Lachu y Lechu.

En esta narración, voy a contar de la única vez que tuve un apodo. El sobrenombre en cuestión, era el de "Lachu". El muchacho al cual se le había ocurrido, era mi "Wapijudo", del relato anterior. 

Todo se gestó una tarde que nos juntamos en su casa, pero para una visita normal, nada XXX. Claro que, viniendo de mí, era evidente que nunca cumpliría esa expectativa. Tremendo iluso era.

Llego a su casa, me abre la puerta, atravesamos el enorme patio que tenía y, por fin, estamos. 

Como un enorme spoiler a esta historia, Brian, tenía la pava hirviendo (estaba por tomarse unos mates, no mal piensen, che).

La saca, la vierte sobre el termo y se prepara unos ricos. Yo solo le comí dos churros que tenía por ahí. 

En cierto momento que me dan ganas de echarme un cloro, el muchacho chusmea el celular. No solo se percata de que tengo banda de chongos, sino, que, además, se ve agendado como "El wapijudo".

No era muy complejo avivarse de que algo le pasaba, porque cambió de actitud ni bien volví a la mesa. Al querer interrogarlo para saber qué le pasaba, se ponía renuente. Rehusaba a contestarme. De tanto hincharle las pelotas, lo soltó. 

Se había puesto un tanto tóxico. Una pena, me la re bajó. Salimos unas tres o cuatro veces, y ya quería ponerse de novio, o no sé qué. 

Lo primero que hice, fue hacerle saber lo mal que estuvo en revisar mi aparato. De todos modos, tampoco me hubiera puesto triste que no quisiera estar mas conmigo. Posta me chocó que hiciera eso. No merecía mas atención de mi parte.

Lo segundo que hice, fue amenazarlo con que me iba a ir si seguía jodiendo. No me creía, hasta que me las tomé de verdad y me tuvo que ir a buscar un par de cuadras. Tal parece que, los petes que le hacía yo, nadie pudo igualarlos. Nadie lo tocó como yo. Algo le hice.

La cosa es que, a las dos cuadras me alcanzó, me convenció y me trajo de vuelta. Yo, chocho viendo que lo tengo agarrado de los huevos. Eso estaba claro.

Cuando volvimos, la cosa había cambiado. Ahora, era yo el enojado. Así es, yo. Me hice un poquito el furioso, para ponerle salsita al asunto. 

Apoyado en la mesada de la cocina (que, a su vez, era también comedor), me cruzo de brazos y miro el techo. En son de calentura, claro.

"Si vos estás caliente, yo estoy el doble. Mirá", me dice mientras se señala la verga que, efectivamente, la tenía levemente parada. Se ve que surtió efecto el subirme la remera para que se note la tirita de la tanga. 

"A ver, ¿me mostrás lo que hoy te pusiste para mí?", dice el caradura. Lo odié. A mí me encanta usar ropita interior de mujer, y si fuera por mí, usaría más todavía, cuando salgo a la calle. En mi rutina, claro.

Aún así, no le retruqué nada y me bajé un poco el jogging que tenía usando esa tarde. Expuse en su totalidad mis nalgas. La dejé solo a penitas mordisqueando la parte inferior de las cachas.

Observarme así, lo volvió loco. Se le puso como una roca. Ya no daba más ese pobre Jean de la tirantez que le ocasionaba la erección. Se relamía y todo. 

Yo, todavía me mostraba un poco anti pija. Me hacía el difícil. Aunque quería que me la metiera ya.

Me agarró la mano para que le manosee la poronga. Desde los huevos hasta la punta. Nos deleitamos.

Yo, hacía eso. Brian, me cacheteaba la cola. Lo mas duro que podía, para dejarme marcada a fuego. Profundamente. Me hizo dar vuelta para rozármela por la zanjita. Se la sentía toda. También la clavaba como si me estuviera cogiendo posta.

Harto de tanta cháchara, se sacó el pantalón de en medio con bóxer incluido. No aguantó un segundo mas sin penetrarme. Estaba bien urgido.

El ambiente estaba tan caliente, que casi se le rompe un botón de la ropa interior. Pobrecito, como si le sobraran tantos.

Ya con nuestras partes despojadas de telas, se dispone a cogerme, pero yo tenía sed nomás. No hambre. Por lo que lo empujé a la silla, a que se siente. Puse música y todo se dio maravillosamente.

Mi wachiturro, sentado, con la pija re dura, al aire, observó atentamente cómo yo le bailaba al rededor. En tanga. Con ese pequeño trapito siendo comido por mis nalgas. Moviéndolas al son de lo que sonaba.

En un momento, se las acerco tanto a la pija, que se la sentí toda. Hasta me dejó un par de gotitas de "precum" en una nalga. Me lo limpio con un dedo, que va a parar a mis labios. 

Me cacheteó las cachas. Tronaron fuerte. No me esperaba esa. Me excitó el doble. Lo miro con cara de puta deseosa. Lo estimulan muchísimo esos detalles. Está que quiere estar dentro mío.

Se la agarra y, cuando está por metérmela, lo detengo. Me doy vuelta, me arrodillo y me dispongo a darle el más sabroso de los petes.

Él amaba el placer que le doy oralmente. Es su debilidad, pero quiere mas. Soy su vicio. Quiere correr el límite que le impongo. Ir más allá.

Me ruega por favor que quiere mi orto gordo. Al menos que le permita chupármelo. Porque, mi negro sabía que, lo que mas me gusta después de chupar verga, es que me coman el culito.

De todos modos, no acepté. Continué la misión que me dispuse a abordar, de rodillas ante él. 

Su pene todo tieso, poseedor del mas sabroso semen que embadurnó mi rostro, se ponía cada vez más venoso, como buscando estallar. Con solo ver mi carita deseosa de pija, ya se ponía así.

De pronto, hundí su muñeco a mi orificio bucal, hasta lo más profundo, buscando algún gemido suyo. Lo logré, era sabido. La tenía bastante clara.

Mis labios fueron suplentes, por un instante, de mi mano derecha que fueron a parar a mi pene. Yo también necesitaba acción.

Se adhirió fuertemente a mis cabellos, para guiarme en el camino directo a sus huevos. No quería que parara antes, no. Quería que mis morros (como le dicen en España) lleguen al final de su venoso tronco.

Incluso, dejó de moverme por los pelos y movió sus caderas al ritmo que él quisiese. Lo hizo suavemente primero, luego, me arremetió con toda. Salvajemente.

Era un potro indomable mi wapijudo que, con tal de darnos amor, se volvía elástico.

Después de unas repeticiones, mis manos volvieron a la acción. Todo a su normalidad, como antes.

El prepucio de su miembro, subía y bajaba al compás de mi mano. La paja que le hacía a la par que mi lengua, estática en su frenillo, lo orillaban más y más al abismo del placer.

Gtitaba como un loco. No le importaba si sus vecinos lo escuchaban. Solo estaba enfocado en su placer y el mío. Éramos nosotros dos. Nadie más.

La respiración se volvía mas agitada, conforme su guasca escalaba su enorme miembro. Estaba a punto de alcanzarlo y volverse el hombre más feliz del mundo.

Al fin, mis métodos orales y sus pensamientos sobre mi culo redondo y macizo (según él), dieron resultados. Llevándolo a acabar varios litros de leche (o eso parecía), que no terminaban de saltar.

Casi todo fue a parar a mi cara (digo "casi" porque, al momento de sacudírsela, varias gotitas se escaparon hacia otro lado, una lástima).

Se la seguí masajeando, a pesar de ya haber terminado. Le apoyaba mis labios para las gotitas rebeldes que se piantaban. Lo hacía estremecer, claro.

Con la satisfacción en su mirada, me dice: 
- Creo que ya sé cómo te voy a agendar en mi celular.
Yo, con curiosidad (y guasca) en la cara, le pregunto "¿cómo?"
- "Lachu".
- ¿Por qué?
- Lachu-paverga -sostuvo, mientras me sujetaba fuertemente de los pelos que se alojan en mi nuca.
Muy ingenioso, pensé, pero mi respuesta no podía hacerse esperar, y fue la siguiente:
- Yo también te voy a cambiar el nombre a "Lechu".
- ¿Por qué?
- "Lechu-do", le respondí a la par que terminaba de limpiarme la cara con el dedo, y me metía nuevamente su enorme falo en la boca y le ponía la mirada de la mas puta que tenía. Reímos.



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