El chiquito en la boca.
Los días siguientes de aquel evento, transcurrieron normal. Nada resaltable. Solo que, un jueves, antes del viernes que jugaban, le pregunté qué onda con los pibes. Cómo andaban todos. Obviamente, yo solo quería saber de Lautaro, si había preguntado por mí. Qué onda, qué había pasado después de aquella calentada de "bija". Su silencio me inquietaba. Me moría de ganas por saber. Cuando contestaba, solo atinaba a contarme por gente intrascendente. No quería preguntarle directamente por él, ya que se daría cuenta que algo pasó. Hasta que al fin largué la lengua, le conté del momento hot, a pesar de mi vergüenza. Pobre de mí. Tras desembucharle lo que pasó (o, mejor dicho, lo que no pasó), la decepción fue mutua. Él quería que algo suceda. Pero, para su sorpresa, nada pasó. Todo fue una vil desilusión. Con esto, el loco creyó que yo no quería contarle. Flasheó cualquiera, porque, si fuera por mí, se la tragaba entera. Mas no fue lo ocurrido. Como no hubo chisme, se negó a invit...