Un rapidito.

 Una gran columna que abarcaba bastante espacio en la casa de mi novio de ese entonces, fue suficiente para usarlo como un caño para hacer Striptease. Mucha imaginación requería, obvio, pero yo la tenía.

 De espaldas a él, me dejé arrastrar completamente por la sensualidad que emanaba la música que sonaba de fondo y me puse a revolear la cola como nunca. Esto, delante de sus curiosos ojos, obvio. 

 De un lado al otro iba mi endemoniado culito, que hipnotizaba la atenta mirada que Joni largaba. No los quería despegar, quería ver cuál era el siguiente movimiento que ejecutaría. Ni siquiera pestañaba.

 Para colmo, tenía puesta unas infernales calzas grises que amaba mi chico (eran sus favoritas). Eran unas que dibujaban cada contorno de mis caderas, cada curva que conformaban mis nalgas, al ras.

 Le encantaba verme ir bien hasta abajo, con las piernas separadas (sobre todo, si paraba la colita). Ese solo movimiento, lo ponía loquito y me hacía notar la tremenda erección que se le marcaba.

 De repente, mientras me encuentro envuelta en un frenesí irrefrenable, siento algo duro rozándome la colita: se trataba de Joni, que la tenía re contra parada, mal, y quería hacerme el amor ahí mismo.

 Aproveché este precioso momento, para darle unos ricos culazos a esa verga hermosa. Lo moví como nunca, de arriba a abajo, al ritmo de la maldita canción y poder darle sus merecidos golpecitos ahí.

 No me aguanté más y me bajé el pantalón ahí mismo, me acomodé la tanguita negra como si me estuviera haciendo un "calzón chino" a mí misma y seguí entregándome al ritmo que no me dejaba en paz.

 Desde su perspectiva, mi macho, podía observar mi culito gordo entangadísimo, en particular, mis cachetes agitándose completamente para que pueda deleitarse sus achinados ojitos negros.

 Levantó la cabeza y pudo verme dándome vuelta para poder mirarlo por encima de mi hombro. Le hice una degenerada sonrisa afirmando que ya quería que me pegara la culeada de su vida. La necesitaba.

 Bajó su apretadísimo calzón para quedar con la chota al aire. La tenía re contra dura, ancha, con todas las venas asomándose a cada costado de su miembro viril, con el glande arremangado de su prepucio.

 Corrió mi tanguita a un costado, metiendo uno de sus gruesos dedos entre mis cachetes para agarrar el hilo que iba metido a mi cola. Lo dejó apoyado encima de una de mis nalgas y arremetió contra mí.

 Despacito, y ayudándose con las manos, introdujo su pija de diecinueve centímetros en mi cola golosa. Así, su cabeza abría paso a través de mis nalgas, separándolas, para poder alcanzar su tan ansiado hoyito.

 Estuvo complicado, porque yo todavía tenía un agujerito ligeramente chiquito. Costó lograr que entrara sin que me duela. Encima, con lo único que le lubricamos la pija, fue con algo de saliva que le mandó.

 Una vez logrado, el placer fue sublime. Me hizo estremecer. Incluso recuerdo que me hizo gemir levemente, solo por un ratito, cuando sentí el bordecito de su glande ensanchando mi pobre anito.

 Con mi mano derecha, se me ocurre la brillante idea de ayudarlo, separando una de mis nalgas. Todo para que el orto se me pueda abrir un poco y resista a los vergazos que estaba a punto de propinarme.

 Ese gritito que antes nombré, lo calentó mucho mas. Mal. Le provocó que me diera unas mas que merecidísimas nalgadas hasta dejármela completamente roja... por puta. Qué rico, papito.

 Otra vez, desde su punto de vista, podía contemplar la excitante labor que llevaba a cabo, al hacerme el orto. Detalladamente notaba cómo entraba y salía con la lujuria que íbamos teniendo cada segundo que pasaba.

 Tomé las riendas del asunto y me puse a moverme para hacerle entrar y salir la enorme pija que tenía colgando adentro de mi cola. Prácticamente, me lo estaba garchando yo, se podría decir.

 Sus enormes manos, solo tenían que posarse al costado de mis nalgas. No importa cuál, solo debía hacerlo y dejarse llevar por el temblequeo que ejecutaba desde mis caderas hasta hacerlo escupir su babosa leche.

 No solo iba para ese lado, también me mecía de arriba a abajo, de costado a costado. Tomaba cualquier rumbo que fuese capaz de llevarlo hasta el clímax más álgido del placer. Ese era mi único fin.

 -"Quiero acabar", me dijo el pajero.

 -"Acabame", le contesté.

 -"¿Adónde?", preguntó el curiosito.

 -"En mis nalguitas la quiero, papi", fue mi respuesta.

 Tras este exquisito pedido, continuamos (como dos locos borrachos de lujuria) serruchando mi colita sin piedad, sin parar, haciendo que mi agujerito se agrande con cada penetración. Estábamos sacadísimos.

 Entre mis gemidos y los movimientos cortitos que continué haciendo con la colita, el chabón no paraba de emitir ruiditos muy sexuales. Se notaba a la legua que lo fascinaban, porque lo hice acabar rápido.

 Luego de un rato largo dándome matraca por la colita, Joni, la sacó y se empezó a pajear hasta dejar su glande para afuera. Estuvo así unos pocos segundos hasta que llegó al acto final de su esperado momento.

 Yo, entre tanto, no paré de agitar mis partes traseras ante su degenerada mirada. No quería dejar de estimularlo visualmente. Tampoco paré de emitir gemiditos que lo motivaran (aunque no me esté ensartando).

 Por fin, después de una tan larga espera pajeándose, de su uretra salieron disparados violentamente (como si fuera un hermoso balazo) todo el juguito blancuzco que almacenaban sus huevos.

 Sin previo aviso, toda su viscosa leche fue a dar a mis gordos cachetes, los cuales sirvieron para que lo depositara todo y no dejara caer ni una sola gotita al piso. Nada se desperdició, fui su descarga.

 Qué calentita que estaba, me encantó. Lo sentí de inmediato cuando mi piel entró en contacto con su delicioso semen. No se podía negar que había logrado satisfacer a mi hombre en aquel rapidín.

 Ambos cachetes me quedaron empapados totalmente de su precioso néctar. Ni siquiera la tanga se pudo salvar de aquel lechazo, quedó sucia por culpa de aquella escupida salvaje que pegó su verga.

 Todas las gotas que salieron eyectadas de su venoso miembro y que quedaron plasmadas en mi cola, formaron un rastro largo, ya que rodaron e hicieron un largo trayecto por las redondeces de mi culito.

 De la punta de su chota, quedó bien agarrada una gotita que terminó muriendo cuando rocé mi culito con la dichosa punta mientras bailaba. Se la dejé impecable, quedó mucho mejor que antes de culear.

 Pese a haber terminado hace un lindo rato ya, yo no paré de moverle la cola ni por un solo segundo. El perreo intenso que me pegué, fue terrible. Estaba inspiradísima parece. Lo puso a vomitar a borbotones.

 Verle la pija durísima, con la pielcita corrida hacia atrás, el glande rojo fuego y las venas completamente salidas, me produjo una sonrisita picarona. Felicidad por haber satisfecho a mi macho.

 Todo esto pasaba, por supuesto, al mismo tiempo en el que me limpiaba los anchos cachetitos que conformaban mi colita golosa. Por supuesto, lo hacía con los dedos. Sería pecado, sino...

 Obviamente no me iba a subir el pantalón con toda esa mema ahí. Sería un desperdicio total. Primero debía levantarlo con la yema, apoyarlo en mis labios y degustarlo. Ese sí sería un final feliz. 

 Las risas cómplices de ambas partes, se hicieron presentes. La travesura culminó, pero formó parte de uno de los tantos recuerdos que guardo en el baúl de mi memoria. Para siempre, o hasta que se me olvide. Lo que pase primero.

 


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