Sentado en el Pinocho.
Otra vez me encuentro contando historietas de cuando animaba fiestitas, pero... esta vez, fue diferente. Leo, mi chongo de por aquel entonces, se había disfrazado de Pinocho. Harto del calor que le generaba el traje de Pluto, probó con el del muñeco mentiroso (se sentirá aludido? Tal vez).
Como el disfraz constaba de un short con tiradores, una camisa amarilla y una nariz larga, no tuvo drama en aceptarlo. Por tener ciertas complicaciones para sacárselo por si quería hacer pis, se hizo poner una bragueta hecha y perfectamente oculta.
El mío, era el de la Chilindrina (sí, vestidito, medias, zapatitos, colitas -chuletas, cola de caballo, o como les digan en su país- en el pelo, anteojitos y, en el rostro, maquillaje con pequitas incluídas). Como mis compas sabían cómo era, me exigieron que, debajo de mi vestidito, usase un shorcito (tal cual lo tenía el personaje). Obviamente que eso iba a hacer. Estaba frente a nenes.
Para saber cuál me había puesto, debían espiar por debajo. En mas de una ocasión, aprovechaban a escudriñar entre los peldaños de unas escaleras que habían en el mismo negocio. Las que conducían a otro piso.
Cuando tenía que actuar, les hacía caso. Pero cuando me tocaba ser yo y estar con mayores, me sacaba el shorcito y me quedaba con la tanga que me había puesto (o no). Me iba al baño que usaba como si fuera camarín, me lo sacaba, salía y, en mas de una ocasión, me esperaban entre los escalones para ver si les había obedecido.
Leíto se ponía en modo tóxico cuando era testigo de estas cosas y después me retaba (aunque él también hacía de las suyas con las mamás solteras). Me hacía escenas, nos peleábamos, nos dejábamos de hablar y, al poco tiempo, nos reconciliábamos de una forma muy fogosa.
Tras un arduo viernes de fiestas, el dueño nos dejó tomar un rato en el salón (generalmente, esas oportunidades, podíamos estar hasta la una de la mañana), así que... aproveché, me saqué el shorcito (sí, delante de todos) y quedé en modo porno solo para ellos tres.
Como estaban sentados en ronda, uno solo pudo verme bajándome el short de lleno. Otro, no tanto. Pero hubo un 3ero que no pudo ver nada directamente y, ese, fue Leo. El que más me pudo contemplar mis cachetitos asomarse por debajo de la prenda, era a mi conejito travieso. Picarón.
Aproveché esto y me fui corriendo al castillito inflable que se encontraba en la otra habitación, al fondo, ¿que para qué, estimado lector? Para brincar y que se me vea ABSOLUTAMENTE TODO. Porque puto soy completamente. Nada de mitades.
Desde mi perspectiva, tenía al conejo fisgón en frente, la cabecita de Spidey asomándose por la pared y, de espaldas, a mi chongo. Y sí, les mostré todo a ellos dos. Me tomé esa molestia.
Como estaba apartado de ellos, casi que ni pude lograr escuchar con claridad. Solo un leve murmullo que decía algo así como que "con unas dos birritas (o tal vez más), se la pongo toda" o "tiene una cola divina". No sé quién fue, pero me calentó mucho.
Leíto, harto de que me exponga tanto, me llama. Voy. Me pongo justo al lado de donde se encontraba sentado. Me toma de la cintura y me hace sentar arriba suyo. Con toda la pollera bien en alto, cosa de que no se interponga más nada.
Yo le seguí el juego, aunque, al toque me percaté de que andaba celoso. Quería marcar territorio, como que ESTA COLA era suya. Pero no era realmente así, andaba deseoso de que me enfiesten entre los tres.
A mi arañita preferida se le resaltaba cada vez más el bulto. No podía dejar de mirárselo sin relamerme automaticamente. Él se dio cuenta de ello y empezó a manotearse el paquete delante suyo. Con carpa, obvio, para que el tóxico no levante sospecha.
Me pongo de pie, me dirijo a poner música. Para prender el equipo, debía agacharme. Mostré todo lo que tenía, sin importarme cómo pueda comportarse el gil de mi chico. Siento seis ojos posados sobre mí. Me sentí una diosa total.
Suena "me gustas mucho", de viejas locas. Meneo el ojete al compás de la melodía. Me subo a la mesita que está en el medio. Agito el bote aquí, agito el bote allá. A centímetros de esas tres miradas que ni pestañeaban.
Lo invito a Leo a subirse conmigo, con la excusa de inclinarme ante la vista lasciva del conejito que, para esta altura, tenía la zanahoria golpeándole la pera. Lo puse loquito al pobrecito.
Allí arriba, mi negro me apoyaba todo lo que se llamara verga. Como tenía las nalgas casi, casi afuera, no faltaba mucho para que eso se le pueda denominar sexo, ya que, su pinocho estaba totalmente parado. Debido a eso, tuvimos que bajar.
Me volví a sentar arriba suyo, solo para que no baje la inflamación que tenía. Los roces y los toqueteos de mi parte, comenzaron. Pasa que deseaba tenerla toda adentro... ¡pero YA! Y no me importaba nada, ni nadie.
Nos dábamos besos bien pornográficos, a la par que él se bajó la bragueta del short y yo me separé las nalgas para esperar sus vergazos. Sí, delante de los muchachos. Es que no podíamos esperar más. Debía ser penetrado ya mismo.
Se escupió la mano, se pajeó un poquito y me la metió toda. No lo detuvo el no tener forro. A mí tampoco. Estábamos muy compenetrados en hacerlo.
Los chicos se quedaron tipo "¿qué hacemos, los dejamos solos o nos divertimos observando?" Obviamente prefirieron quedarse y, como nadie les dijo ni "mu", eso fue lo que hicieron.
Yo subía y bajaba a lo largo del chori de mi chongazo. Le daba culo desde la punta hasta sus huevos, haciendo que, cuando estallaba la piel de uno con el otro, generara algo parecido a un aplauso. Encima, me movía bien rapidito, cosa de que me da la mema al toque. La quería en ese preciso instante.
Entre besuqueos fogosos, le pedí permiso a mi macho que me permitiese tirarles la goma, aunque sea, a nuestros compas. Aceptó con la condición de que me devolvería el favor. Claro que sí, amigo. Claro que sí.
Se levantaron solo para que se note el entumecimiento que tenían esas dos pijas hermosas. Qué deleite haber calentado tantos "nepes" al mismo tiempo. Fui la más trola, la peor de las trolas.
Mi arañita se bajó la calza que obstruía la tremenda poronga parada que tenía. Quedó en unos bóxers grises que le acentuaban a la perfección lo que, naturalmente, sujetaba.
Por su parte, el conejito malo, también detentaba algo importante entre sus piernas. Eso lo hacía parecer con el traje. Pero cuando se lo quitó, quedó confirmado. Era portentoso.
Mi boca, era un océano de babas que no podía parar de inundarse más. Peor se volvió al verlas. Me calenté muchísimo. Quería todas, por todos lados. Deseaba tener más agujeros para darles más placer.
Como no llegaban a mi cavidad bucal, solo podía pajearlos. Tuvimos que cambiar de pose. Ambos se sentaron de forma contigua, mientras yo, me ponía en cuatro patitas para abrirle mi culito y recibir sus vergazos.
Se sentía cómo, su pinochito, se arremangaba en mis interiores cuando Leo la introducía en su plenitud. Mi hoyito estrecho lo volvía loco, hacía que su miembro vomitara de manera veloz. Me encantaba hacerlo eyacular tanto.
Por otra parte, delante de mí, estaban los otros dos guachos. Con la cabeza completamente mojada, llena de viscosidad. No me quejaba, pues... significaba que ya estaban re mil calientes.
Para mi suerte, me podía dar el lujo de llevarme ambas a la boca a la vez. Era una especie de habilidad que desarrollé tras meterme tantas, supongo. Hacerlos felices era mi misión. Debía cumplirlo.
Me golpeaba la lengua con ellas, me las pasaba por la cara hasta dejar un rastro de semen, que nacía en la comisura y moría en la mejilla. Ni siquiera tenía uno, tenía varios.
Recuerdo quedarme mirando cada chota individualmente. La de la izquierda, era la de mi "cone". Peludita, grandota, venosa, grosa pero finita como él y derecha. A mi derecha, estaba la de mi HOMBRE araña, que también la tenía grandota, pero se la emprolijaba con una maquinita, se notaba que la cuidaba muchísimo. También era cabezona, no tan venosa, pero sí gorda y se arqueaba un poco para la izquierda. Me gustaban mal.
Tras varios traqueteos, mi nene me la saca de la cola, para empezarse a pajear sobre ella y salpicarla mal de su chechona. Quedó chorreada como si le hubieran dado un manguerazo fuerte.
Se ve que hace mucho no lo hacían deslechearse, porque quedó agotadísimo. Al parecer sí me era fiel jajaja. O, quizás, no se le dio con nadie más.
Entre tanto, al tener la cola libre, uno de estos dos degeneraditos, me la palmeó. Esto, provocó una pequeña ira de mi chonguis, que lo hizo ubicar. "Esas cachas, son mías", le retrucó. Ja ja ja, por ahora, pa.
Al morder el costado de la zanahoria y que se escape algunos lengüetazos al frenillo, generó uno de los primeros lechazos. A su vez, unos gemiditos de amor también se escaparon. A los milisegundos, la erupción surgió.
Todo fue a dar a su pierna, sobre un tatuaje, el cual, dejé impecable posteriormente. Conejito rico, qué deliciosa sabía esa mema.
Ahora era el turno de Spider. Me enfoqué cien por cien a ese hombre para darle el mejor pete de su vida. Creo que así fue, me lo hizo saber siempre, de ahí en más.
Lo volvía loco la garganta profunda, por lo que me avoqué a masajearle la pija con la garganta. Hasta que no me empuje la campanita con el glande o me diera arcadas antes, no deseaba parar.
Otro lechazo más, pero este, fue más discreto. Solo atinó a salpicarme la pera y quedarse colgando allí. Un hilito rebelde que no quería irse, se quedó a hacer casa, mientras continuaba la mamada.
Mis nalgas y mi cara eran una laguna de leche que debía asear, pero... no quería. Por mí, me quedo así.

Comentarios
Publicar un comentario