Hasta las negativas me calentaban mal. Qué posición más hermosa. Creo que fue la primera vez que lo había experimentado, o por lo menos que lo recuerde.

 En cuanto a mi chongo, era un toro embravecido que no paraba de hacerme el orto y hacerme gritar. Con su carita de enojado en cada oportunidad que me metía la verga en la colita, por favor.

 Nuevamente se puso violento, al hacerme sacudir la piel de mis nalgas con las enormes palmas de sus masculinas manos cuando colisionaban con fuerza encima mío. Qué dolor más glorioso, Dios mío.

 El hijo de puta me lo hacía desear cuando me lo hacía lentamente, hasta que se ponía las pilas y arremetía con toda en un frenesí de velocidad que me dejaba la colita echando humo.

 Ahora sí, tercer y última pose. Su preferida: en cuatro patas. La fue introduciendo despacio. Primero, la cabecita iba corriéndome las nalgas a los costados. Una vez hecho, fuimos al segundo paso.

 Después, le tocaba el turno a mi hoyito, el mismo que se iba abriendo para que adentrara de una vez. Con su tronco venoso, mantenía apartadas mis dos nachas gordas, para que no se cierre.

 Por último, agarró mi tutú para sujetarse y poder darle un ritmo libidinoso al rico garche que nos estábamos pegando. Siempre despacio, hasta que le empezó a gustar más las estocadas que me daba.

 Hacía mi culito gordo para todos lados, como si lo estuviese acogotando, con sus masculinas manotas. Lo peor, es que ni siquiera había introducido ni la mitad de su pija, pero ya me ponía a gritar.

 -"Ay, sí, rompeme todo el culito, papi", le gritaba como una loca.

 El chabón, todo callado, continuó con su ardua tarea de ponerme a gemir como una loca. Se comportaba como un caballero dándome con el gusto sin parar, sin siquiera quejarse un poco.

 Ahora sí, la velocidad empezó a aumentar sin que me dé cuenta casi. Su verga, de a poco, comenzaba a entrar un poco más. Ya estaba entrando la mitad y, quizás, unos pocos centímetros más de la cuenta.

 Me cogió el orto así de duro unos varios minutos. Me tuvo gritando mal bastante tiempo. Hasta que se calmó y la iba metiendo despacio nuevamente, pero sin sacarla. La seguía teniendo adentro.

 No supe por qué le pintó detenerse un rato, hasta que me dijo que había escuchado un ruido afuera. Pero no se distrajo tanto como para sacármela. No sé, fue raro. Qué sé yo, jajajjaja.

 Al volver a darme unos ricos pijazos a la misma puta velocidad, los acompañó con tres poderosos cachetazos en los cachetes de la cola. Unos bien dados fueron. Me pusieron loquita mal.

 -"Ay, sí, papi, dame bien duro", le grité tras esos golpecitos.

 Esto, hizo que, el muy maldito de mi chongazo, volviera a darme como cinco chirlos seguidos, hasta dejarme la cola marcada de nuevo. No paró de darme duro, tal como le pedí. Muy obediente.

 Era mi culito el que comía verga como una glotona, ya que él no movía la "gaver", prácticamente. Me traía hacia él, sujetándome fírmemente del tul de la pollerita. Muy pajero el chinwenwencha.

 De repente, en un momento, frena. Todo de golpe. Solamente era para que, gracias a los músculos de su chota, la leche que tanto deseaba salir, fuera eyectada desde sus huevos hasta la punta de su verga.

 Su chota salió de mi hoyito adrede, empujado por él mismo, solo para que pueda escupir todo el rico semen que tenía acumulando en sus gordas pelotas y bañarme la parte superior de mi culito.

 El alivio se manifestó por su boca cuando largó un gigante "AAAAHHH", casi como un grito silencioso. No sé cómo describirlo, supongo que, el que experimentó un gran orgasmo, lo sabe.

 -"¿Ahora me vas a ayudar a terminar de armar el árbol?", le pregunto.

 -"Ya me hiciste ver las estrellas con ese orto, ahora, hago todo lo que quieras", contestó con risas.


 

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