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Mostrando entradas de enero, 2024

Cara de culo.

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 Una vuelta, me fui a Córdoba con la muchachada del laburo en el auto de Tony, el pibe que me gustaba. Obvio que él estaba incluido a acompañarnos a despegar la mente.  Como partimos de noche y llegamos de día, nos fuimos a dormir una rápida siesta de dos horitas. Ni bien me desperté, la historia se desarrolló de la siguiente forma.  Yo me salí de mi cama, tal y como me acosté: con un buzo largo y en tanga. Claro, flashé que estaba en mi casa, o no sé. La cosa es que, como estaba medio en cualquiera, me importó nada.  Salgo de la habitación que me tocó con Tony. Ahí me espera un largo pasillo que, al final del mismo, me conduce a un hermoso comedor donde se encontraba mi enamorado de hoy.  Como él estaba en babia leyendo el diario, me meto rápidamente a la cocina a prepararme una tacita de café. Salgo de allí, y, ahora sí, encaro directamente donde estaba mi Romeo Montesco.  Bueno, en fin, ni bola. No levanta la mirada, ni nada. Solo me habla de ese modo, c...

Sentada en el tronco.

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 Nos fuimos de camping con los pibes en un bosquecito re lindo que quedaba por Buenos Aires. Era uno muy frondoso, lleno de árboles gigantes. Digno de la típica película yanqui de terror, en la que un loquito secuestra a los adolescentes que participan.  En fin, éramos cinco en total, todos muchachos. Javi, Pocho, el "Negro", Osky y yo éramos los que conformábamos el grupete de campistas que esperaban pasar unos lindos días en aquel lugar, dejando atrás la rutina de la gran ciudad.   Íbamos caminando por ese lugar, siguiendo un senderito precariamente marcado (a duras penas se podía notar). Estábamos buscando dónde armar la carpa. Todos iban delante, menos el negrito y yo, que nos habíamos quedado bien atrás.  En eso, escucho detrás mío un "uy, tenés un re mosquito ahí", seguido de una bofetada en mi cachete izquierdo. Era mi negrito picarón dándole durísimo a una de mis nalgas. Tanto así, que me hizo saltar del dolor y del susto, ¡JA!  Del dolor, grité "¡A...

El pájaro carpintero (Tercer día).

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Tercer día del maravilloso camping con Luca. Llegó la tristísima hora de armar las valijas, ya que, en un par de horas, nos debíamos retirar para regresar a la horrorosa gran ciudad. La tristeza nos embargaba.  El problema surgió cuando Lu se dio cuenta que tenía el auto estacionado en la loma del orto. Debía ir por él para que sea más fácil depositar los bolsos en el baúl y hacer una retirada mucho más rápida.  Aclarado esto, debo decir que el vehículo se encontraba a varios kilómetros de donde estábamos, al costado de la ruta. No sé por qué hicimos eso. Sinceramente, nos sentimos recontra boludos.  Salimos de la hermosa cabaña. Cerramos bien con llave. La guardó cuidadosamente en su bolsillo. Encaramos hacia el lugar en búsqueda del susodicho auto que nos cortó tanto el mambo.  Seguimos un caminito cuidadosamente marcado por la gente del lugar. Encaramos directamente hacia la zona más segura, que nos dejaría directamente frente al auto. Estábamos seguros de eso. ...

Pescando una tararira (segundo día).

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 Al otro día, me levanto temprano, poco después de que saliera el sol para recorrer el lugar. Me animé a salir tal y como estaba vestida a la hora de dormir. Estaba re loca, no me importó nada. Me pintó la de salir a pasear, y no escuché a la voz de la razón. Es que estaba en el quinto sueño.  Luego de caminar tanto por las cercanías de la carpa, me animé a mojar mis pies en el río más cercano que tenía por ahí. Me quedé así un buen rato, hasta que un viento divino se decidió a levantarse para abrazarme. Pero no solo acariciaba mi piel, también la remerita que tenía. La alzaba con sus invisibles manos, dejando que mi cutis quede expuesta a cualquiera que se asome por ahí.  Afortunadamente, el único par de ojos que se asomó, eran los de Luca, que acababa de salir de la cama. Vio mi culito al aire gracias al dulce viento que se despertó repentinamente. Llegó al momento justo para fotografiar visualmente el instante en el que me estaba oxigenando para conectarme con la natur...

A llorar al campito (primer día).

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 La cosa comenzó cuando, en una excursión en el campo, nos dirigíamos con un chabón que acababa de conocer en ese mismo campamento, a explorar un poco más aquellas zonas alejadas de cualquier rastro de civilización conocida (NAH, mentira, estoy exagerando, pero no hubiera sido mala idea, eh?).  Como sabíamos que la caminata iba a ser ardua, decidimos ir ligeros. Creo que yo me fui al carajo con ese punto, ya que me puse zapatillas, un vestido verde oscuro que me llegaba a cubrir la cola con toda la furia y una tanga del mismo color... como para hacer juego, ya saben, coquetería for ever, lo principal.  El tipo, al ver que pensaba pasear así, me dijo que, por lo menos, me lleve una cantimplora o algo así. Yo lo miré con cara de "no vamos a ir al desierto, pibe", y, en todo caso que no perdamos, él me podía ofrecer su leche para tomar y su pija para comer. Y yo, por mi parte, le podía dar la cola para que se alimente. Así que... de hambre, no íbamos a morir.  Sumergido...

Cremita (parte I).

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 Siete de la mañana en Mar del Tuyú. Aprovecho el incipiente solcito para ir solita a asolarme un poco, total estaba demasiado pálida mi piel y necesitaba un beso del astro rey que me deje colorada. Además, no hay nadie allí a esta hora. Me pongo un shorcito, agarro un toallón, protector solar y listo, ya está, a la playita.  Una vez allí, encuentro un rinconcito cerca de un médano. Pongo el toallón, me siento encima, me saco el short para quedar solo en tanga. Solo restaba pasarme algo de la crema para proteger mi delicadita piel de las insanas quemaduras del sol, así que... me paso en los brazos, en las piernas, la panza, pero... ¡OIGA!, falta una parte.  Al percatarme de ello, me empiezo a preocupar. Claro, en mi afán por tener privacidad para tostarme sin vergüenza a que me vean mis amigos, me fui sola, pero no calculé eso. ¡Qué bolú...!, empecé a lamentarme. Al pedo, porque, más pronto que temprano, aparecería el alma caritativa que me salvara de ese incierto destino...