El regalo prometido.
Para el cumpleaños de su novio Juanma, Eli, le hizo un regalo muy especial. Como no había experimentado jamás un trío, me llamó a mí para que participara. Claro, como ya nos teníamos estima y confianza, privilegió eso por sobre cualquier injunable.
El fogoso encuentro se dio, entre las apartadas cuatro paredes del departamento de Juan, a un par de cuadras de distancia del mío, por lo que no era un problema la vestimenta. Sobre todo, porque todo sucedería en una noche más que oscura.
Antes de que entrara al hermoso comedor que tenían, Juano tuvo que cerrar los ojos. Fue ayudado por mi amiga, obvio, por temor a que hiciera trampa y frustrara su regalito, develándolo mucho antes del tiempo acordado por nosotras.
Mi sorpresiva llegada lo confundió, ya que esperaba que la cena con la que sería agasajado, sería entre ellos a solas. Pero no, a cambio de eso, llegué yo, con un vestido negro bastante provocativo y que llegaría, con mucho esfuerzo, a taparme un poco la cola.
El propio vestido negro con tirante de spaghetti, le decía a todo aquel que fuera observador, que ni siquiera me había puesto una bombacha. Conclusión a la que llegó con a penas dos miraditas hacia esa zona. Eso lo alertó de sobremanera.
Eli tampoco se quedaba atrás. El pequeño vestido azul que se puso, aparte de dejar poco a la imaginación, en pocas palabras era el favorito de su novio. No fue elegido al azar en lo absoluto. Algo sexual estaba flotando en el aire. Ya se olía con mucha facilidad.
Lo agarró de la mano para llevarlo a la habitación. Al llegar, enredó sus brazos sobre su cuello (como podía, ya que era un hombre bastante alto) y le comió la boca con un fuego que era implacable. Arrazaba con todo a su paso. Yo, fui detrás de ellos. Siempre.
Debo confesar que, aquel beso obsceno, me prendió fuego a mí también. Totalmente. De solo verlos prendidos de esa manera ya me habían dado ganas de probar esa boca. Se ve que el flaco chapaba como nadie. Quería participar. No me pasa muy seguido eso.
Para colmo, su enorme y juguetona mano, se quería infiltrar entre el vestido y su piel, para poder tantear los pliegues de su cola. Pero eso le duró poquito, ya que la quitó de inmediato, para dirigirse sobre la mía. Buen chico, no daba que me dejen de lado.
Sus tiernas caricias que paseaban de arriba a abajo, se terminaron transformando en suculentos apretones lujuriosos, de esos que me dejarían unas mas que excitantes marquitas en la colita. Obviamente, es de esas sarnas con gusto que no pican para nada.
Entre tanto, su "lenta" novia, no perdió el tiempo, en lo absoluto, y se puso a tantearle el terrible bulto que ya se le venía marcando de manera interesante. Le masajeó el pajarito como si no hubiera un mañana, como si nos fuéramos a extinguir en una hora.
Haciendo piecito como podía, estiré mi gorda trompita con el fin de poder alcanzar la suya y que, este gigante muchacho, me pueda propinar alguno de esos deliciosos besos estimulantes, los que tanto le regaló a su afortunada pareja.
Me lo merecía, pues se prendieron a sus bocas una buena cantidad de tiempo y yo ya me estaba sintiendo algo apartada de la fiesta. Llámenme tóxica, pero no quería que me dejaran afuera ni por un rato, ya que me invitan... digo yo.
Yo creo que, a esta altura, los tres ya estábamos ardiendo de una pasión desbordada. Es que... las caricias, los besos, los roces, hicieron un gran trabajo. Fueron el gatillazo perfecto para tanto calor repentino. Una respuesta más que natural.
De pronto, el chico soltó la colita de mi amiga, para llevar ambas manos a mi vestido y sacármelo. Por suerte, esto no generó ningún tipo de celo en Eli (al menos, no que yo sepa). Se comportó como, lo que comúnmente diríamos, "una verdadera lady".
Con sus dos gigantescas manos agarró el borde de mi vestido (como ya había contado en el anterior párrafo) y subió mi vestido, hasta dejar mi colita totalmente al aire. Sin preguntar, sin nada. No importa, después de todo, era su cumple... y ese era su regalo.
De inmediato y sin meditarlo ni por un segundo, sujetó mis pompas firmemente con ambas manos, para luego zamarrearlas para arriba y para abajo, sin piedad alguna. La frutillita del postre, fue que me dio unas chiquitas nalgaditas bien ricas, que me erotizaron más todavía.
Nuestras miradas se entrelazaron ni bien hizo esto. Fue el "qué rico, papi, no pares" más obvio de la historia. Estaba clarísimo que me habían encantado sus chirlos degenerados. El aumento total de la temperatura por parte de ambos, ya era más que inminente.
Ahora era el turno de Eli, por supuesto. No iba a dejar afuera a la novia que le otorgó tamaño festín. Sería muy desagradecido de su parte, realmente. Así que... básicamente, hizo lo mismo... pero con ella, fue como más rapidito, me atrevería a decir.
Sentí, por un instante, que una de sus manos tenía un magnetismo atrayente hacia mi cola, ya que, luego de aquel corto cachetazo, regresó a la mía. Pero, en esta oportunidad, solo apoyó una. La otra, la seguía teniendo mi actual rival, digo... mi amiga.
Fuera vestido. Primero, voló el de Eli, dejando al descubierto sus turgentes pechos (que ya tenía duritos sus pezones, por cierto). Segunda, fui yo. La misma secuencia y también con ayudita de Juanchi, solo que él se colgó un ratito acariciándome las gomas. Alto degeneradito.
Ambas prendas salieron de nuestros cuerpos al instante y cayeron de bruces al suelo. Por fin, ya estábamos desnuditas las dos frente a sus ojos, esperando que nos bese o nos muerda sin medida alguna... o que haga todo eso junto que tanto perpetró por un buen rato.
Solo faltaba que él hiciera lo mismo. Que se desligara por completo de aquellas delicadas prendas que tanto se nos interponía. Sería lo ideal, me parece. Ya que nosotras tuvimos el atrevimiento de mostrarnos tal cual nos trajo Dios a este mundo, que él también lo haga. Mínimo.
Obviamente quien lo ayuda es ella. Otra persona no podría inmiscuirse en esos asuntos privados que tenían entre ellos. Le saca la remera mientras él solamente levanta los brazos para que la suave tela pueda pasar por ahí y deslizarse con facilidad.
Por Dios, cómo le ajustaban esos calzones. Le marcaban por completo la gaviota y, a mí, me hacía morder los labios del deseo. De ese deseo desenfrenado que se manifiesta corporalmente en mi rostro, en mis gestos. Mi inconsciente hablaba y mi cara lo hacía saber.
Luego de que nos dio varios besos lujuriosos (no solo en la boca, eh? También en nuestros pezones) y de manoseadas interminables en nuestras colas (sí, quedamos más manoseadas que caño de subte), llegó el momento por el que tanto venimos deseando: abrir el paquete del regalo que nos tenía preparado.
Desaparece su bóxer (por fin, por Dios) y, lo que tiene colgando entre sus piernas, no es poca cosa... para nada. Era tremenda tararia, como de unos diecinueve centímetros mas o menos. Se me hizo agua la boca, la cola, todo. No pude creer lo que estaba a punto de comerme.
De rodillas ante nuestro papucho para sacarle, juntas, su apretadísimo bóxer y así, disfrutar de la maravillosa vista que nos proporcionaría tamaña poronga. ¡VOILÁ!, terrible chota tenía. Es que, cuando lo desnudamos, su amigazo se movió salvajemente para todos lados, como un trampolín de carne.
Esa manija con venas, probablemente alcanzaría los veinte centímetros. Era increíble. Quizás. No lo sé, la medí a ojo nomás. Tengo mis dudas porque, pese a tener ya experiencia viendo bastantes chotas erectas, una puede errarle de todas formas. No soy imbatible.
Una de cada lado pasamos nuestros labios sobre ese robusto pene erecto. Lo frotábamos de arriba a abajo como si quisiéramos limpiarlo. Lográbamos que el cuerito se corra para atrás gracias a la fuerza que le aplicábamos a la "labiada". A Juanchi le encantó.
Mordiditas empezaron a caerle también. Una de cada lado atacaba sin mostrar absolutamente nada de compasión. Eso hacía que le brotasen venas nuevas. Sobre todo, en el lugarcito en el que apoyábamos nuestros golosos labios.
A esas degeneradas mordidas, las acompañábamos con unos sabrosos lengüetazos. Iban de un lado al otro también, a la par que sacudíamos la cabeza sobre su tronco. Le dimos varios, por un tiempo bastante largo.
Eli fue la primera en tirarse de jeta sobre la punta de su chota. La atacó por el flanco frontal, abriendo la boca bien grande. Entró bastante a su interior. No la culpo, esa chota amerita tener que abrirla bastante. Encima, daba mucha hambre.
Me puse en cuatro, encima de la cama. Fue una gran idea, al parecer, ya que mi amiga me siguió de inmediato. Le encantó a su novio también, así que... llevó su "vergón" para nuestro lado y permitió que continuemos tirándole la goma sin parar.
Seguimos en lo que estábamos, pasándole la lengua por doquier, hasta que me avivé e hice la misma que ella: me la comí yo. Abrí la boquita y permití que se adentrara todo lo que quiera. Creo que me mandé poco más de la mitad. Sí, ya sé, me re cebé.
Fue tanto el placer que le daba el hecho de hacerle ese pete, que me agarró de la nuca. Me la sostuvo, mientras yo me mandaba toda (o casi toda) su pija hasta la laringe. Apoyó su mano y me guió hasta el fondo, o hasta donde pueda llegar. Todo un caballero el señorito.
Fui y vine por un rato largo. Me re abusé. Pasa que... posta estaba deliciosa. Me encantó comerle la pija. Ojo, él tampoco se opuso tanto. Al contrario, al agarrarme, pareció que quería que se lo haga. Yo, solo le di con el gusto de experimentarlo.
Se ve que le encantó porque, cada vez que levantaba las pupilas para ver qué hacía, lo veía con la cabeza (la de arriba) apuntando al techo, en señal de que lo estaba disfrutando totalmente. Eso fue un gran honor para mí, debo admitir.
Entonces, al notar esto, continué dándole placer bucalmente. Me la volví a llevar a mi boquita golosa, para luego tragársela hasta donde podía y, así, succionársela. Se ve que era su favorita, no había un ápice de duda en mi mente.
Eli perdía su cara entre sus huevos. No perdió el tiempo. Ya que yo me puse a petearlo, ella se deleitó con sus pelotas. Fuera de joda, no estoy exagerando, casi que no podía verla. No se podía distinguir entre los huevos de este flaco y su rostro.
Le estábamos torciendo la pija al pobre chaboncito. Bah... en realidad, yo se la estaba torciendo, ya que era yo la que estaba demasiado a un costado. No digo que eso lo haga pasarla mal, al contrario (me parece). Pero, pobre, no se merecía que se la torciéramos así.
No pasó mucho mas de lo que deba poder describir en el pete. Solo que, en un momento, nos pusimos de acuerdo para cabecearlo. Primero ella y luego yo. Pero, con la diferencia de que, esta vez, se cebó más apretándonos de la nuca... como desesperado.
Nos adherimos a cada costado de su pija, para pajearlo con nuestras bocas. Íbamos y veníamos otra vez, pero, en esta oportunidad, estábamos como coordinadas porque, cuando yo iba, ella venía a lo largo de su tronco venoso. Eso, no fue arreglado.
Una nueva pose se aproximaba, podíamos presentirlo. Así fue, se tiró boca arriba en la camucha y pidió que yo me tirara encima suyo, pero con la cara apuntando para el lado de sus patas, como si fuéramos a hacer un rico sesenta y nueve. No sé si me explico. Espero que sí.
Mientras yo me sentaba en su carita para que me coma el culo, su novia se puso a chuparle la pija. Le tiraba tanto la goma, que me dio hambre. Quise probar de ese pedazo, pero no quería ser demasiado golosa. Encima que él se estaba ocupando de mi orto, que, además, le quitara la pija. Era una banda.
No me deberían culpar de nada, verla bajando y subiendo en el tronco de esa verga, era demasiado tentador. Me calentaba mucho esa chota hermosa, larga, gorda, venosa, cabezona, lampiña, con terribles bolas debajo. De solo acordarme, me volvió a abrir el apetito.
Finalmente ella se apiadó de mí, y permití que comiera de aquel fruto prohibido, de esa banana deliciosa. Entonces, me re cebé y me atasqué con ella. Me la mandé hasta el fondo de la garganta para hacerle, justamente, una garganta profunda al pibe.
Otra vez se tuvo que ocupar de sus huevos. No se puede quejar, también los tiene muy lindos y comibles. Pero la pija es la pija. Es mi parte favorita. Bueno, me volví a desviar del tema pensando en eso. Alta puerquita.
Después de hacerle terrible pete, Eli se subió a la cama y empezamos a saltarle encima. Yo, con el culito en su cara. Ella, con su culito en la verga. Lo volvimos loco a él y a los resortes de ese pobre catre. Menos mal que no la rompimos los tres chanchos.
Los besos no se hicieron esperar y unimos nuestros labios con mi amiga para comernos mutuamente. Sabían muy ricos. No sé si será por lo alzada que estaba o por qué, pero lo disfruté muchísimo más. Lo único, es que su lengüita me daban ganas de que, lo que me penetre el culito, sea una pija como la suya.
Lo estábamos matando a sentones, pobre Juanchi. Es que le brincábamos furiosas, con todas las ganas. Lo estábamos desarmando a culazos al pobre muchacho. Pero, la que mejor la estaba pasando, era ella, que la tenía toda (o casi toda) adentro suyo.
Con cada saltito, la pija se adentraba cada vez más en su culito tragón. Creo que llegó a penetrarle con más de la mitad del chorizo blancuzco que tenía colgando este pibe. Qué envidia, la puta madre. Recién ahora supe lo que significa esa palabra.
Yo no debía envidiar mucho porque, este chico, sabía usar bastante bien la lengüita, pero no era lo mismo. Sabía moverla, tenía experiencia comiendo culitos, se ve, al menos eso me demostró aquella vez. En fin, no importa, necesitaba de su verga ya mismo.
Se nos ocurrió la depravada idea de hacer sanguchito con Eli (o sea, abrazadas de frente la una de la otra, pero con el culito bien empinado), y su macho dándonos por el orto sin parar (o mejor dicho, dándome sin parar, jeje).
Sí, me empezó a hacer el orto como un toro salvaje. Entraba y salía por el hoyito de mi culito. Estaba sentado sobre la cama, detrás mío, moviendo esa pija como un loco adicto a mi culito. Me entraba toda. Qué sabroso. Sin palabras.
Entre tanto, nosotras nos dábamos unos ricos besos. No podíamos desaprovechar esa oportunidad, ya que estábamos frente a frente y, ya que podíamos hacerlo, no nos íbamos a prohibir hacer aquello. Seríamos terribles gilas, sino...
Tiraba fuerte de mi sedoso cabello, como si fuera la yegua que intentaba domar, esa yegua indomable. La más complicada de domar. Qué sé yo. Todo esto, mientras me daba por el culo, obvio. Nunca se detuvo, siguió haciéndolo.
Ahora era el turno de mi amiga, la zorra. Hizo lo mismo, se puso en cuatro sobre la cama para él y se preparó para abrir el culito y recibir de los pijazos más ricos que alguien podía propinarle. Los recibía sin problema. Ya lo tenía re contra hecho.
Después de un rato bombeándole el culo, quiso de nuevo el mío. Me lo pidió él personalmente. Mi amiga no opuso resistencia. Eso me llamó la atención. Cambiamos de posición, abrí mi culito y me lo empezó a envestir con de todo, como antes.
Mi culito gritaba fuerte cada vez que me estrellaba la pelvis contra mis nalgas. Peor aún, cuando usaba sus manos para hacerlas sonar. Eran música para sus oídos, por lo visto, porque lo hacía con bastante furia y bastante seguido lo hizo. De hecho, me las dejó rojas.
Recuerdo que, una voz temblorosa y gruesa que provenía de detrás de mis espaldas, dijo algo así como que "quiero acabarles". Era Juancho, obviamente, que intentaba comunicarnos que quería largarnos toda su leche. ¿dónde? Simple, en nuestras caras.
Nos pusimos una al lado de la otra frente a él, con la boca abierta, mientras se pajeaba esperando a que nos diera todo lo que sus huevos guardaban. Solo pasaron un par de segundos hasta que, finalmente, la espera rindió su exquisito fruto.
De la nada, una lluvia blancuzca comenzó a precipitarse sobre el cutis de nuestras caras, intensamente. Era su mas que delicioso semen, que salía disparado de su miembro, como si hubiéramos abierto la canilla de una ducha y cayera sin piedad. Nos bañamos en él.
Nuestros mentones, comisura, labios, tetas, algo de sus ojos, parte de los cuellos, frentes, un poco del pelo, etc. Todo eso nombrado, fue bañado por el apetitoso néctar que salió despedido por su miembro. No lo podíamos desperdiciar, nos lo limpiamos con unos ricos besos.
Veo que, en la puntita de su chota, una gotita rebelde pendía de allí. Entonces, me abalanzo y, con mi lengua, se lo limpio de inmediato. Era una que no se quería ir, pese a que Juano la agitó violentamente contra nosotras. No sé cómo lo logró, pero no le iba a ganar a mi lengua, obvio.

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