Osito cariñOSITO.
Me despierto. Busco desperezarme rascándome los ojos con las manos formando un puño. Me cuesta, pero lo logro. De a poco, me va cayendo la ficha y entendiendo todo. Estaba re dormida mal.
En una silla que hay en mi habitación a los pies de mi cama, encuentro un oso gigante. Tenía un tamaño casi humano el hijo de puta. Bah... era más grandote que yo (eso no es mucho). Una locura ese oso.
Salgo de mi cama, asustada, para acercármele. Lo observo con total atención, en cada detalle. Quería saber minuciosamente cómo era, para comprender algo que ni yo sabía qué quería comprender.
"¿De dónde venía? ¿Quién me lo mandó? ¿Por qué me lo envió? ¿Para qué?", eran las preguntas que surgían en mi curiosa mente. Yo, chongo, no tenía. Era imposible que fuese alguien con esa intención.
Se le cae algo que sale rodando por el suelo, lejos de nosotros y quedar debajo de la mesita de luz que tenía en la otra punta de la habitación. Era un anillo precioso que le salió de la mano al supuesto oso.
Lo busco. Lo encuentro al fin. Me agacho a recogerlo (me agacho demasiado). Tanto así, que, la remera blanca que tenía puesta, no me llega a cubrir del todo, termina exhibiendo mi colita entangada.
Lo agarro. Me doy vuelta para devolvérselo a mi nueva adquisición, a mi osito morochito. Quedé alucinando con lo que vi, cuando presté atención. Algo, que antes no tenía... definitivamente.
En la entrepierna, se le formaba un bulto tremendo que antes no tenía. Dudo que no lo haya notado, ya que soy bastante observadora en ese sentido. No había chance de que haya pasado desapercibido.
Fue ahí que me senté encima, pero de frente a él y me pongo a moverme. Le meneaba la pelvis como toda una putita. Al estar arriba de ese raro bulto que apareció de la nada, la cosa se ponía cada vez peor.
Decidí ver qué era. Encontré un agujerito en las partes bajas, lo corrí y ahí estaba la solución, delante de mis ojos. Al final, no estaba hecho de algodón como un osito normal. No, era una barra de carne.
Hacía juego con la piel del oso: un color marrón algo oscurito. Una barrita de chocolate negro, pensé. Qué rico. Trae sorpresa. Voy a lamer eso, definitivamente. Se me hizo agua la boca... ¡y la cola!
Como toda una putita profesional que soy, si veo algo largo, lo tengo que mamar si o si. Entonces, me até el pelo, lo agarré, abrí la boca, estiré el cogote hasta alcanzarlo y disfruté a pleno todo eso.
Tragué hasta el fondo (incluso, hasta atragantarme). Tocaba mi campanita con la puntita. La empujaba a cada centímetros que se adentraba en la caverna que conformaba mi boca. Qué deleite, por favor.
Algo o alguien, me agarra fuerte del pelo para llevarme lo más abajo posible y hacerme ahogar totalmente en esa garcha. Me hace agarrar arcadas. Qué hijo de puta, qué deliciosa pija.
Levanto la cabeza para mirarlo a los ojos. Claramente era una persona disfrazada de oso, pero... ¿quién? Si yo no tenía chongo en ese momento. No creo que haya revivido a un muñeco de felpa.
Me dejó con los ojos rojos, llorosos. Con hilitos de babas pendiendo de mis labios. Debí haber parecido una pelotuda bárbara. Es que, esa verga, deja pelotuda a cualquiera. Es algo normal, creo yo.
La intriga no me impidió en lo absoluto que le siga devorando el pedazo. Volví a sumergirme hasta el fondo en ese océano lascivo, inundado de leche, hormonas, palabras de amor y pasión.
No paraba de chocar mi pera contra sus huevos. A su vez, degustaba esa banana larga de carne. ¿Estaba acaso en una verdulería? ¡Ja, ja, ja, ja! Las pelotudeces que me hacía imaginar este oso.
Cuando no me llevaba con sus manos, me cogía el orificio oral. Lo hacía con una furia inusitada, como también al darme chirlos en los cachetes para que me la coma entera, sin desperdiciar migaja.
A penas podía pronunciar palabras. Tener la boca llena complicaba mi habla. Tampoco es que quisiera dialogar demasiado, eh? Tan solo quería saber cómo andaba todo por allá. Guiño, guiño.
De tanto cabecear, mi cavidad bucal ya no salía seca (como podrías figurarte). Era una apetitosa mezcla de semen con mi saliva. Obvio. Un caldito que calentaría cualquier invierno.
La sonrisita del osito picarón, graficaba perfectamente los gemidos que pegaba este loco. Estaba hecho un lobo hambriento, no lo podía parar. Estaba cada vez peor el muy guacho.
Para colmo, en un momento, levantó mi cabeza para mirarme a los ojos, lo miré y me dio un cachetazo. Por suerte, los guantes que tenía puestos, amortiguaron el golpe, porque esa manota (creo yo) daba fuertes bofetadas.
En un momento, mientras le hacía una rica paja mojada, lo miraba a los ojos sonriéndole. Picaronamente. Con gestos sensuales mediante.
Me volvió a llevar a su pija. Me guió a ese camino delicioso. Abrí la boca por vez número cien. Me atasqué de nuevo porque me hizo ahogar completamente. Menos los huevos, porque no podía, claro.
Se puso de pie. Yo, de rodillas. No me soltó el pelo. Siguió garchándome la boca. Me daba durísimo. Hasta topar esa pelvis furiosa con mi boca golosa, no paraba. Ni en pedo.
Yo era su juguete favorito, se podría decir. Cambiamos de roles, al parecer. Ahora era yo, quien debía ser usada por él. Por ese super macho que me tenía a su entera disposición.
Le soplé la vela por doquier: de arriba, abajo, los costados, etc. No dejé ni un rinconcito de su chota sin darle amor. Era mi deber darle todo de mí.
El muchacho me hizo notar que, de mi mentón, pendía un hilo de baba blancuzco. También de otro que colgaba de la parte inferior de mi labio de abajo. Yo ya estaba consciente de ello. Le agradecí igual.
Allí siguió taladrándome la garganta con esa verga gigante. Movía él su pija para adentrármela. Qué hijo de puta, con qué fuerza lo hacía. Estaba hecho un loco pajero. Incluso, me golpeaba la pera con sus huevotes.
Sin emitir palabra alguna, me pidió el orto (o, al menos eso entendí al toque). Me senté encima suyo (otra vez). Corrió mi tanga, para apoyarlo sobre uno de mis cachetes, y seguimos garchando.
Se la agarró para apuntar lo mejor posible, no vaya a ser que se le escape un poquito a algún lado la marmota del interior de mi culito gordo y me lastime. Todo un amor, me cuidaba. Me sonrojé.
Ligeramente inclinada da comienzo a la penetración. Se podría decir que, literalmente, ya la tenía adentro. Solo hacía falta que aplique esos ricos empujoncitos para después sacármela y concretar el ritual de apareamiento que llevábamos a cabo.
Como lo noté medio flojo al guachín, empleé mi culito para poder hacerlo. Llevaba y traía mis partes para poder correrle el cuerito de forma magistral para, así, extraerle su mema masculina.
Esto, parece que rendía sus frutos, ya que empezó a gemir. Intentó que sea bajito, para que no me dé cuenta de quién carajo se escondía en ese bendito disfraz. Pero no me importó, seguí meneándome para que me coja. Me importó más eso, JA.
El tiempo que invertí, dieron buenos resultados al parecer, porque, mis osados movimientos, derivaron en unos descontrolados gemidos que empezó a emitir. Esa fue mi pauta de que iba por buen camino.
En cuanto me puse un poquito derecha (ya que estaba bastante agachada), una de sus manos aterrizaron sobre mi cuello. Lo acarició, me lo estrujó un poquito, pero solo porque nos encantaba la calentura que nos generaba.
No solo él perdió la razón, yo también. Empezaba a ver las estrellas cada vez que su pija se entrometía en mi ojete. Tanto así, que gemí varias veces o, simplemente, me mordía los labios muy libidinosamente.
Cachetazo en la cola va, cachetazo viene, me pone peor, más puta todavía. Era una cosa que me incentivaba para que la quisiese toda más adentro, me encantaba que me tratase de esa forma.
Desde su perspectiva, podía observar cómo le daba de comer carne a mi ranura trasera. También, que me entraba casi todo su miembro. Es que la metía hasta el fondo y sin descansar.
Me arroja a un costado, para hacerme la cola de coté. Mejor, porque amo esa rica posición. Arremete hasta mi profundo pozo. Despacio primero. Con el tiempo, va aumentando su velocidad, castigándome con su pelvis contra la piel de mis nalgas. Porque sí, aquel estruendo, se asemejaban a latigazos, más que a vergazos. Pero lo hacía bien rico.
Me tapaba la boca para que no gritara. Es que no lo podía evitar, mis sensaciones eran tan deliciosas que debía expresar mi locura oralmente. Por su parte, también daba la impresión estar completamente dominado por la lujuria. Tanto así, que no me puso en cuatro. Fue raro, pero eso me dijo más que mil palabras. Claro que sí. No me cabían dudas al respecto.
Otra vez su pelvis era la que tenía todo el poder. Me controlaba con sus vergazos. Solo él se podía mover para culear, para llevarla hasta donde quisiese: el fondo, o quizás no tan al fondo. Si metía su cabezota o toda entera. Incluso podía sentir sus huevos dándome algunos latigazos cada tanto. Todo estaba espectacular hasta ese entonces.
Mis patas, le daban más apertura para que pueda penetrarme con más facilidad. No podía evitar hacerlo, necesitaba sentirlo así. Me hacía poner en varias poses. Primero, de par en par. Después, cerradas pero en una posición menos juntas. Así, no sufriría tanto... en teoría, claro.
Era la primera vez que me hacía el orto este osito, parecía que no, porque, conectábamos demasiado bien, como si ya lo hubiéramos hecho. Algo me hacía creer que ya lo conocía. Terrible flash. En fin, desgraciadamente, como dice Ricardo Soulé "todo concluye al fin, nada puede escapar".
Se puso de pie, contra mí. Como si fuera patitas al hombro. Duró un par de segundos, ya que, estaba re contra caliente. Los dos lo estábamos. De esta forma, mi ano logró que sus huevos empujaran todo su semen hasta la punta de la verga, repentinamente. La escupió toda bien adentro. Como Dios manda. Tal como debe de ser.
No solo adentro, también largó bastante afuera. En mis cachetes, en todos lados. Todo húmedo. Completamente bañada en aquella ducha. Mi hoyito lloró guasca. Pero no de tristeza, era un llanto de alegría. Estaba contenta. Igual que yo, que gritaba como una loca de contenta.
Cuando el alivio llegó, también llegó la hora de develar el misterio. Se saca solo la cabeza de oso de encima y me doy cuenta que era él: el puto cartero que siempre se ponía de pajero a mirarme. Alto hijo de puta. Lo lograste, pensé. Lo subestimé al pedo.

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