Nuevo novio.
Arranco la publicación con una linda aclaración: esto, que estoy por contar, no es un relato fantasioso. Es una anécdota que me sucedió en un viaje que hice a la Costa, con mi vieja, mi señora madre.
Resulta que, como ya dije, viajé con mi madre a la Costa (más precisamente, a Mardel), a una casa que habíamos alquilado por una semana y pico. No recuerdo cuánto fue la cantidad, pero fue algo así.
El barrio era algo fulero. No me había gustado tanto. Pasa que estaba acostumbrada a parar en el centro, a unas pocas cuadras del mar. Dentro de todo, esa zona es bastante agradable a la vista.
A la que fuimos ahora, estaba rodeado de casas viejas, de apariencia dejada. Para colmo, había llovido, por lo que el suelo estaba empapadísimo y, en el aire, se percibía la humedad que queda tras la tormenta.
Encontramos la casa. Tocamos timbre. Nos atendió la dueña. Nos mostró todo el lugar y, tras esto, la debida llave que nos permitiría cerrar con cuidado el bendito hogar que habíamos adquirido.
Muy copada la tipa. Nos hablaba y nos mostraba cada rincón... bueno, tampoco es que hubiera demasiado para ver, pero se podría decir que era acogedora. No importa, igual sería donde menos estaríamos.
Lo más lindo de todo, estaba en el baño. Pero no por una cuestión de la decoración o la calidad de las cosas escogidas. Al contrario, era bastante normal, algo viejo y venido menos, podría decir.
En cuanto a la bañera (que es lo que quiero resaltar), no era más que una parecita chiquitita que dividía el pequeño espacio que podría usar para bañarme del resto de la habitación higiénica.
Lo que capturó mi atención al toque, era la canilla. Tenía una forma peneana que me hipnotizó. Lo primero que me vino a la mente, era eso: una deliciosa poronga erecta, dispuesta a penetrarme.
Fue tal el encantamiento que, ni bien se fue la dueña, pasé al baño a desnudarme, con el fin de pegarme una rica duchita. La excusa, fue el cansancio por el arduo viaje de... tan solo cuatro horas, ¡JA!
Abrí la canilla. Esperé a que se pusiera algo templada la temperatura del agua. Me despojé de toda ropa que pudiera tapar mi cuerpo. Finalmente, me adentré para permitirme empaparme entera.
Hice todo el proceso correspondiente que uno haría normalmente para bañarse. Empapé aquí, empapé allá. La cabeza. Después descendí al cuello hasta alcanzar mi torso y todo lo que sigue.
Hasta que, al fin, le tocó el tan ansiado turno a mi culito. Entonces, lo puse bien abajo del fuerte chorro que salía de la ducha, cosa de humedecerlo por completo, sin privar de agua a ninguno de los rincones.
Corrí los cachetes, cosa de que el agua atravesara y pudiera adentrarse en mis profundidades. Todo para que pueda agarrar la mugre que pueda quedar y arrastrarla para sacarla por completo. Brille nomás.
Ya estaba toda mojadita, por dentro, por fuera, por doquier. No había pretexto alguno para que no se sienta en mis profundidades las delicias que proporcione esa canilla. Me dejé arrastrar.
Para mi suerte, esa belleza se pudo adentrar sin problema. No solo eso, la primera vez, me hizo tiritar, casi que largo un gemido de puta impresionante. Pero me supe frenar, me supe contener.
Dios, qué rico se sentía esa pija de latón. Era impresionante. Me volvía loquita tanto al salir, como al entrar, y eso que lo hacía despacito por ahora, con algo de "carpusa".
Cuando me penetraba, me hacía morder los labios con unas ganas impresionantes. Por si fuera poco, en mi cabecita loca se apareció mi vecino, un chabón con el que nos la pasábamos calentándonos y tirándonos indirectas, mal.
Me lo imaginaba desnudo, algo marcado, con sus tatuajes en el torso, con una tremenda verga de unos veinte centímetros (lo que parecía medir aquella canilla). Toda erecta gracias a mi orto gordo.
Cada vez que daba vuelta mi cara para mirarlo por encima de mi hombro, esperaba verlo poniendo caritas de degenerado, pasándola espectacular, respirando de forma agitada. Eso imaginaba.
Maquinaba, en mi mente perversa, sentir una de sus manos apoyada sobre uno de mis glúteos, para luego darle un tremendo chirlo que resuene en todo mi ser y en todo el edificio en el que estaba.
Cerraba los ojos del placer, así mi mente volaba muchísimo más lejos, quizás hasta donde se encontrara el degenerado de mi vecino. Tal vez, telepáticamente, nos encontrábamos. Quién sabe.
Estaba muy caliente, demasiado. Tenía el culito más abierto que nunca. Jamás lo había tenido tan así. Estaba yendo y viniendo a lo largo de esa pija imaginaria. Dios, no quiero parar en la vida.
Me empecé a manosear la verga de una forma desaforada, mientras me dejaba culear por la canilla e imaginaba a mi vecino, todo en una secuencia imparable. Estaba extasiado mal.
Qué lástima que no tengo quién me diera leche en el culito, pensé. Solo tenía la mía. Pero, debido a la posición que tenía y que el agua se la llevaría al instante, no podría tomarla ni a palos.
Mis patitas comenzaron a temblar. Eso era el indicio de que algo estaba por suceder. Efectivamente, era mi lechita que empezaba a subir de mis huevos, para dirigirse a la punta de mi chota.
Así fue, escaló a lo largo de mi tronco venoso, hasta alcanzar la punta de mi verga, escapar violentamente de mi miembro y salir eyectado con la velocidad de una bala de miel.
Qué delicia. La tranquilidad regresó a mi ser. Fue como si mi alma volviera a mi cuerpo. No sé. Solo puedo decir que fue tremenda paja. De las mejores y que me encantó cómo me hizo sentir.
Cerré la canilla, salí de la bañera, me envolví en toallones hasta secarme y busqué ropa para cambiarme. Ahora sí, ya tenía nuevo novio: mi canilla.

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